22 de julio: una dura mirada a los atentados que cambiaron Noruega
22 de julio (Noruega-Islandia-Estados Unidos/2018). Guión y dirección: Paul Greengrass. Duración: 143 minutos. Disponible en:Netflix . Nuestra opinión: buena
Hace apenas un mes, Netflix tuvo tres de sus películas originales en la competencia oficial de la Mostra de Venecia. Mientras Roma, de Alfonso Cuarón, ganó el León de Oro y The Ballad of Buster Scruggs, de Joel y Ethan Coen, se llevó el premio a mejor guion, 22 de julio debió conformarse con una distinción menor (la de Signis). Para el western de los hermanos Coen habrá que esperar hasta el 16 de noviembre y para el drama familiar del director mexicano, al 14 de diciembre, pero el más reciente trabajo del inglés Paul Greengrass ya está disponible para los usuarios del popular servicio de streaming.
El realizador de tres de las entregas de la saga de Jason Bourne se basó -tal como había ocurrido en otras películas suyas como Domingo sangriento, Vuelo 93 y Capitán Phillips- en un caso real. Es que 22 de julio es la reconstrucción del antes, el durante y el después de los atentados que conmovieron a la sociedad noruega (y al mundo) en 2011.
La primera media hora del film describe con precisión clínica y una crudeza por momentos difícil de digerir los dos ataques consecutivos perpetrados por el joven neonazi Anders Behring Breivik, quien primero hizo volar una camioneta con explosivos cerca del despacho del por entonces primer ministro Jens Stoltenberg (actual secretario general de la OTAN), en Oslo, y pocos minutos después -disfrazado de policía- acribilló a balazos a decenas de jóvenes que participaban en la isla de Utøya de un campamento veraniego de formación política. En total, el saldo fue de 77 muertos y 319 heridos.
Luego, la película se abre cual abanico a varias subtramas: la historia del asesino (ligado a los cada vez más populares grupos que tienen como obsesión luchar contra el islam, el multiculturalismo y la inmigración ilegal), la del abogado defensor Geir Lippestad (que no comparte en absoluto los postulados de un Breivik que se define a sí mismo como "caballero templario en guerra contra la elite"), la de la familia de uno de los adolescentes que queda con serias secuelas tras recibir varios balazos, la de la investigación policial, la del accionar político del primer ministro y, finalmente, la del juicio.
Más allá de que Greengrass se toma todo el tiempo que necesita (la película dura 143 minutos), la decisión de abarcar tantos aspectos y matices por un lado ofrece una mirada abarcadora, pero por otro dispersa la atención y termina abordando algunas cuestiones con demasiada superficialidad. En ese sentido, otro reciente film sobre el mismo tema como U-July 22, de Erik Poppe, ofrece en menos tiempo una visión más condensada e intensa.
De todas maneras, el indudable oficio narrativo de Greengrass, su forma de filmar en planos secuencia con cámara en mano y apelando en varios pasajes al montaje paralelo hacen de 22 de julio (hablada en inglés por un elenco de intérpretes noruegos) un valioso y cuestionador acercamiento a una problemática cada vez más acuciante como la amenaza terrorista y el preocupante avance de la extrema derecha.
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