Morir de amor: una atrapante historia de terror psicológico que dejará huella en la TV
Morir de amor / Idea original: Erica Halvorsen y Gonzalo Demaría / Autores: Sebastián Rotstein y Federico Rotstein / Fotografía: Luis Sens / Dirección de arte: María Fernanda Challi / Edición: Hernán Roselli / Elenco: Griselda Siciliani, Esteban Bigliardi, Nacha Guevara, Brenda Gandini, Sofía Gala Castiglione, Belén Blanco, Daniela Cardone, Agustín Sullivan / Producción general: Diego Estevanez / Dirección: Anahí Berneri / Canal: Telefé / Horario: miércoles, a las 23.30 / Temporada completa disponible en Flow y Cablevisión On Demand / Nuestra opinión: muy buena
No hay registros históricos en la memoria de nuestra televisión abierta de más alto perfil en la Argentina de un relato de ficción tan oscuro y nihilista como el que propone Morir de amor. Esta flamante propuesta de Telefé, producida a varias manos, como ya se ha hecho costumbre, conviene verla en su secuencia completa, aunque sus capítulos semanales (de algo más de 35 minutos) ofrecen desenlaces más o menos precisos e incógnitas abiertas hacia adelante. De cualquier manera, esa secuencia episódica adquiere otro matiz vista en plenitud, porque a lo que más se parece Morir de amor es a la transcripción visual de la novela sobre un asesino serial de mente retorcida y la progresiva fascinación que este personaje va ejerciendo en una figura de apariencia "normal" llevada por las circunstancias de la vida a una situación límite, extrema.
El asesino, sin dudas el personaje más atrapante y magnético del relato, aparece encarnado por Esteban Bigliardi, un consumado y brillante actor del cine y el teatro independientes que figurará de aquí en adelante en todas las menciones sobre la "revelación" televisiva de 2018 y no tardará en ganar continuidad en este medio. Su nombre de ficción es Juan Deseado Molina, referencia quizá demasiado explícita a su comportamiento con las mujeres: sus pulsiones sexuales están inexorablemente asociadas a la muerte.
El personaje de Bigliardi es el verdadero protagonista de este relato, que pertenece en términos de género más al terror que a la intriga psicológica o al policial, si no compartiera el escenario central con una figura de tanta presencia y cartel como Griselda Siciliani, cuya aparición podría significar el comienzo de otra etapa en su carrera bien distinta (y distante) de su trayectoria previa, marcada sobre todo por la comedia costumbrista.
A primera vista, podría decirse que Siciliani no parece la actriz mejor modelada para vestir las ropas de su complejo personaje. Su larga cabellera, teñida de un rubio ostensiblemente artificial, podría funcionar casi como un truco o un deliberado disfraz. Lo mismo parecen sugerir las ropas holgadas que viste todo el tiempo. Pero, de a poco, podemos percibir con claridad la fascinación que ejerce ese papel para la actriz que la interpreta. Helena Kristen, su personaje, trabaja como abogada en una empresa de salud o una obra social (nunca está del todo clara la diferencia) y se encarga de autorizar tratamientos a personas con enfermedades incurables o terminales. Y la historia empieza casi en el mismo momento en que ella misma recibe ese mismo diagnóstico, que decide ocultar a sus semejantes.
Lo que empieza a desarrollarse desde allí es una suerte de juego del gato y el ratón entre Juan Deseado y Helena, que ejerce un doble rol. Sospecha del hombre como posible autor de crímenes espantosos contra mujeres expuestas a daños físicos irreversibles (y en función de eso actúa como detective), pero, a la vez, se muestra irresistiblemente atraída hacia él. En su nueva conciencia vital de finitud cercana, Helena parece haberse contagiado de la pulsión del hombre y decide actuar en consecuencia. Con su mirada se hace la misma pregunta que Gabo Ferro y Sergio Chotsourian desde el poderoso tema musical que acompaña los títulos iniciales y finales de cada episodio: ¿quién soy?
Sin descuidar jamás ese conflicto central, Anahí Berneri pone con la misma atención e igual esmero el foco en otras situaciones cargadas de tensión y de misterio: los complejos vínculos familiares de Helena, la relación que ella mantiene con su trabajo (para la directora, todas las instituciones parecen compartir un mismo código de oscuridad y sordidez), los orígenes del trauma de Juan Deseado, las sombrías historias de vida de las desahuciadas víctimas del asesino. Berneri retoma un tema recurrente de su filmografía (personajes acostumbrados al sufrimiento que no se resignan a encontrar alguna salida, por lo menos paliativa) en un nuevo contexto narrativo que parece fascinarla tanto como a la protagonista femenina del relato.
En Morir de amor hay escenas muy truculentas (cada muerte tiene imágenes más espeluznantes que la anterior), diálogos cortantes y filosos y una atmósfera de pesimismo de la que parece casi imposible salir. Más interesante que la evolución misma del relato es el conjunto de acertijos para desentrañar que Berneri pone en la cabeza de los dos personajes centrales. Lo que sobre todo hace Morir de amor es dejar la vara muy alta para todas las ficciones televisivas locales que se asoman a temáticas parecidas. Frente a ella, las anteriores quedan como acercamientos pueriles al terror psicológico. Y las que vienen tendrán que mirarse inexorablemente en este espejo.
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