Un viaje espacial para responder eternas preguntas
"Contacto" ("Contact", EE.UU./1997, color). Producción hablada en inglés presentada por Warner Bros. Guión: James V. Hart y Steve Starkey, basado sobre la novela de Carl Sagan. Intérpretes: Jodie Foster, Matthew McConaughey, James Woods, John Hurt, Tom Skerritt, Angela Bassett, William Fichtner. Fotografía: Don Burgess. Música: Alan Silvestri. Diseño de producción: Ed Verreaux. Dirección: Robert Zemeckis. Duracióm: 150 minutos. Apta para mayores de 13 años. HHH
La secuencia inicial es prometedora. Mientras en la banda sonora se superponen las voces, los ruidos y la música emitida por miles de estaciones de radio o TV, la cámara inicia un largo viaje hacia atrás (o hacia arriba), alejándose de la superficie de la Tierra y reduciéndola al tamaño de un puntito minúsculo que se hunde entre miles de constelaciones como en un embudo cósmico y se pierde en el infinito mar de las galaxias.
En seguida se descubre que la travesía por el cosmos -impresionante, aunque un poco excesiva en su duración- ha sido ilusoria: no hemos salido del ojo de la protagonista, que desde chica ha estado fascinada por el espectáculo del cielo y ha dedicado su vida a escudriñar el espacio en busca de señales de vida extraterrestre. También se comprueba que a pesar de la seriedad con que plantea el tema -tomado de una novela de Carl Sagan- y de su apelación a la inteligencia de la platea, Robert Zemeckis no pierde las mañas: se enamora de sus efectos y los repite más de la cuenta, se entusiasma demasiado con las referencias a hechos históricos y personajes de la vida real y más de una vez se pone obvio y reiterativo.
"Contacto" navega casi en el tiempo por esas aguas divididas. Es alternativamente provocativa y epidérmica, apasionante y monótona, ampulosa y perturbadora. De pronto avanza con la marcha acelerada y vivaz del thriller, de pronto se enreda en explicaciones innecesarias o redundantes y en presuntuosos convites a reflexionar sobre cuestiones metafísicas antiguas como el hombre sin pasar de un enunciado rápido y superficial. Sin duda, las imágenes sugieren mucho más sobre la relación del hombre y el universo que ciertas sentencias más o menos obvias dichas con el aire de filósofo mediático del personaje de Matthew McConaughey.
Después de ese prólogo al que se volverá más tarde para conocer alguna experiencia infantil de la porfiada investigadora, la historia entra de lleno en el quehacer de la astrónoma, describe su carácter, subraya el compromiso y la pasión con que afronta la tarea y detalla los obstáculos con los que tropieza en un mundo en que también la investigación científica choca contra la exigencia de pronta rentabilidad. La voz del infatigable Carl Sagan puede adivinarse detrás de unos cuantos de esos apuntes.
El libro no siempre consigue avanzar con claridad entre el fárrago de información sobre los programas, aparatos y técnicas de que se vale la protagonista para captar los sonidos que andan por el espacio. Pero aunque la síntesis se hace desear (en esos primeros tramos y también más adelante), pronto se desemboca en el esperado momento en que un curioso ciclo sonoro empieza a dar señales de vida inteligente desde la remota Vega.
Aquí, crece la vibración y Zemeckis pone en juego su oficio narrativo, sin descuidar la tensión y el impacto emotivo. Lo que viene después imagina el efecto que podría generar en la sociedad el inquietante descubrimiento y vislumbra una de sus previsibles consecuencias: la reactivación del conflicto entre el saber científico y la fe. También en este terreno -donde no falta el giro ingenioso- el film resulta más provocador y estimulante por lo que se desprende de los hechos que por lo que propone en las palabras.
Aciertos y flaquezas son tanto responsabilidad del guión como de la dirección. Zemeckis usa con bastante rigor los efectos visuales para poner en pantalla las situaciones de mayor espectacularidad -el viaje al lejanísimo territorio emisor de los mensajes, por ejemplo-, pero cede a la tentación de los jueguitos tecnológicos a la manera de "Forrest Gump" y -tal vez para subrayar que lo que imaginó Sagan no está tan lejos de verificarse en la realidad abusa del recurso de incluir en la trama a figuras públicas, entre ellas muchos periodistas conocidos y el mismísimo Bill Clinton. Hay que agradecerle, sí, que se concentre en el aspecto humano y polémico de la historia antes que en la mera descripción de una aventura espacial.
Los desniveles también alcanzan al dibujo de personajes. El más elaborado es, claro, el de la protagonista. Y se entiende que el film se vuelque francamente sobre ella porque es la que moviliza todas las acciones y porque Jodie Foster le presta su inteligencia, su temperamento y su poderoso encanto. McConaughey está ahí para servirle de galán, contribuir con el costado romántico y agitar alguna polémica. Su papel es, seguramente, el más endeble. A John Hurt le toca en suerte un personaje al borde de la parodia que él parece divertirse en encarnar. Tom Skerritt y Angela Bassett hacen lo que pueden con los suyos -bastante esquemáticos- y James Woods vuelve a lucir su autoridad como el asesor de la Casa Blanca que sigue con mirada recelosa los pasos de la astrónoma.
Es probable que "Contacto" prometa más de lo que en definitiva entrega. Pero conviene recordar que se trata de una superproducción de 95 millones de dólares, una de ésas que Hollywood pone en circulación cada verano y a la que no se le suele pedir más que entretenimiento y espectacularidad. Y en ese sentido hay que admitir que la comparación la hace brillar especialmente. Y que, además de cumplir con su cometido primordial, llega a veces -por el peso de las imágenes y por lo que la historia sugiere- a aproximarse a la poesía.{Sutbtit. concatenado} Parentesco Quizás para compensar el cociente de inteligencia más bien exiguo de su héroe anterior, Forrest Gump, el director Robert Zemeckis dedica su nueva película a una mente brillante, la de Ellie Arroway. Sin embargo, no es difícil hallar entre los dos algún aire de familia.
El triunfo de Forrest (el del personaje, no estamos hablando de premios ni de taquillas) no se debe precisamente a sus luces intelectuales, bien magras por cierto, sino a que el azar se encapricha en colocarlo siempre en el lugar correcto y en el momento oportuno, pero también -según quiere decirnos el realizador- a su corazón sencillo e incontaminado.
Ellie, que sí es muy inteligente y que se ha quemado las pestañas estudiando y los oídos investigando (en rotunda prueba de convicciones firmes y tenacidad), conserva, sin embargo el corazón puro, no conoce la malicia y se niega a utilizar para defenderse (a sí misma y a su proyecto) otra arma que la verdad.
Del parentesco entre los dos personajes también podría inferirse que Zemeckis parece desconfíar un poco de la inteligencia y apostar por la honestidad. ¿Será que las considera incompatibles? Responder la cuestión -o adivinar en Zemeckis alguna intención demagógica- queda a cargo de cada espectador.
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