Un viaje a la tragedia íntima
"Magnolia" (Idem Estados Unidos/1999). Producción de New Line presentada por Distribution Company. Fotografía: Robert Elswit. Edición: Dylan Tichenor. Música: Jon Brion, con canciones de Aimee Mann. Intérpretes: John C. Reilly, Tom Cruise, Melora Walters, Jason Robards, Julianne Moore, Philip Baker Hall, Philip Seymour Hoffman, William H. Macy, Luis Guzman, Jeremy Blackman, April Grace y Alfred Molina. Guión y dirección: Paul Thomas Anderson. Duración 188 minutos. Para mayores de 18 años. Nuestra opinión: Muy buena .
Más de tres horas de duración, personajes que atraviesan situaciones límite, confesiones de una crudeza y una profundidad desacostumbradas, una veintena de actores de primera línea ofreciendo absolutamente todo de sí, una puesta en escena virtuosa y arriesgada hasta la desmesura (léase personajes moribundos que cantan, un diluvio de... ¡sapos!).
Todo eso (y mucho más) ofrece este tercer largometraje del joven maravilla del cine independiente norteamericano Paul Thomas Anderson. Tras el éxito de crítica y público conseguido con "Vivir del azar", y especialmente con "Boogie Nights - Juegos de placer", a este realizador de apenas 29 años se lo admira (Tom Cruise pidió trabajar con él por una paga simbólica) y se le perdona cualquier tipo de caprichos y excesos.
Y, por eso, habrá que advertir que "Magnolia", una historia coral sobre la crisis afectiva, física y/o moral de un amplio grupo de personajes del muy californiano valle de San Fernando, es una película irregular, con desniveles muy pronunciados.
Pero, más allá de los cuestionamientos que puedan hacérsele a Paul Thomas Anderson (empezando por su arbitrariedad y megalomanía), hay que reconocerle también su enorme talento como cineasta, como escritor de situaciones de una potencia dramática avasallante y conmovedora, como director de actores y -principalmente- como artista provocativo y arriesgado que sólo encuentra una comparación reciente en "¿Quieres ser John Malkovich?" (ambas estuvieron nominadas al Oscar al mejor guión).
Con la apuntada excepción de una megaestrella como Cruise, por "Magnolia" desfilan muchos actores vistos también en películas de los hermanos Coen, de David Mamet y de Robert Altman como William H. Macy, John C. Reilly, Philip Seymour Hoffman o Philip Baker Hall, entre varios otros.
Precisamente, de aquellos "patriarcas" del cine independiente estadounidense (sin olvidar tampoco a John Cassavetes y Lawrence Kasdan), y especialmente de la estructura coral y la sordidez sin complacencias de "Ciudad de ángeles", bebe Anderson para construir una suerte de síntesis de las miradas y las búsquedas de aquellos cineastas.
Pero esta película -ganadora del Oso de Oro en el reciente Festival de Berlín- va más allá de la observación superficial y escarba, con la misma irreverencia de "Felicidad", el polémico film de Todd Solondz, en el patetismo y las miserias de personajes torturados por la descontención emocional, las (re)presiones, el adulterio, el incesto y hasta el cáncer terminal.
Pocas veces se ha visto a tantos actores llorando, sufriendo en cámara como le ocurre al popular predicador de la superioridad sexual masculina que ofrece Cruise, al enfermo terminal que interpreta Jason Robards, al conductor televisivo que compone Baker Hall, al reprimido enfermero Seymour Hoffman, al frustrado y humillado William H. Macy, a la solitaria drogadicta Melinda Dillon, al policía benefactor John C. Reilly o la atormentada esposa que encarna Julianne Moore.
Monólogos confesionales
Personajes desesperados y desesperanzados que, en sus largos y por momentos jugosos monólogos a cámara, entregan unas confesiones íntimas capaces de ruborizar, conmover o indignar hasta al más frío de los espectadores.
Incapaz de controlar su osadía y su creatividad, con algunos momentos de innecesario sadismo y una veta algo reaccionaria (un moralismo demasiado subrayado respecto de la infidelidad), Anderson concibe igualmente una de esas obras que, muy de vez en cuando, permiten múltiples lecturas y discusiones apasionadas.
Para los amantes de la forma, el realizador demuestra una gran capacidad para trabajar el montaje paralelo, para sorprender con detalles que luego adquieren trascendencia en la trama y para utilizar las canciones como un elemento de cohesión narrativa de enorme incidencia.
Así, no resulta demasiado arriesgado pronosticar que, con un poco más de humildad y aplomo, Anderson está llamado a ser uno de los grandes directores del cine norteamericano del nuevo milenio.