Twenty One Pilots le dio un cierre encendido a la primera fecha del Lollapalooza
Quien hubiera pensado que aquellos dos desacatados/desfachatados con capuchas y remera de la selección argentina que en 2016 incendiaron a una pequeña audiencia bajo el sol en un horario tempranero del Lollapalooza iban a prender fuego -con un automóvil en llamas como escenografía alegórica- a toda una multitud y llevarse el mejor cierre posible de la primera jornada del festival tres años después. Tyler Joseph y Josh Dun, tan solos los dos, volvieron como figura central y no desaprovecharon su oportunidad, reforzando un vínculo con el público argentino que bien podría extenderse de aquí a la eternidad.
Twenty One Pilots tuvo su noche consagratoria en el país con un show que condensó todo aquello que la grilla del Lollapalooza había diversificado desde el inicio de la jornada y completó así un espectáculo redondo y festivalero que, muy probablemente, se lleve las mejores postales de la sexta edición del encuentro (y eso que aún quedan varios pesos pesado por venir). Es que la dupla nacida en Ohio hace una década ya no solo deja todo sobre el escenario (como lo habían demostrado en su debut en la Argentina, en este mismo marco), sino que ahora lo hace con un profesionalismo envidiable para cualquiera de los artistas que se subieron al escenario este viernes en el predio del Hipódromo de San Isidro.
Aquella adrenalina desenfrenada hoy sigue arriba del escenario, pero ahora acompañada por una performance que hace de cada tema un cuadro y que les permite cambiar de vestuario o de género sin dejar de oler a espíritu adolescente. Desde el inicio con "Jumpsuit" hasta el doble final con "Stressed Out" y "Trees", los TOP fueron callejeros enmascarados, raperos de riña, virtuosos multiinstrumentistas (Dun pasa de la trompeta a la batería sin descanso, mientras que Joseph baja al piano o rapea veloz sin despeinarse), malabaristas rockeros (en vez de tirarse en mosh, Dun deja que la gente le sostenga la batería mientras toca en medio del público y Joseph se sube a una tarima detrás del mangrullo para la felicidad de quienes están más alejados del escenario) y hasta hawaianos sensibles (tras el inicio incendiario y rebelde, Joseph se calzó una camisa hawaiana y durante un segmento de tres temas compuesto por "Heathens", "We Don't Believe What's on TV", y "Lane Boy", se calzó el ukelele y le imprimió espíritu reggae a sus composiciones, como si de pronto los TOP hubieran escuchado a Manu Chao).
Sin respiro, pero siempre con la situación bajo control, este dúo de irreverentes se llevó el premio más grande de la noche: reunir a un público de gustos variados e inquieto por naturaleza bajo su hechizo multigenérico, con altas dosis de impacto visual, pero también con la sabiduría musical de los experimentados en eso de ser la estrella pop del momento. Que vuelvan cuando quieran... acá los van a estar esperando.
Years and Years
Ya sobre el final de su repertorio, Olly Alexander se pliega al resto de sus compañeros de Years and Years para desplegar una coreografía de pasos simples. Lo que están tocando es "Play", un tema que en su versión de estudio tiene la bidimensionalidad del synth-pop, pero que en vivo se engrosa a partir de un juego de percusiones digitales. La resultante, como en todos los temas del set, se asemeja a Michael Jackson y a Britney Spears casi en partes iguales.
De pelo color ladrillo, musculosa animal print, pantalón con parches plateados y zapatos con plataforma, Olly Alexander parece la versión queer de Justin Timberlake. Tiene su fraseo y su falsete ("Sanctify), pero sobre todo tiene el interés por actualizar la música disco y el funk de los 80 de acuerdo a sus propios intereses. Y los suyos son los de celebrar la excentricidad como agente liberador.
Pero Years and Years no pone todo al alcance de la mano, también sabe jugar al misterio. La puesta en escena con símbolos de geometrías extrañas y el teclado colgante con ornamentos de Mikey Goldsworthy parecen una lectura de Prince en clave tribal. Porque si de poner a bailar las singularidades se trata, nada mejor que seguir la línea del genio púrpura.
Con la colaboración de Sebastián Chaves