Un poco como leer un libro y otro poco como un videojuego
La ficción televisiva en Internet tiene un nuevo idioma; "atracón" es una palabra clave
NUEVA YORK (The New York Times).- En algún momento, mientras miraba Sense8 -la espléndida y estrafalaria serie de Netflix sobre ocho personas de diferentes partes del planeta que no se conocen pero que tienen la capacidad de conectarse telepáticamente para ayudarse en peleas y realizar orgías virtuales- no tuve más remedio que preguntarme: ¿qué estoy mirando? Y no me refiero a la pregunta que me surge cada vez que tengo que reseñar algún programa desconcertante. Era una pregunta que buscaba definir qué era esa historia maximalista, maximizada e interconectada. ¿Una miniserie? ¿Una megapelícula? En otras palabras, ¿eso es tele-Netflix?
En televisión, el relato siempre ha sido una consecuencia del mecanismo de transmisión. ¿Por qué cada episodio tiene un final abierto? Para que a la semana siguiente y a la misma hora, volvamos a sintonizar el mismo canal. ¿Por qué los programas duran una hora o media hora? Porque cuando uno mira en tiempo real, y necesita un cronograma predecible. ¿Por qué los episodios tienen una estructura de varios "actos"? Para dejar espacio a los comerciales.
Las series como Deadwood, de HBO, que logró desembarazarse de los cortes publicitarios y las restricciones de contenidos de las cadenas de televisión, han sido comparadas con las novelas de Dickens. Mirar una serie de streaming es todavía aún más parecido a leer un libro -uno la recibe como un todo sin costuras y puede programar sus propias pausas-, pero al mismo tiempo, es como un videojuego. ¿Por qué? Porque las series por streaming provocan "atracones" como los juegos de inmersión, porque están dirigidas al usuario, y porque "te absorben" durante horas, en las que el tiempo parece dejar de tener sentido. La opción por default es apretar play para el siguiente episodio, y no hay nada más fácil que dejarse llevar. Y hasta pueden ser competitivas: nuestros amigos postean en las redes sociales hasta dónde llegaron, minuto a minuto. Cada episodio se convierte en un nuevo nivel a descifrar, como en los videojuegos de inmersión.
Esa nueva dinámica también implica una nueva relación con el público. La televisión tradicional -que ahora en la jerga se llama "TV lineal"- presupone que tenemos poco tiempo, apenas unas pocas y preciadas horas antes de irnos a dormir. Pero el servicio de streaming da por sentado que es el dueño de nuestro tiempo libre. Los "atracones" de series presuponen un intercambio diferente con el espectador. Las series tradicionales tienen éxito sobre la base de generar un estado de tensión constante, para incitarnos a sentarnos frente a la tele la semana siguiente, a la misma hora, y en el mismo canal. Pero el streaming apuesta a "absorbernos".
Por supuesto que nadie nos impide dosificar mejor los capítulos, pero de hacerlo, la experiencia cambia. Cuando vemos un capítulo por semana, el tiempo que pasa mientras no miramos y la vida sigue, se convierte en parte del programa. Breaking Bad, por ejemplo, es la historia del descenso, o ascenso, de un hombre, desde una vida común y corriente hacia una vida delictiva. En tiempos narrativos, la historia transcurre a lo largo de dos años. Vista semanalmente por AMC, duró más de cinco. Pero verla en formato "atracón", como les ocurrió a muchos que la descubrieron tarde, lleva entre una y tres semanas.
Para el espectador semanal, Walter White, el protagonista, fue cambiando en cámara lenta. Fue cayendo de a poco, paso a paso, de un modo que ponía el énfasis en un descenso moral escalonado. Pero quienes vieron la serie de corrido lo vieron transformarse de un momento a otro, de una manera dejaba entrever que su tendencia a la arrogancia y la maldad ya estaban en él desde el principio. Ninguna de ambas percepciones es errónea. De hecho, ambos temas fueron hábilmente estructurados dentro de la serie. Pero en cierto sentido, la manera de ver afecta la historia que vemos.
Y los programadores del servicio de streaming son perfectamente conscientes del efecto "atracón". Según datos de Netflix, la mayoría del público de streaming (incluidos quienes miran contenidos y series originalmente pensados para televisión lineal) miran 3 o 4 episodios antes de decidir si van a ver la temporada completa, lo que significa que las series pensadas para streaming pueden tomarse más tiempo para construir la historia, ya que las series de televisión tradicional debían jugarse el todo por el todo en el episodio piloto.
Ese abordaje tiene sus ventajas: cuando uno tiene varias horas para lograr el compromiso del espectador, no necesita llenar el primer episodio de artilugios, y además, no hay necesidad de "repetir" el piloto, o sea, volver a contar la primera historia en los episodios subsiguientes para dar tiempo a los espectadores recién llegados. Con el streaming, los productores pueden llenar la serie de historias y de incidentes, y confiar en que los espectadores no olvidarán ningún detalle. Orange Is the New Black, por ejemplo, construyó las historias de decenas de personajes en apenas 3 temporadas. Pero también puede generar relatos aletargados y sin forma que confían en que los espectadores seguirán mirando absortos, por el principio del "costo hundido", como es el caso de Bloodline.
Como los programas de los canales de televisión tradicional se siguen produciendo cuando están al aire, pueden ser rectificados o ajustados en la mitad de la temporada, en caso de que el rating decaiga o algún personaje genere rechazo. Las series por streaming, por el contrario, parecen bajar de la montaña grabadas en tablas de piedra, y por lo tanto ese intercambio con el público se pierdo por completo.
Lo que sí hace Netflix es recopilar una enorme cantidad de información de lo que a la gente ya le ha gustado ver. ¿Les gustan los dramas de aventuras? Hagamos Marco Polo ¿Gustaron las sagas con historias de drogas, como Breaking Bad? Vamos con Narcos. Probablemente sea un excelente negocio, pero no es precisamente un incentivo para la innovación y los saltos a lo desconocido.
El drama con los dramas
Tal vez esa sea una de las razones por las que los servicios de streaming todavía no han generado un verdadero gran drama. (Tanto Orange Is the New Black como la magnífica Transparent son, en parte, comedias.) Y lo mejor que se ha visto el año pasado en televisión, en cualquier plataforma, son justamente las comedias, como Master of None, Unbreakable Kimmy Schmidt, BoJack Horseman y Catastrophe. Las series dramáticas tal vez sean las que potencialmente más podrían cambiar por el efecto "atracón", lo que significa que sus creadores son los que más tienen que aprender sobre su factura, y los espectadores, sobre la forma de mirarlos.
Hasta el momento, el streaming les ha servido sobre todo a cierta clase de dramas de argumento denso, efectivo, pero poco revolucionario. Cuando uno ha aceptado que House of Cards no es la próxima The Wire, sino más bien un dibujo animado político con actores de carne y hueso, entonces uno puede divertirse viéndola: la compañía perfecta que uno puede mirar en su tableta mientras dobla las sábanas recién salidas del lavarropas.
Lo que me devuelve a Sense8, de los hermanos Andy y Lana Wachowski. Desde un punto de vista tradicional, Sense8 es en más de un sentido un desastre: absurda, risible, llena de torpezas y potenciada por la idea alucinógena de que todos estamos conectados. Pero también es osada y refrescantemente nueva, un verdadero esfuerzo de los Wachowski por utilizar al máximo cada centímetro del bastidor ampliado de este nuevo formato televisivo.
Más que ninguna otra innovación de la industria televisiva de los últimos tiempos, el streaming tiene el potencial, y hasta la posibilidad cierta, de generar un género completamente nuevo de relato, que combine elementos de la televisión, de las películas y de la novela, y al mismo tiempo ser diferente de todas ellas. Pero lograr dominar ese género nos llevará un buen tiempo a todos.
Por suerte, nos quedan todas las vacaciones para seguir intentándolo.
Traducción de Jaime Arrambide
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