Un día en la vida del Ballet de Cuba
Pese a los problemas edilicios y de presupuesto, la compañía trabaja sin pausa en busca de la excelencia artística
LA HABANA._ En la sede delBallet Nacional de Cuba la actividad es incesante. Al menos hasta cierto horario: los bailarines y todo el personal -252 en total, entre intérpretes, maestros, coreógrafos, técnicos, modistas y administrativos- se van cerca de las 18. Pero ingresan a las 9.
A esa hora comienzan las primeras clases. Algunas mixtas y otras en las que se dividen hombres y mujeres. Los profesores son saludados con veneración, como el eminente Joaquín Banegas.
En esta quinta generación de bailarines que surge de esta compañía existe un respeto profundo por quienes conducen sus carreras. Por empezar, Alicia Alonso, quien fundó el elenco. En aquellos tiempos (la primera función fue en 1948) la compañía llevaba su nombre; luego se convirtió en el Ballet Nacional de su país.
Casi primera en llegar, Alonso, directora general, se queda en su "oficina", una hermosa sala que da a la calle Calzada, en el barrio del Vedado, hasta el término de las actividades. Excepto cuando se siente un poco mal por problemas en las caderas, mal bastante común en los bailarines, Alicia no falta jamás. Su disciplina es el ejemplo para todos y su palabra, sagrada.
Como se sabe, desde muy joven, por desprendimiento de retina, padece de la vista y bailó prácticamente a ciegas. Sin embargo, esto no impidió su vocación y continuar con su carrera, una de las más portentosas y fulgurantes de todas las épocas.
Aquí, con un mobiliario estilo colonial español, bibelots, cuadros que la representan y otros recuerdos, maneja los designios del elenco junto a su mano derecha, Salvador Fernández, subdirector técnico, diseñador de la mayoría de la escenografía y del vestuario del elenco.
Mascotas inseparables
A esta habitación en penumbras, donde la luz se transforma, a través de los antiguos vitraux, en azul y roja, suelen colarse gorriones. Son los compañeros habituales de Alicia, que los deja hacer, así como a la mascota del elenco, una perra raza perro, que responde al nombre de Silvia.
Cuando es el tiempo del almuerzo, la pichicha se acerca a la puerta y espera su ración. Si a la directora se le pasa la hora, busca algo y lo deja a sus pies, para que la tenga en cuenta. Otro -u otra, todavía no saben muy bien- que anda por todas partes, es el gato Mocho, denominado así porque vaya a saber en qué pelea o accidente perdió su cola.
La dirección acaba de adquirir reposeras para que los bailarines, entre clases y ensayos, puedan distenderse en el hermoso patio de la casona, donde exuberantes plantas tropicales dan frescura al ámbito.
A la hora de comer, como aves, en zapatillas de baile, maillots y buzos, vuelan a otra sala donde les reparten sus almuerzos: a veces se entusiasman porque hay yogur. Primeras figuras de antes se integran con los nuevos dicharacheros. Hay familias enteras de bailarines, como los Carreño, los Zamorano, Josefina Méndez y su hijo Víctor Gilí o Mercedes Vergara y su adolescente hija Hayna Gutiérrez. Mercedes, en un descanso, invita con cigarrillos. Fuma sin consecuencias el fuerte y rico tabaco negro que produce la isla.
En la parte de atrás de la sede, mientras realizan decorados, los carpinteros fabrican escritorios, sillas, o lo que sea necesario. Son habilidosos, dispuestos y hacen todo lo que se les requiere en su rubro.
También cumplen con lo suyo, laboriosas y orgullosas, las siete modistas del taller de vestuario: este pequeño equipo corta, cose, borda, lava y plancha la infinidad de trajes del repertorio del elenco, regentado por la legendaria Nina, vestidora y modista personal de Alicia desde los primeros tiempos. Ahora que la diva ya no baila, Nina está en todos los detalles y sin ningún protocolo hace la misma labor con las nuevas figuras.
Este año la compañía estrenará, con motivo del festejo de sus bodas de oro, trece obras tradicionales, de autores nacionales (Alberto Méndez, Iván Tenorio, PedroConsuegra, Alberto Alonso e Iván Monreal, entre otros) y extranjeros (Jerome Robbins, Luis Arrieta, Massimo Morricone, Renato Magalhaes y otros).
La celebración tendrá su broche de oro en el Festival Internacional de Ballet.
El taller, en una casa que da a los fondos de la sede, en la calle 5, entre D y E, siempre da abasto. En deteriorados cuartos (el maremoto de 1994 destruyó e inundó toda la zona y las aguas ingresaron hasta alcanzar metro y medio de altura) cuelgan centenares de vestidos. Por aquí, "Coppelia", por allá, "Giselle".
En este momento están haciendo el vestuario de "Los millones de Arlequín". Las manos expertas desentrañan los secretos del tutú, que realizan con volados de tul y flejes de junco o de acero.
Por amor al arte
ElBallet de Cuba, con todos los embates presupuestarios y esfuerzos, sigue adelante: en realidad, aquí se trabaja por puro amor al arte; los sueldos son mínimos y muy parejos. En cambio, las ganas de esta compañía son máximas. Tiene estilo propio. El que imaginó Alonso para extraer lo mejor del clásico, en combinación con el temperamento y personalidad cubanos y del que continúan surgiendo figuras, que renuevan el recuerdo de los inolvidables Jorge Esquivel, Rosario Suárez, Loipa Araújo y tantos otros.
Hoy, además del ya muy famoso José Manuel Carreño, estrella del AmericanBallet Theater, y del muy joven Carlos Acosta, que acaba de ser contratado como principal por el Royal Ballet de Londres (el primer bailarín negro que trabajará en esa compañía), suenan aquí los nombres de la brillante Lorna Feijóo (actualmente con contrato en Suiza), y de Alyhadée Carreño, Galina Alvarez, Víctor Gilí, Jorge Vega, y la lista sigue.
Este es un semillero que continúa dando grandes frutos. Lo único de lamentar es que, apenas los talentos cubanos se conocen fuera de su país, son llamados por grandes compañías para encabezar sus huestes. Algo similar a lo que sucede en la Argentina, lo que confirma que en ballet el cetro está en manos de los latinoamericanos. Donde sea, los nombres más luminosos provienen de este continente y de su gente. Técnica espléndida, sangre ardiente y emoción sin fronteras, con alma de salsa o tanguera, son los top en el mundo.
El buen paso se da artesanalmente
Dentro de la sede del Ballet Nacional de Cuba está también el taller de zapatillas de puntas. Allí se hacen, a mano, las únicas zapatillas que usan las bailarinas de la compañía.
El proceso es absolutamente artesanal. Y, como explican los que saben del oficio, "son muy duraderas y flexibles". Por supuesto, cada bailarina tiene su horma. Las zapatillas deben adaptarse exactamente a cada uno de los pies y se refuerzan según tengan empeines más o menos fuertes.
Algunos ventiladores dan brisa al lugar: el olor del pegamento que utilizan los artesanos marea.
Fanáticos
"¡Julio, volvé!". Aquí, los fans de ballet tienen ídolos que siguen a muerte. Aunque pasen años sin verlos.
Todo el mundo pregunta por JulioBocca, que actuó en La Habana en pocas oportunidades y que hace tiempo que no va por allá. Deliran por él y cuentan que sus presentaciones crearon un fervor desmesurado. "¿Cuándo vendrá, cómo está, tiene alguna foto, volverá a Cuba?", fueron las incesantes preguntas. Julio es el que tiene que responder: allá hay un público que no lo olvida.