Un reciclaje que funciona
La cenicienta (Cinderella, EE.UU./2015) / Dirección: Kenneth Branagh / Guión: Chris Weitz / Fotografía: Haris Zambarloukos / Edición: Martin Walsh / Música: Patrick Doyle / Diseño de producción: Dante Ferretti / Elenco: Cate Blanchett, Lily James, Richard Madden, Stellan Skarsgard, Derek Jacobi, Helena Bonham-Carter y Ben Chaplin / Distribuidora: Disney / Duración: 105 minutos / Calificación: Apta para todo público.
Nuestra opinión: buena.
Enredados, Maléfica, Frozen y ahora esta nueva versión de La Cenicienta. Ya sea en producciones animadas o con actores de carne y hueso, Disney es el estudio que mejor entiende el (y mayor provecho saca del) universo de las princesas y las heroínas (en su asociación paralela con Pixar también incursionó hace poco en Valiente).
La Cenicienta modelo 2015, dirigida por el otrora shakespeariano Kenneth Branagh y hoy "firma de la casa" (venía de filmar para ese holding una película de superhéroes como Thor), profundiza en la tendencia -no sólo de Disney- de personajes femeninos fuertes y con características más independientes y modernas que en los cuentos de hadas y los films clásicos donde aparecieron. En este sentido, tanto en sus méritos estéticos como en sus flaquezas narrativas, esta suntuosa producción pletórica de efectos visuales y grandes decorados tiene también unos cuantos puntos en común con la saga de Alicia en el País de las Maravillas.
La película arranca con una suerte de prólogo que describe el origen feliz de Ella, mucho antes de convertirse en la desdichada Cenicienta. Tras esa introducción, irrumpe en escena la madrastra de Cate Blanchett, que se casa con su padre (Ben Chaplin) poco antes de que éste muera. Lo de "irrumpir" no es antojadizo, ya que la extraordinaria actriz se lleva (para bien o para mal) el film por delante. Es ella, en un tono ampuloso y camp que remite a la bruja que interpretó Meryl Streep en la reciente En el bosque, quien se adueña de la escena con su belleza, su capacidad de manipulación y su crueldad sin límites (no pocos han comparado su actuación con las de Joan Crawford y a su personaje, con el de Cruella de Vil).
En cambio, tanto Lily James (Ella) como Richard Madden (el Príncipe), vistos en dos series que aquí también sirven de referencia como Downton Abbey y Game of Thrones, resultan bastante anodinos en sus aportes y con no demasiada química romántica. Entre los múltiples intérpretes británicos que desfilan en pantalla, se destaca la breve intervención de Helena Bonham-Carter como el hada madrina que, en una escena con un muy logrado despliegue visual, convierte calabazas en carrozas, ratones en caballos y harapos en vestidos deslumbrantes.
Las aventuras no son todo lo sólidas o divertidas que podrían (y deberían) haber sido, pero aun así este reciclaje y modernización del cuento tradicional funciona. Tras el éxito de éste y otros proyectos similares algo queda claro: hay princesas para rato.