Un clásico del ballet, en una interpretación para el recuerdo
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Espectáculo coreográfico “El lago de los cisnes”. Música de Piotr Tchaikovsky. Versión de Mario Galizzi basada en la original de Petipa/Ivanov y en la de Jack Carter. Artistas invitados: Marianela Núñez y Maximiliano Guerra. Con Darío Lesnik, Eric Erles, María Massa, Stefanía Vallone, Víctor Filimonov, Natatacha Bernabei, Carla Vincelli, Costanza Colombo, Silvia Maidana, Miriam Ballesteros, Silvina Mazzuca, Marisa Fontana, Claudia Pontoriero, solistas y cuerpo de baile del Ballet Estable. Director de la Orquesta Estable: Fabián Dobler. Subdirector y director del Ballet Estable: Mario Galizzi y Oscar Araiz, respectivamente. Teatro Argentino de La Plata. Nuestra opinión: excelente
Como segundo título de la temporada, el ballet del Teatro Argentino de La Plata presentó "El lago de los cisnes", versión de Mario Galizzi que se estrenó el año último. Hubo en esta ocasión muy positivos cambios y agregados que no se vieron entonces, sobre todo en escenografía y vestuario. Por razones de presupuesto, en 2002 la obra se vio despojada, ya que el decorado y los trajes fueron rescatados del bagaje del Argentino, que el personal especializado reformó para intentar recrear clima y época. Ahora se vio una versión que necesitaba majestuosidad y brillo. Realizados en los talleres del teatro, se revirtieron ambos y la diferencia es notable.
Digno montaje para dar la bienvenida a la argentina Marianela Núñez, que, a los 21 años, es estrella del Royal Ballet de Londres. Bailar por primera vez en el país desde su partida hace casi seis años, y personificar el mayor de los clásicos desdoblándose en dos papeles debe de haber sido una gran conmoción. Maximiliano Guerra, como Sigfrido, fue un lujo para acompañarla. Ambos conforman una pareja extraordinaria, se potencian mutuamente en emotividad y entrega y se comunican como si hubiesen trabajado juntos frecuentemente.
Bailarina personal y serena
Marianela se impone por su intensa personalidad. En el escenario, la seguridad y frescura que emanan de ella centran el foco de la atención. Es estilizadamente alta. Su técnica, depurada en una escuela que le ha otorgado finura y firmeza, amplía su carisma y le da libertad para realizar el difícil vocabulario académico con serenidad. La línea que ha logrado eleva el estilo, lo desglosa desde el port de bras, la postura impecable, los movimientos fluidos y perfectos. Su traducción de Odette es, por momentos, acongojada por el embrujo que no le permite volver a ser humana, pero desde su interior la pasión de una mujer vibra y se expande cuando encuentra el amor en Sigfrido. Las escenas juntos, comenzando por el pas de deux del primer acto, muestran su temor, su vulnerabilidad ante alguien que puede lastimarla y darle muerte. Pero lentamente surge la ternura, la felicidad de que un nuevo sentimiento, que es recíproco y le inspira esperanza y la salida de su tragedia.
El adagio, ese solo que realiza antes del dúo ante un hombre confundido por la situación que vive su amada, es en cada paso una palabra, un monólogo en el que le cuenta sus avatares para que entienda por qué no pueden estar unidos. Su maravillosa actuación en esta parte da razón al momento, que exige una precisión absoluta, un legato virtuoso, donde lo etéreo, que simboliza al cisne, tiene elementos interpretativos que explican esa extraña mixtura de mujer-ave.
Muy esperado es el fragmento en la fiesta de cumpleaños de Sigfrido, donde deberá elegir a su prometida, pero, ya enamorado de la misteriosa joven que vio en el lago, su desazón es evidente. Aparecen las cinco candidatas, en una variada sucesión de bailes con tintes regionales, que incluyen desde tarantella, mazurca y czardas hasta la alegría hispana. Odette ha sido hechizada por el brujo Von Rothbart, que ejerce total poderío en las doncellas que atrapa y convierte en pájaros.
En la celebración no se espera a nadie más, mientras el príncipe vaga indiferente. Repentinamente, un imponente personaje (Von Rothbart) hace su aparición. Cuando avanza y levanta su capa, detrás está Odile, su hija, tan maléfica como él. La idea es hacer creer a Sigfrido que es Odette, un engaño muy bien preparado, ya que de inmediato, el hasta entonces desesperado heredero se transmuta al creer reconocer a su enamorada. En este acto tiene lugar el famoso pas de deux "Cisne negro", uno de los más brillantes del repertorio, donde bravura, expresión y alta técnica son claves. Son pocas las veces que este pas de deux consigue que estos factores estén presentes. En el caso de Marianela y Maximiliano no sólo se cumplen, sino que llegan a límites excepcionales. Más allá de la pirotecnia que rige al pas de deux, está la seducción que Odile utiliza para atrapar el corazón del príncipe. Su perfidia es sensual, es fuego que hace arder en deseo al hombre. Es altanera, pone distancia en los momentos en los que él está a punto de alcanzarla, lo lleva a la pasión desenfrenada. Al contrario del amor sublime que Sigfrido siente por Odette, a Odile quiere hacerla suya. Inclusive, aunque coreográficamente es el original, leves detalles incluyen más sexualidad (como cuando ella lleva la mano de él para que roce su pecho).
La técnica de Núñez es soberbia. Agresiva, radiante, sus giros son formidables. Desde el comienzo, con los en attitude, la variación va con el ritmo de la música. Sin embargo, la hace más vertiginosa, con la soltura de quien está totalmente segura y nada teme, menos aún a los soberbios 32 fouettés del remate de la coda. Lo mismo Maximiliano, que con su salto felino, los doble tours en l´air, los entrelazamientos de batterie, las grand pirouettes del final demuestra el fuego que lo consume y que ha encendido Odile. De pie, la sala se vino abajo en aplausos y bravos.
Dos artistas con maestría y enorme emoción para un tradicional del cual siempre se encuentra algo nuevo. Y esta pareja lo hizo distinto, para el recuerdo.
Muy importante es aquí la actuación de Von Rothbart, que tiene varias apariciones en solos que exaltan la danza masculina. Galizzi retomó en este personaje su carácter original, imponente, con gran presencia escénica. Fue excelente la actuación de Darío Lesnik. También el coreógrafo retomó las partes del bufón con mayor técnica e incidencia en la acción, papel que Eric Erles está convirtiendo en un prototipo en esta versión. Muy destacada fue la participación en el pas de trois del primer acto de María Massa, Stefanía Vallone y Víctor Filimonov. El cuerpo de baile irradió energía y fue homogéneo y dedicado en las danzas de conjunto, en tanto que el grupo femenino como las compañeras cisnes de Odette dio la estética única e inigualable que en la obra original imaginó Lev Ivanov para el segundo acto y Carter, en el fin.