Un aluvión de danza con acento en la diversidad
En su séptima edición, la gala internacional exhibió una equilibrada solvencia en la extensa lista de bailarines participantes
De la extensa lista de bailarines que el viernes y anoche desfilaron por el escenario del Coliseo, el público local conocía por lo menos a dos figuras. Una, la estadounidense Isabella Boylston (del ABT), este año había interpretado el rol epónimo de Sylvia, con el Ballet del Colón; la otra había integrado ese mismo cuerpo de baile porteño, la argentina Daiana Ruiz, quien ahora revista en el prestigioso Stuttgart Ballet. Ambas participaron de la Gala Internacional de Ballet, que, en su séptima edición, exhibió la equilibrada solvencia de sus participantes. Pero, además, tuvo una auspiciosa diversidad dentro de parámetros que mantuvieron cierta coherencia cultural y estética.
Daiana y su par del Stuttgart Martí Fernández Paixà abrieron la velada con un pas de deux de El corsario, y en la segunda parte volvieron con Adagio ma non troppo (Fabio Adorisio); la mendocina, pese a la desmesura de su sonrisa, lució una creciente madurez y una cálida fluidez sobre todo en la segunda intervención, sostenida por su partenaire catalán, no exento de espectacularidad en las variaciones. Isabella Boylston, por su parte, derrochó frescura y légerté, si bien en Diana y Acteón no tuvo en Dmitry Zagrebin al partenaire adecuado, pero se desquitó con un dúo de Raymonda, en una versión actualizada de Pontus Lidberg, acompañada esta vez por su firme compañero del ABT Alban Lendorf.
Zagrebin (ex Premio Benois de la Danse) también pudo resarcirse, junto al mismo Lendorf y Francesca Velicu en el curioso Les Luthins, de Johan Kobborg, y con su diminuta figura mostrar su virtuosismo, rayano en la acrobacia.
Las Galas pasean al espectador por paisajes cambiantes, en épocas, escuelas y personalidades; en ésta, una extrema variante de lo académico llegó de la mano (y en los cuerpos) de una pareja atípica, la de Brittany O'Connor y Paul Barris. Éste, un performer ex campeón en competiciones televisivas de bailes de salón; Brittany, por el contrario, una bailarina clásica de asombrosa elongación. Aplausos a rabiar, especialmente para ella, que bailó Bésame mucho con una zapatilla de punta en el pie izquierdo y, en el derecho, un zapato...de taco alto.
Un momento saliente de la velada, por su lenguaje y su sobriedad, fue el de Two (1998), del talentoso coreógrafo Russel Maliphant, tan vibrante como concentrado en su escaso radio de desplazamiento. A este solo, que "explora la relación entre el movimiento, la luz y la música" -su autor dixit-, se lo conocía interpretado por la excelsa Sylvie Guillem, pero aquí lo baila, en un registro distinto, el ucraniano Ivan Putrov (37 años, del Royal Ballet), con aceptables respuestas a los desafíos extremos de elongación y diseño. El mismo Putrov, junto a Liam Mower, mostró un pasaje de insinuante erotismo de la célebre versión masculina de Lago... con la que el británico Matthew Bourne impactó en los años 90; Putrov prueba cómo se puede girar en media punta a pie desnudo: nada que ver con el ballet de Petipa-Ivanov (es otro argumento), pero, además de la música de Chailovski, hay cisnes con plumas y un torso desnudo que provoca.
Otro aporte cercano a la estética contemporánea fue el del coreógrafo israelí Igal Perry (ex Bat-Dor), a quien se lo vio en persona, satisfecho, en el intervalo de la Gala; un fragmento de su vigoroso Dia-Mono-Logues (muy elogiado ya en los 80 por la celebrada crítica Anna Kisselgoff en The New York Times) fue eficazmente ejecutado, en una clara ejercitación de fuerza, por Katherine Currier y el brasileño Alexandre Barranco.
Denis Rodkin, la figura que había despertado mayor expectativa, parece tener en común con Mikhail Baryshnikov el privilegio genético de haber nacido "príncipes"; esto es, una tipología física que les facilita el acceso a ese rol, si bien el actual bailarín del Bolshoi no destila (por ahora) la magia del ex director del ABT, a pesar de la afinidad fisonómica. Pero seamos justos: en el pas de deux del Cisne negro, si bien Rodkin maneja el salto y la caída con levísima suspensión (algo más propio del Mariinsky que del Bolshoi en el que baila), su compañera del Ballet moscovita Yulia Stepanova no le va en zaga: sincroniza sus rélevés con brazos que, en verdad, lucen como alas y la convierten en un inapelable cisne. Ventajas de las Galas: ver lo celestial y lo terrenal en una misma, acaso inolvidable noche.
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