Un lunes con el Hamlet de Branagh
Mañana, en la sala Leopoldo Lugones, se realizará el preestreno del film dirigido y protagonizado por el actor inglés
Hemos visto a muchos hacer de Hamlet en el cine: el agonizante Laurence Olivier; el imponente pero quebradizo Innokenti Smoktunovski; el demasiado respetuoso Nicol Williamson, el lechoso Mel Gibson. Y habrá otros.
El proyecto es uno de los más audaces en cualquier cinematografía y para cualquier actor que necesite exponerse a que le digan algo, sobre todo lo que desea. Shakespeariano de origen, el irlandés Kenneth Branagh, después de "Enrique V", "Mucho ruido y pocas nueces" y la caricatura seria de un grupo de actores suburbanos que se deja seducir por el príncipe de Dinamarca ("Sueño de una noche de invierno"), decidió rodar, reescribir, interpretar y estrenar "Hamlet".
La presentó en la Navidad última, en sólo tres salas en el mundo, una en Nueva York _el cine París, detrás del Plaza Hotel, sobre la calle 58_, y las otras, The Royal Theatre, en Los Angeles, y The York Theatre, en Toronto. Debía apurarse por los Oscar. La primera función comienza a las 9 y sólo se pasa tres veces en el día. Dura tres horas y 58 minutos.
Es la única versión _escénica y cinematográfica_ en la que Guildenstern y Rosencrantz, dos personajes por lo general sólo conocidos en los diálogos de Shakespeare, dan rienda suelta a su palabra, sin que nadie les tache línea. Branagh se animó con "Hamlet" sin cortarle un línea y, lo que es mejor, sin aburrir, un temor que inunda a la platea justo al comenzar la proyección, momento en el que inevitablemente se representan en uno _espectador voluntarioso, al fin_ las casi cuatro horas que faltan.
Falsa alarma. Desde el momento inicial, cuando Jack Lemmon _uno de los oficiales que ha visto el espectro del rey asesinado, el padre de Hamlet_ dice su verso admirado envuelto más en una nieve persistente que en ropajes de época, frente a un castillo con las rejas en primer plano, no resistimos a dejarnos cautivar.
La gente que llevó comida _hamburguesas, gaseosa, pororó y otros alimentos crocantes, habituales en los cines de Nueva York (allí vimos "Hamlet")_ prefirió mantenerse callada o comerse todo pronto, porque el espectáculo venía interesante, esforzado y serio.
A toda pantalla
Branagh pidió rodar en setenta milímetros (una cámara especial que registra el cuadro en 65 mm) y el frente del castillo, con un inmenso parque geométrico siempre nevado, ocupa todo el ancho, de lado a lado. Esa toma frontal del castillo funciona como pausa o como hiato recurrente en el entramado de la acción y en sus transiciones. La gigantesca pantalla no impide que el ochenta por ciento de las imágenes sean primeros planos _grandes primeros planos_, con los poros, los espesores, las arrugas, los pelos, las muelas, los granos y el lifting de los actores a centímetros de la dimensión curiosa _y asombrada_ de la mirada.
La letra del autor no se desvanece en la por momentos crispada reelaboración cinematográfica. Branagh sugiere como panorama (decorados, ropa, luz) la iconografía de un reino centroeuropeo en el paso del siglo XIX al siglo XX. Rememora el imperio Austro_Húngaro, pero es Dinamarca. Kenneth Branagh, que hace a Hamlet _no se lo iba a perder_ viste de negro, apretado, el cuello alto estilo mao, botitas abotinadas y lleva el pelo platinado, muy corto por los costados, y una barbilla adolescente. También Laurence Olivier ("Hamlet", 1948) llevaba muy rubio el pelo, pero Branagh parece recién salido de la boutique. El porte lo hace delgado y muy alto.
Su Hamlet no es melancólico ni rebelde ni revolucionario, según la visión de sus antecesores. Es un Hamlet impertinente, hablador, chillón, desafiante, agotador, delirante, enternecedor en el fondo de su drama, pero insistente e insoportable dentro del castillo. Provoca miedo, desdén e inseguridad en los demás. Polonio está más entremetido que nunca, Ofelia, envuelta en un chaleco de fuerza y en una celda acolchada, se ve desahuciada, y Claudio, el usurpador del trono, va arrojando la miserabilidad de su culpa.
Sueños cumplidos
Insiste Kenneth Branagh en que sueña con interpretar o dirigir "Hamlet" desde los nueve años, cuando se le marcó en la memoria una versión que había visto en la televisión, probablemente interpretada por Derek Jacobi, a quien en esta puesta le confiere el papel de Claudio. Es una de las grandes interpretaciones.
La puesta en escena se desarrolla en el interior del gran palacio de Elsinor, un decorado levantado especialmente y al detalle para la película. Responde a la apariencia de una arquitectura ingenua centroeuropea _el castillo de Sissi y Francisco José, ¿por qué no?_, con abundancia de dispositivos adecuados para largos recorridos, duelos, discusiones, escenas de locura, representaciones teatrales y asesinatos. Abundan los pasillos entrecortados por innumerables puertas y deben carecer de la pared del frente, porque la cámara corre a la par de los personajes, paralela, por esos largos espacios, mientras empujan puertas que se cierran detrás de ellos.
Las escenas principales _la de Claudio y Gertrudis ante los embajadores y el duelo final, entre otras muchas_ se desarrollan en un enorme salón rectangular con puertas de espejos alrededor que ocupan más sitio que las paredes.
Justamente, en el colmo del narcisismo _el de Hamlet y el de Kenneth Branagh, que juega a admitir esa popularizada condición y la explota_, el monólogo más famoso, "To be or not to be", lo dice el protagonista y director frente a una de esas innumerables puertas, en plano secuencia largo y verista y reduplicando su imagen en el espejo, acariciándose a sí mismo, pero sabiendo que, desde el otro lado de la puerta, espejo de doble apariencia, lo espían atemorizados el Rey Claudio y Polonio, que lo ven luego estrellar el rostro de Ofelia contra el vidrio, cuando la imagina su enemiga.
El rodaje se realizó entre enero y marzo de 1996, en un paisaje siempre nevado. Como el tiempo fue benigno, no hubo más remedio que utilizar nieve artificial y luz de frío invierno, por supuesto.
Todos los monólogos son expuestos en plano secuencia, con una cámara en desplazamiento constante y sonido directo. La funcionalidad del espacio levantado en estudios es tanta que, tras la muerte de Polonio, la discusión incestuosa entre Hamlet y Gertrudis, en la estancia de la reina, se se refleja buena parte sobre el reflejo del charco de la sangre de Polonio, alrededor de su cadáver.
Dos partes e intermedio
El film divide su extensión en dos partes, con un intermedio. La separación coincide más o menos con el final del tercer acto. En ese cierre, mediante un efecto de digitalización de la imagen, se ve a Hamlet durante una arenga, con un fondo de tropas de ejércitos, ante la ya inevitable invasión de Fortinbrás. Pasamos del primer plano al más gigantesco plano general progresivo, con el empequeñecimiento de la figura del protagonista, la multiplicación al infinito de los ejércitos y el sonido a todo lo que da.
La segunda parte se despliega con una sucesión rápida de escenas ya vistas que resume lo anterior. Ironía de viejos folletines, porque el film debe verse completo de un tirón. En seguida, vemos a la reina y a una enfermera observando desde una claraboya el delirio salvaje de Ofelia en su celda acolchada.
Jugada como gran espectáculo, con ritmo de película de capa y espada, con momentos de intenso dramatismo teatral y lagunas de mansedumbre visual de gran belleza plástica, "Hamlet" merecería su estreno en la Argentina, aún no decidido, más allá de su esperado preestreno de mañana.
Pero, si algún día llega al circuito comercial, esperemos que no nos castiguen con una copia de sólo dos horas y media que anda dando vueltas con fines apenas comerciales.
Notable elenco
Apoyado en esa misma noción de espectacularidad, el reparto reúne figuras de gran popularidad en papeles clave: Julie Christie, Gertrudis, a quien la enormidad de los primeros planos no le disimula una cirugía reciente que vuelve irreconocible su habitualmente hermoso rostro; Jack Lemmon, el oficial de guardia Marcellus; Charlton Heston, el cómico que encarna al rey cuando le echan el veneno en el oído; John Gielgud y Judi Dench, no más de veinte segundos de actuación como Príamo y Hécuba, dentro de la evocación de la destrucción de Troya que hace Heston.
Kate Winslet, una de las chicas de "Criaturas celestiales", interpreta a la desamparada Ofelia. Billy Crystal es el activo "primer" sepulturero en el segmento de la calavera de Yorik (evocado en un ínfimo flashback por sus enormes incisivos); Rufus Sewell, el príncipe noruego invasor, Fortinbrás; Gérard Depardieu, Reynaldo, hombre de Polonio; y Robin Williams, Osric, el árbitro del duelo envenenado entre Hamlet y Laertes (Michael Maloney).
Un gran trabajo, una suerte de rata forastera, pero omnipresente, es el de Richard Briers, un actor que huele a kilómetros recorridos sobre Shakespeare, como Polonio. Nicholas Farrell, Horacio, ejercita un constante apoyo al esfuerzo de Branagh y Michael Maloney ofrece un Laertes todo instinto, mientras un segundo solo, asoman el viejo rostro de John Mills, un noruego, y la figura agradecida del director Richard Attenbourough, el embajador inglés.
Aunque las apariciones del espectro se producen acompañadas de un suelo quebradizo, en movimiento amenazante, de terremoto, en el bosque, Branagh quiere pisar sobre seguro en todo, con los escasos dieciocho millones de dólares que aportó Castle Rock, la productora. El resultado parece de cien millones. La fotografía de Alex Thompson _el mismo de "Lawrence de Arabia" (1963)_ le asegura al film otro atractivo con que el que el eterno niño Kenneth Branagh soñó alguna vez.
Como el múltiple responsable quería darse todos los gustos, hizo que le compraran a Plácido Domingo la interpretación de un tema musical, grabado para "Hamlet" y sólo para el fondo de los títulos finales.
Imperdible
Mañana, a las 14.30 y a las 19.30, se realizarán las únicas dos funciones previstas del film "Hamlet", del actor y director inglés Kenneth Branagh, como cierre del ciclo "Shakespeare y el cine", que se extendió durante todo este mes, en la sala Leopoldo Lugones del Teatro General San Martín, ubicado en la avenida Corrientes 1530.
La versión que será exhibida tiene una duración de 3 horas y 58 minutos.
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