Un artista querido por la gente
Carlos Rottemberg fue el primero en anunciar ayer desde las redes sociales el fallecimiento de su entrañable amigo Emilio Disi. Y lo despidió con una definición que no podría ser más justa y exacta: fue un actor popular. De hecho, no hubo en la víspera otra noticia que calara tan fuerte entre nosotros y golpeara tan directamente la sensibilidad del argentino medio, a excepción del sobreactuado enfrentamiento entre Boca y River en Mendoza.
El hombre común lo quería. Festejaba, sobre todo, el modo en que Disi se enfurruñaba o quedaba descolocado en las interminables situaciones de comedia que hizo como partenaire de Susana Giménez, una de sus grandes amigas y protectoras. Los personajes de Disi podían exponer todos los gestos (hasta los más incómodos y procaces) de esa cultura urbana, masculina y noctámbula largamente celebrada en los reductos de la picaresca, pero siempre encontraban al final el perdón de las mismas mujeres a las que antes miraban con lascivia o desdén. Un tipo de humor sexista, el de Rompeportones o La noche de las pistolas frías, difícilmente tolerable en la actualidad. Materia para arqueólogos, como los bañeros, brigadistas y exterminators que regaló en otra exitosísima etapa, dirigida a una audiencia más familiar.
Estas manifestaciones se devoraron al mejor Disi, que conocimos con cuentagotas. Al actor de extraordinario timing para entrar y salir de cualquier diálogo, ensayado o improvisado. Al comediante que transformaba su rostro en una máscara amarga a la velocidad del rayo. Al intérprete talentoso que sabía responder a desafíos más rigurosos como el papel protagónico de Querida, voy a buscar cigarrillos y vuelvo, la película de Cohn y Duprat, o algún texto clásico. Fue un artista popular: el público se cansó de festejar sus ocurrencias y morcilleos. Pudo ser un actor todavía mayor.