Una plaza para Salvador Valverde
Salvador Valverde fue un autor de centenares de canciones que nació en Buenos Aires a fines del siglo XIX, se fue de chico, volvió huyendo de Franco y aquí murió en 1975. Apenas si residió en España la mitad de sus ochenta años, pero lo mismo acaban de homenajearlo en Sevilla dándole su nombre a una plaza en el barrio Torreblanca.
Asociado a Rafael de León y siempre con música de Manuel López -"El maestro"- Quiroga, otro andaluz genial creador de más de cinco mil piezas, Valverde escribió buena parte de los clásicos de la primera etapa -la que ahora se reivindica como republicana- de ese extraordinario capítulo de la canción española denominado copla, algo así como óperas veristas en miniatura, aceptadas tanto en salones literarios de Barcelona como en pueblitos analfabetos, a las que les bastaban tres minutos para narrar historias irresistibles.
Muchos de sus títulos no se han dejado de cantar -"Triniá", "Salomé", "María de la O", "Sevillanas del espartero", "Catalina"- y hasta sirvieron como argumentos cinematográficos, pero la obra maestra del trío y del género sigue siendo "Ojos verdes", largo monólogo erótico en tiempo de zambra en el que se evoca la intensa noche de sexo de una prostituta con un caminante, que comenzó a tomar forma en 1935, la madrugada del estreno de "Doña Rosita la Soltera", con Valverde y León celebrando el triunfo junto a García Lorca y jugando a injertar historias de gitanos y marineros en su "Romance sonámbulo".
Eran tiempos en que la gente se mataba por un gran tema y "Ojos verdes" se convirtió en uno de los botines más disputados en la historia de la música popular. Estrellita Castro, que fue la primera en cantarlo, se retiró del torneo en el que permanecieron despedazándose Miguel de Molina y Conchita Piquer, sin duda la intérprete insuperada de la obra, que igual aseguró su triunfo echándole al cantaor la policía franquista encima, tal como se cuenta en la película "Las cosas del querer".
El propio Salvador Valverde podría haber sido incorporado como personaje en esa saga de exilios forzados y separaciones definitivas con fondo de castañuelas: el de autor exitoso que, cuando comprende que su posición durante la guerra civil no ha sido tan ambigua como la de León, opta por escapar a Francia y de allí a la próspera Argentina de los años cuarenta mientras su socio se queda para acatar la censura y convertir el decisivo verso inicial de "Ojos verdes" -"Apoyáa en el quicio de la mancebía"- en un inocente "Apoyáa en el quicio de mi casa un día".
Jamás volvió a ver la Giralda, pero en un país repleto de españoles y en el que, por política o por dinero, ya se habían establecido Carmen Amaya, Angelillo, María Antinea, Imperio Argentina y Miguel de Molina siempre tuvo quien cantara sus nuevas coplas, aunque el primer encargo no pudo ser más atípico: cuatro temas para el debut en disco de Niní Marshall encarnando a "La bella Loli", una deteriorada diva del cuplé.
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Casi siempre con música de Ramón Zarzoso, Valverde escribió los pocos grandes títulos del género creados en América -"Si vas a Calatayud", "Castillito de arena", "Cuando me columpias tú"- y luego, gracias a un cancionero hecho a medida de Lolita Torres que sirvió para convertirla en estrella, sus tonadas se escucharon tanto en la Rusia stalinista como en España, a pesar de que nunca lo borraron de las listas negras.
Por eso la reivindicación, que bajo el slogan "En materia de exilio, no es Cernuda todo lo que reluce" y la edición de una antología comenzó hace un año en Sevilla y acaba de completarse con el bautismo de la plaza. Un ejemplo de gratitud que ningún político parece dispuesto a seguir respecto de los artistas populares en su ciudad natal, donde se prefiere denominar avenidas y paseos con apellidos de burócratas o guerreros pero no de figuras de la canción, nunca dañinas y mejor recordadas por la gente.
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