Un año sin Gustavo Cerati
Casi todos en América latina nos acordamos dónde estábamos hace exactamente un año, a media mañana, cuando todas las radios empezaron a pasar canciones de Gustavo Cerati como si estuviéramos en el final de temporada de alguna serie. En la habitación 116 del primer piso de la clínica Alcla, la máxima estrella de rock de América latina acababa de morir de un paro cardiorrespiratorio después de pasar cuatro años y cuatro meses en coma.
Era la mañana del jueves 4 de septiembre y fue una de esas noticias que parecen tocar las cosas, afectarlas de algún modo. En las bocas de subte y las calles de Buenos Aires los carteles electrónicos lo despedían citando su "Gracias totales", el cielo tenía un extraño color blanco e irreal, y los temas de Fuerza natural, su último disco, parecían evocar más que nunca los paisajes por los que había navegado su conciencia desde que había sufrido el ACV en Caracas después de terminar de tocar en la Universidad Simón Bolívar.
Durante ese tiempo, muchos de sus amigos imaginaron su sueño como un trance existencial. Su estado era un enigma que abría preguntas filosóficas, religiosas, metafísicas, fantásticas, y para el que la medicina no ofrecía respuestas. ¿Estaba soñando? ¿Estaba despierto? ¿Estaba tan cerca de la muerte como todos o la conocía más de cerca? ¿Desde ahí veía algo que nosotros no llegábamos a ver? ¿Estaba vivo o había muerto en Venezuela, dejándonos su cuerpo como un testamento para que pudiéramos ir haciéndonos lentamente a la idea?
Mientras tanto, la profundidad de su coma nos hizo despertar del todo a su dimensión artística. Cerati fue la última estrella en ingresar al Olimpo del rock nacional (junto a Charly García y Luis Alberto Spinetta), pero también fue nuestra estrella pop definitiva. Aunque los Redonditos de Ricota, Bersuit y Los Piojos crearon en sus discos una imaginería explícita y casi pornográficamente popular, el discurso emocional de las canciones de Cerati y su forma de codificar la época en su música (a través de climas, texturas, distorsiones y melodías épicas), lo convirtieron en el gran artista popular de nuestra era: su obra atravesó generaciones, clases sociales, las fronteras de la región. Soda Stereo no sólo fue la banda fundacional del rock latino -la principal influencia de artistas regionales como Shakira, Café Tacuba, Juanes o Julieta Venegas-, también fue popular y a la vez sofisticada, masiva y a la vez experimental.
En 1983, cuando Soda Stereo irrumpió en la escena under de Buenos Aires, sus canciones sonaban frescas y desprejuiciadas. El país estaba por recuperar la democracia y Soda encarnó la nueva era mejor que nadie. Mientras el pop sofisticado y melancólico de Virus cargaba con la historia de un hermano desaparecido y Los Abuelos de la Nada tenían en su líder a un genio oscuro y errático que se había exiliado durante el gobierno militar en Europa, Gustavo, Zeta y Charly eran tres chicos vírgenes de vida política, que venían a devolverle al rock nacional la inocencia perdida.
Desde entonces, la carrera del grupo fue el mapa del crecimiento artístico y la obsesión por el futuro de Cerati: la energía ska del primer álbum mutó en estilismo pop en Nada personal (1985), en atmósferas oscuras en Signos (1986) y en pulso funk en Doble vida (1988), hasta que, en Canción animal (1990), Gustavo terminó de descubrirse a sí mismo como un gran artista y, volviendo a su adolescencia escuchando Pescado Rabioso y Vox Dei, compuso el disco clásico del rock latino.
Y después fue por más: Dynamo (1992) fue una catarsis sonora extrema que citaba la distorsión de la época, pero que también buscaba purgar el dolor por la muerte de su padre: en su momento de mayor popularidad, Gustavo empujaba al trío a grabar un disco experimental.
Fuera de Soda, su carrera solista mantuvo ese espíritu. A fines de los 90, mientras el rock nacional adoptaba un discurso corrosivo, pero se volvía musicalmente conservador, Cerati reinventó y expandió su ars poetica. Bocanada (1999) fue un álbum en el que abrió sus composiciones hacia diferentes paisajes y afinaciones: había boleros exóticos, rock glam, paisajismo pop, soundtracks climáticos y cierta ansiedad melancólica empujada por una rítmica funk.
Dentro del panorama musical, el collage sonoro con el que dio su primer paso post Soda Stereo a muchos les sonó presumido y artificial. Y en 2003, cuando profundizó esa búsqueda en Siempre es hoy, por un momento pareció quedar fuera de la época. Mientras presentaba tal vez uno de sus mejores discos con un show en el Luna Park, Bersuit lo llenaba cinco veces seguidas. Era su momento de menor popularidad, pero él estaba convencido de lo que hacía: estaba componiendo canciones que íbamos a valorar varios años después, trabajando para versiones mejores de nosotros mismos, en vez de complacernos con lo que queríamos escuchar. Es algo que hay que agradecerle a un artista.
Homenaje sinfónico
A un año de la muerte de Gustavo Cerati, su música será recreada en el concierto La alfombra mágica de Cerati: Travesías orquestales, que brindará la Orquesta Hypnofón, con arreglos de Alejandro Terán y dirección de Tweety González. A las 21, en La Ballena Azul del Centro Kirchner, Sarmiento 151, con entrada libre y gratuita (que debe ser retirada con anticipación).
Juan Morris es el autor del libro Cerati, la biografía
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