
Un juglar para los 90
Presentación del disco "A beber del viejo amor" de Camilo Parodi (guitarra y voz). Músicos: Cesar Franov (bajo), "Colo" Belmonte (batería) y "Mono" Fontana (teclados). Oliverio Allways (Callao 360). Próximas funciones: jueves 2 de abril, a las 21.
Nuestra aopinión: muy bueno.
Apenas un cantante, parado ahí nomás. Con una guitarra que empieza a tejer unas melodías. Y consigue la maravilla, el gesto milagroso de la canción. Lo demás viene por decantación. Cuando la intención es tratar con nobleza la palabra el resto llega, siempre llega.
Y, entonces, Camilo Parodi deja de fingir su anonimato, eleva la voz y, poco a poco, se queda con los aplausos de todos. Y, poco a poco, se repite la ceremonia del encuentro entre la música y la gente. Y poco a poco, el canto abraza los cuerpos y los hace temblar. Y ya casi nadie piensa en un compositor nuevo, ese que se develó en el recientemente editado "A beber del viejo amor", sino en un compositor para recomendar de boca en boca.
Casi todos se dan cuenta de que es hijo de Teresa Parodi, por lo del compromiso y la herencia: de tal palo tal astilla. Aunque, el tronco de su prosa y las tupidas melodías muestran otro follaje, otras creencias, otras derrotas y otras esperanzas.
Así surgen, del bordoneo de su guitarra, las climáticas "Oda al 69´", "Soy trotecito", uno de sus mejores obras, o "Son los que siempre serán", donde Camilo recupera el viejo oficio de trovar, de contar y de pensar las cosas en voz alta para que otros piensen, cuenten y canten.
Por ahí se escapa esa admiración reconocible a Silvio Rodríguez y a otros juglares. Pero Camilo sabe que tiene algo para decir, y lo dice, y lo echa a andar por sus sencillas melodías. A veces, con más convicción por su propia voz que por la de esos faros que le iluminaron el camino, como en "Guitarra negra del Uruguay", dedicada a Zitarrosa.
Se da tiempo y convoca a la poesía, con perfume a Pablo Neruda, para que lo acompañe en "Ahí viene alumbrando el farolero". Y los silencios, que son celebrados en un tiempo tan confuso y ruidoso, ganan el ambiente.
El clima íntimo se cierne sobre el reducto, aunque el "Mono" Fontana se empecine en llamar la atención con sus sonidos. Su impronta, por momentos, desconcierta. Todos despiertan del hipnotismo que produce el teclado de Fontana cuando resuena el chamamé "El moncho" de Ramón Ayala.
El joven cantautor se mete con sus raíces, casi pidiendo permiso, pero dice que es tozudo y correntino, y por más que una vez un comprovinciano le dijo: "Muy bien pibe, pero tiene cinco en chamamé", insiste. Porque la tierra tira y la sangre también. Y porque hasta Raúl Carnota, que se hace presente con su "Grito santiagueño", dice que este chico que él conoció hace tiempo ha crecido y lo ha cautivado.
Parodi rompió el silencio entre los nuevos compositores. Las herramientas: la guitarra y la poesía.
Simplemente toma la palabra y es ella la que canta, baila y festeja su encuentro con la canción. Y todos bailan, cantan y festejan el encuentro con la música de Camilo Parodi.