Un hombre solo ante la naturaleza
"Náufrago" ("Cast Away", EE.UU./2000, color). Presentada por UIP. Dirección: Robert Zemeckis. Con Tom Hanks, Helen Hunt, Nick Searcy, Chris Noth, Lari White. Guión: William Boyles Jr. Fotografía: Don Burgess. Música: Alan Silvestri. Montaje: Arthur Schmidt. Diseño de producción: Rick Carter. Duración: 143 minutos. Para mayores de 13 años. Nuestra opinión: buena.
Chuck Noland tiene todo bajo control. Vive pendiente del reloj y no es para menos: como gerente de una compañía de correo privado (no una cualquiera, sino Federal Express, cuyo logo en pantalla es una presencia casi tan constante como la de Tom Hanks), debe asegurarse de que sus clientes reciban sus envíos en el menor tiempo posible, que el mecanismo de distribución permanezca bien aceitado y que el ejército internacional de empleados de la empresa mantenga un ritmo constante y esté siempre tan empeñado en bajar sus marcas como cualquier atleta en víspera de los Juegos Olímpicos.
"No cometamos el pecado de darle la espalda al tiempo", espolea a sus colegas de la filial rusa: para este obsesivo campeón de la eficiencia, siempre hay un plazo por cumplir. Así vivido, el tiempo lo atropella: hay horario hasta para la relación con su novia y a veces tan estricto que apenas alcanza para un rápido intercambio de regalos. En Nochebuena, a los apurones, mientras aguarda la salida del avión con el que proseguirá su misión fiscalizadora por las agencias del mundo, él recibe un reloj -¿qué otra cosa?-; uno de bolsillo que contiene un retrato de la chica. Ella se queda con su paquetito sin abrir -una alianza, cabe adivinar- porque a Chuck el tiempo no le alcanza para hacer su propuesta formal de matrimonio. "Estaré de vuelta", le asegura.
Pero esta vez los planes se alteran. Los desbarata una tormenta imprevista y furiosa al cabo de la cual el avión se hunde en el océano y Noland va a parar a un deshabitado islote en el medio del Pacífico. Y aquí empieza la aventura de este Robinson contemporáneo metido de repente en la piel del primer hombre, o el último, solo frente a la naturaleza, con el único auxilio de algunos envíos de FedEx que las olas acercan hasta la orilla y el mínimo consuelo del viejo reloj que sobrevivió al temporal y ya no anda, pero conserva el rostro de la mujer que ama. También, con todo el tiempo necesario para meditar sobre su condición y reconsiderar sus elecciones de vida.
Destrezas de narrador
Tras ese dilatado prólogo en el que se alcanza a delinear nítidamente el carácter del hombre que será protagonista único y absoluto de la historia y que contiene una de las más realistas y sobrecogedoras catástrofes aéreas que puedan recordarse -tal vez porque está mostrada íntegramente desde adentro del avión-, se entra en el sector más arduo del relato, el más interesante y también el más logrado.
Allí donde no hay mucho que contar -apenas el infatigable combate del habitante solitario por procurarse alimento, bebida y refugio-, Zemeckis saca a relucir sus destrezas de narrador cinematográfico y Hanks su fuerza actoral y su compromiso físico y emotivo. Aquí no hay música, ni nativos (amigables u hostiles), ni mascotas ni animales peligrosos, ni otros aderezos argumentales o expresivos. Tampoco abundan las palabras, salvo cuando, en un obligado regreso a la infancia, Chuck imagina un amigo en el monigote que ha dibujado sobre una pelota de voley (gentileza de su correo privado y del oleaje oceánico).
Pero actor y director son capaces de hacer suspenso, por ejemplo, con la vieja práctica scout de producir fuego con dos palitos; comprometernos con cada avance del protagonista, preocuparnos por cada obstáculo que debe superar, participar de sus pequeños triunfos y de sus desalientos, acompañarlo en su lento aprendizaje y en su callada meditación. Y también, seguramente, contagiarnos de la fe que lo apuntala, tan inexplicable y tan humana.
Regreso a la rutina
Son casi dos tercios de película generosos en aciertos hasta que Hollywood muestra la hilacha de sus rutinas más frecuentadas y más malsanas -en términos cinematográficos, se entiende- y el film se pone a desplegar explicaciones sobre el sentido de la aventura recién concluida, se prolonga en derivaciones innecesarias y forzosas, en golpecitos emotivos y remates complacientes. Tal claudicación final no invalida el gran trabajo de Zemeckis, pero lo desluce en buena medida.
Lo mejor que puede decirse de la labor interpretativa de Hanks -recién premiado con el Globo de Oro y en cuyo futuro bien puede vislumbrarse una nueva candidatura al Oscar- es que su desatinado sacrificio físico (debió aumentar de peso primero para adelgazar después, en un intervalo del rodaje, cerca de veinticinco kilos), termina llamando mucho menos la atención que su intensidad expresiva y su transparencia, ciertamente favorecida por un modo mesurado e interior. Gracias a esa inteligente elección, Noland nunca se muestra como un campeón de la supervivencia: su sencillo heroísmo, en todo caso, se percibe como el de un ser humano cualquiera, tan fuerte y tan vulnerable como todos, al que las circunstancias han empujado a una situación límite. Por eso también molesta tanto que esa proximidad tan sutilmente lograda se rompa por culpa de un epílogo superfluo y redundante.
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