Una cigüeña en apuros: la joya perdida cuenta una fábula de liderazgo y madurez apta para los más chicos
El “cigorrión” de la aventura original vuelve para aprender más lecciones en África
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Una cigüeña en apuros: la joya perdida (Richard the Stork and the Mystery of the Great Jewel, Alemania-Bélgica-Noruega/2023). Dirección: Benjamin Quabeck, Mette Tange. Guion: Reza Memari, Philip LaZebnik, Benjamin Quabeck, Mette Tange. Diálogos: Jeffrey Hylton. Edición: Benjamin Quabeck, Martin Wichmann Andersen. Música: Eric Neveux. Elenco: Jay Myers, Kyra Jackson, Simona Berman, Jeffrey Hylton, Blake Farha. Calificación: apta para todo público. Distribuidora: BF Paris. Duración: 85 minutos. Nuestra opinión: buena.
Adoptado por una familia de cigüeñas tras quedar huérfano, Richard se ha convertido en un flamante “cigorrión”, simpático neologismo que indica la cualidad fronteriza de nuestro protagonista. Ajeno a la fisonomía de sus parientes, detenta -en cambio- una ambición por el liderazgo que no posee su hermano de crianza, la cigüeña adolescente Max. Las primeras aventuras de Richard en el mundo de las cigüeñas comenzaron con Una cigüeña en apuros (2017), película definida por su sencillez argumental -aprendizaje e integración de Richard a su nueva familia-, su límpida animación y el carácter puramente familiar de sus conflictos. En esta secuela, la pretendida madurez de Richard choca con las frustraciones del no pertenecer mientras la aventura que se avecina ofrece más peripecias y el posible hallazgo de un mundo propio.
Sin expandir el horizonte de su predecesora, Una cigüeña en apuros: la joya perdida se afirma en una animación clásica, con colores vibrantes y secuencias musicales que recuerda la etapa originaria de Disney. De hecho la concentración en el mundo de las aves, con gorriones, cigüeñas, cotorras, lechuzas y algunos pájaros villanos evoca la lógica del universo animal del Disney clásico, intervenido en este caso con los ritmos del hip hop y los valores de amistad contemporáneos, pero sin perder de vista la aspiración de seducir al público más pequeño. Coproducción entre Alemania, Bélgica y Noruega, cuenta con la dirección del alemán Benjamin Quabeck -con algunos cortos y películas de televisión en su haber- y la animación de Mette Tange, colaboradora de los equipos de animación de películas como Lluvia de hamburguesas 2 o Los minions, para conciliar la dinámica de la hermandad y el liderazgo en la propia comunidad con la búsqueda de la emancipación fuera de ella.
Al comienzo, Richard parece convencido de sus dotes para liderar la bandada de cigüeñas, asentada en un lago al norte de África y dispuesta a su inminente migración. El “aprendiz de líder” de la bandada será aquel miembro joven que revele valentía pero también temple en su conducción. Es así que pese a la osadía de los vuelos de Richard, los mayores de la bandada deciden elegir a Max, no solo por su potencial sino también por su aplomo. Richard no parece aceptarlo, y tras algún pataleo emprende un vuelo hacia el desierto para demostrar que no necesita validaciones. Es allí donde comienza su aventura y con ella la llegada a la ciudad: los pobladores pululan por las calles, los colectivos surcan los senderos, pero el mundo de animales que encuentra Richard ya tiene sus héroes y villanos.
El eje de la historia será la alianza de Richard con una pequeña cofradía de gorriones sojuzgados por un malvado pavo real que les exige conseguir una joya perdida hace tiempo. ¿Es esa joya real o tan solo una leyenda? La película explora las nuevas amistades y aprendizajes que viven los pajaritos en esa tierra en la que no todo es color de rosa. La impronta familiar y la vitalidad de la animación la hacen atractiva para los más pequeños y algunos de los personajes más extravagantes -las palomas en cortocircuito en los cables, o el doble imaginario de la lechuza- ofrecen algún guiño a los adultos. Está muy lejos de las ambiciones de Pixar, pero con su alma de niño intacta.
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