
Un Otelo nuevo, inusual, diferente
OTELO / Libro: William Shakespeare / Traducción y adaptación: Martín Flores Cárdenas y Francisco Grassi / Dirección: Martín Flores Cárdenas / Intérpretes: Guillermo Arengo, Vanesa González, Ezequiel Díaz, Esteban Meloni, Laura López Moyano, Javier Pedersoli, Roberto Castro, Toto Castiñeiras y Florencia Bergallo / Músicos: Julián Rodríguez Rona, Fernando Tur, Christian Basso y Zurima Frers / Música: Julián Rodríguez Rona / Escenografía: Alicia Leloutre / Vestuario: Cecilia Zuvialde / Iluminación: Javier Casielles y Mariano Arrigoni / Coreografía: Manuel Attwell / Teatro: Regio, Córdoba 6056 / Funciones: jueves a sábados, a las 20.30; domingos, a las 19 / Duración: 90 minutos.
Nuestra opinión: buena
Casi como una estrella de rock se presenta este Otelo no bien se prenden las luces de escena. Y dan ganas de quererlo a este hombrón que imaginó Shakespeare hace tantos años y que -paradójicamente- tan al dedillo cabe en estos tiempos de decir basta a los hombres violentos. Es que por ahí viene la mirada que el director Martín Flores Cárdenas le dio a esta tragedia que siempre hizo pie en Otelo y ahora lo hace en Desdémona. Ella es la que muere, él es el que mata.
Así y todo, querible a más no poder es el Otelo que construye Guillermo Arengo; enamorado y tierno hasta la compasión. Pero asesino al fin. Provocado, instigado, punzado, enloquecido? asesino al fin.
¿Cómo se cuenta una historia que ya todos conocen? ¿Cómo recrear la incertidumbre, la intriga con toda la información sobre la mesa? Flores Cárdenas lo hace cambiando el eje de atención, poniendo el foco en esta hermosa mujer que ya no es ni tan frágil ni tan etérea como se la ha pintado durante siglos, sino más carnal y disfrutadora. Desdémona, en esta puesta, tiene una voz.
Y luego, con todo un arsenal de artilugios escénicos tremendamente atractivos. Una banda en vivo con rock y música electrónica; coreografías con el sello de Manuel Attwell; mucho humor (¡Toto Castiñeiras está increíble!) y un alto compromiso físico del elenco que permanece en los laterales del escenario durante toda la obra. Desde allí participan, reaccionan y arengan a sus compañeros. En esta puesta no hay cuarta pared, los personajes se conectan con el público y son narradores de la historia que los atraviesa. El espectador es un necesario interlocutor en esta forma de contar ficciones superpuestas. Es que los personajes también son público y tienen su propio escenario. Uno donde están las fantasías, los sueños y las pesadillas. Uno que pone luz (mucha) donde se cuenta la oscuridad.
El dispositivo escénico -creado por Alicia Leloutre- es otro personaje fuerte de la propuesta, que espera (quizás demasiado) su tiempo para intervenir. A pesar de tener un escenario despojado y austero, este Otelo es una explosión de múltiples sentidos a los que, desde la platea, se trata de decodificar o simplemente disfrutar. Pero hay algo en el transcurrir de la obra que se va aletargando hacia el final y las emociones se van perdiendo.
Así y todo, la experiencia es atractiva, recomendable y, por momentos, muy energizante. Y en eso ayuda el elenco con el que salió a la cancha Flores Cárdenas, uno verdaderamente muy bueno que lleva adelante un trabajo muy parejo. En ese rango es imposible no destacar la labor escénica de Guillermo Arengo, que se vuelve impensadamente frágil -lo que genera tanta contradicción emocional-, el de Vanesa González que se convierte en una Marilyn hipnótica, el de Ezequiel Díaz y Esteban Meloni, quienes conforman una dupla antagónica perfecta.
Una mujer muere, un hombre mata, pero antes el público disfrutó -hasta la risa franca- en la platea. Sin dudas, un Otelo diferente, con una relectura que provoca nuevas sensaciones.
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