Una artista que es capaz de devolvernos el alma con su violín
Show. Laurie Anderson ofreció mucho más que un concierto, fue un ritual de sabiduría y reflexión, con ideología, música y mucha sensibilidad
Dos años atrás Laurie Anderson estrenó su aclamado Heart of a Dog. El largometraje, un film ensayo sobre la vida y la muerte de su terrier Lolabelle, los sueños y la memoria, septiembre de 2001 y la vigilancia informática, el budismo y el Libro tibetano de los muertos, es una cajita musical del corazón de la artista, porque concentra tanto sus intereses sonoros como su pasión por el dibujo, la imagen y las artes plásticas. Pero lo más importante de Heart of a Dog es que reconecta a Laurie Anderson con su rol de narradora, el de aquella artista que cuenta historias sobre una base de ambientación programada, la de discos como The Ugly One With the Jewels o su magna obra United States Live, la clásica colección de grabaciones en vivo de 1984. El set que presentó Anderson en su cuarta visita a la Argentina tuvo que ver con este tipo de performances; fue esa clase de animal.
En silencio, Laurie Anderson salió al escenario del teatro Ópera con una enorme pantalla a sus espaldas para traducir sus ensayos bonsái. Al principio había tan sólo una frase, diseñada con la voracidad de una tiza sobre un pizarrón: "Dicen que este imperio está cayendo, como cayeron todos los imperios". Las frases entraron a circular por el pizarrón, borrón y cuenta nueva, hasta que Laurie tomó el micrófono para citar a Naomi Klein. "Algo nuevo pasa en los Estados Unidos. Antes, se trataba de crear caos en un país para ocuparlo. Hasta que alguien dijo: «¿Qué tal si lo hacemos en el nuestro?»". El ácido y la mordacidad quedaron membretados en esa pregunta inicial y, de inmediato, Anderson siguió ensayando sobre distintos temas, intercalando las narraciones con su violín eléctrico en piezas de estructura clásica, como preludios. Se refirió a Walden de Thoreau y a su abuelo sueco, a las cartas que le mandaba al senador John Fitzgerald Kennedy cuando presidía un centro de estudiantes en la secundaria. A Twitter, para concluir que estamos ahogados en historias. Habiendo hecho del escenario su living, se trasladó a un sofá y resumió Los pájaros de Aristófanes; allí, un poeta sugería a las aves la construcción de un muro entre el cielo y la tierra. La actualidad norteamericana iba y venía de su discurso.
De vuelta al atril, Laurie programa un colchón de ambiente en su tablet y produce maravillosos sonidos con su violín, vibrantes arpegios mechados de hábiles pizzicatos. Nunca se la oyó tan diestra en su instrumento. Pero el violín está sólo para preludiar historias. Sigue la pantalla con un fragmento de Heart of a Dog, y la anécdota de cuando era niña y quiso hacer un salto ornamental pero erró a la pileta, quebrándose la espalda. Luego, los cuentos del conejo gris que le narraba la enfermera y la ironía de que Laurie ya leía a El jugador, de Dostoievski. Y la parte olvidada: los niños quejándose y muriendo en el hospital. "Siempre contamos desde nuestro lugar", reflexiona. Entre el violín y las proyecciones de la película, la performance adquiere un tono introspectivo, cuando la pantalla superpone el goteo de lluvia sobre un vidrio con la imagen de Lou Reed, que empieza a cantar. Por un instante, se sintió como si el desaparecido ex Velvet Underground, esposo de Anderson, hubiera estado en el escenario. Y seguidamente aparecieron imágenes de Lolabelle; tal era el poder de Laurie, que resucitaba almas empuñando su violín como un nigromante.
Hacia el final, una base rítmica y un sintetizador nocturno crearon una atmósfera de Midwest como en Perfect Lives de Robert Ahsley, y el imperio seguía cayendo. "No me pareces un Presidente, esto no me parece justicia. Oh, Lou, extraño tu tacto, tu sensibilidad y tus canciones. Escucho a mi maestro decir, todo lo que nos rodea es amor, incluso el suicidio. No vuelvas al mar, no me dejes. ¿Para qué son los días, sino para ponerle límite a las interminables noches?". Y Laurie, que se había propuesto hacer más un stand up que un set de canciones, terminó cediendo a su espíritu artístico y retomó la confusión de la era Trump como leit motiv, como una melodía reconocible que emerge en momentos cruciales. "¿Cómo volvemos a empezar?", fue su última pregunta; "¿cómo lo hacemos de nuevo?".
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