Una banda fiel a su idiosincrasia
La Renga / Estadio: Tomás Ducó del Club Huracán / Músicos: Gustavo Chizzo Nápoli (voz y guitarra), Gabriel Tete Iglesias (bajo), Jorge Tanque Iglesias (batería) / Invitados: Manuel Varela y Las Cucarachas de bronce, y Nacho Smilari / Repite el miércoles, el sábado y el 9 de agosto / Nuestra opinión: muy bueno
Hablemos de libertad. Un poco, porque éste es el nombre del tema final del show que marcó el regreso de La Renga a los escenarios porteños. Otro poco porque esa canción es el eterno cierre de sus presentaciones. Y, finalmente, para hablar de libertad.
La banda de Mataderos inició el sábado la seguidilla de cuatro fechas en Huracán. Y, con este hecho, se dejó de lado la ¿renuencia? capitalina al grupo, que hacía casi una década no tocaba en la ciudad de Buenos Aires. Por eso, el éxtasis: inicial y permanente. Y, por eso, la libertad topicalizada: por el hecho de insistir en que, libres de censura u opresión, lo dicho y lo hecho pueden fluir. Y así lo expresó Chizzo Nápoli, luego de que a las 21.30 comenzaran los primeros temas, ambos de Pesados vestigios ("Corazón fugitivo" y "Nómades"): "Seres queridos, tanto tiempo. Por fin, después de tantas idas y venidas acá estamos. Gracias a todos los que estuvieron apoyándonos, haciendo el aguante", dijo. Y mencionó en el agradecimiento a artistas, periodistas, productores, familia. "Y a todos ustedes."
¿Quiénes son esos "ustedes"? Mayoritariamente, los fanáticos de La Renga, llamados "Los mismos de siempre" (LMDS): los que bailaron, poguearon, se sacaron fotos con el escenario de fondo, se filmaron cantando con amigos del momento. Los que se embebieron (metafórica y literalmente) en la tradición guevarista de Chizzo y, por eso, protestaron ante el primer pedido para que se bajaran algunos colgados de los alambrados. Hasta que escucharon las palabras mágicas: "Hay lugar para todos. No quiero que nadie venga a romper las bolas mañana". Aplausos y obediencia a las palabras del cantante.
Si, a mitad del show, Tanque simuló un latido con la batería, justo antes de tocar "El rito de los corazones sangrantes", ese gesto sintetizó el poderío de La Renga: el sentimiento. Como el maratónico Tete, siempre celebrado por su energía. El sentimiento más allá de la propuesta estética. Aunque, en esta ocasión, ésta pesara al margen del ritual. Porque la puesta de pantallas laterales (a veces sincronizadas con el escenario y entre sí; otras proyectándose diversas) junto con las luces contribuyeron al clima propuesto desde lo musical. Y porque el sonido se mantuvo limpio y fuerte, sin fisuras y al alcance de todos. Cuestión no menor en shows tan masivos como los de La Renga. Si no, basta con comparar los altibajos de la última presentación de la banda en la Capital, en el autódromo municipal. Aquella vez, la cantidad de gente duplicó holgadamente el límite de convocatoria permitido para esta seguidilla 2017. Y ésta sea, acaso, la fórmula del éxito, tanto musical como organizativamente: menos gente y más shows. Lo que permitió altos momentos en el repaso de su discografía casi completa, como los temas "Oscuro diamante", "Bien alto", "La razón que te demora", "El final es en donde partí", "El viento que todo empuja" y "Desnudo para siempre".
Antes de tocar este último tema, Chizzo afirmó: "Conozco todas las baldosas viejas de acá y esta canción habla de eso". Y cantó: ¨Salgo a caminar por las calles silenciosas del suburbio". Y, justamente, allí es donde se constituye el espacio de resistencia de este rock: en el barrio. Como afirman Oscar Blanco y Emiliano Scaricaciottoli en el libro Las letras de rock en Argentina: "La calle, y en especial la del barrio de pertenencia, parece el afuera de toda regla social oficial, en donde se produce el efecto de borrado de los límites de edad, de clase, de sexo, de ocupación, de educación y de estado civil". Y he aquí la paradójica receta de vigencia y de fanatismo que sigue generando el grupo: no se trata de una búsqueda de evolución/experimentación: se trata de resistencia. Y de coherencia (si se quiere) con los paradigmas que propiciaron los inicios de la banda: La Renga muere, pero, sobre todo, vive fiel a su idiosincrasia. Y así lo atestiguaron la gente y el cielo de Parque Patricios.
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