Un film con demasiado olor a marketing
"Juegos, trampas y dos armas humeantes" ("Lock, Stock and Two Smoking Barrels", Inglaterra/1998). Presentada por Columbia. Música: David Hughes y John Murphy. Fotografía:Tim Maurice-Jones. Intérpretes:Jason Flemyng, Dexter Fletcher, Nick Moran, Jason Statham y Sting. Guión y dirección: Guy Ritchie. Duración: 107 minutos. Para mayores de 16 años. Nuestra opinión: buena.
Una buena dosis de "Trainspotting", una generosa medida del Quentin Tarantino de "Perros de la calle", otro poco de "Los sospechosos de siempre", y una pizca de la aquí inédita "Rounders", film sobre el mundillo del póquer dirigida por John Dahl. Agréguese a gusto elementos y técnicas del videoclip y del cine publicitario y la rendidora receta dará como resultado "Juegos, trampas y dos armas humeantes", un producto exitoso, moderno, canchero y con escaso sustento dramático. Hoy por hoy, la película del momento en los circuitos que imponen tendencias en los Estados Unidos y Europa.
Ambientada en el submundo de los apostadores, dealers, mafiosos y delincuentes de poca monta del decadente East End londinense, "Juegos..." arranca de manera llamativamente similar a "Trainspotting", es decir, con una impactante secuencia a toda velocidad que muestra a nuestros cuatro antihéroes, Eddie, Tom, Bacon y Soap (Jabón), escapando de la policía.
Lo que sigue es una hora y media de millonarias apuestas de póquer, grandes y pequeños robos más o menos elaborados, cuyo nexo son un par de armas de colección, y un maletín rebosante de libras que pasa constantemente de mano en mano. Todo a cargo de unos cuantos personajes unidimensionales que van desde el típico ladronzuelo desorientado hasta el sádico gángster de la zona.
La película está sustentada en un avasallante despliegue visual, por momentos cautivante, en otros más cercano a la pirotecnia, el regodeo esceticista y un exhibicionismo carente de significación dramática.
Hay sí muchos diálogos inteligentes (plagados de guiños cómplices) con el típico acento de los bajo fondos británicos y una banda sonora ganchera que contiene unos cuantos temas originales y recreaciones del soul de los 70, y temas varios del nuevo rock británico. Lo que se dice una jugada de marketing perfecta.
Acumulación sin sorpresa
La apuesta de este nuevo joven maravilla del cine inglés que es el debutante Guy Ritchie pasa, en principio, por entretener (lo consigue) a un público desprejuiciado y no demasiado exigente.
Pero también hay un intento por sorprenderlo constantemente con una y mil vueltas de tuerca, cuestión de que el espectador siempre se encuentre en inferioridad de condiciones y sienta que lo que cree va a pasar nunca se concrete en la escena siguiente.
Claro que esta acumulación de sorpresivos arrebatos termina generando el efecto contrario: al enésimo cambio de manos del anhelado maletín surge la sensación de que toda la historia no es más que una gran tomadura de pelo. Pero, se sabe, el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón. Pese a sus excesos y su peligrosa cercanía estética y temática a otros cineastas de moda, Ritchie, un incipiente y probablemente talentoso director, se lo merece.