TV: el cielo, el infierno y el limbo
Para la televisión también hay un cielo y un infierno. Las planillas diarias con las mediciones de audiencia, algún comentario dicho en el instante menos oportuno o una aparición sorprendente o inesperada, entre muchos y muy diversos factores, pueden llevar a cualquier protagonista de la pantalla chica (persona, programa, hasta un género completo) a disfrutar de las mieles de un verdadero paraíso o bien permanecer en llamas, confinado a un lugar en el que nadie querría estar.
En estos días iniciales de papado argentino, atravesados en la pantalla por una suerte de edén periodístico, algunos podrían argumentar que el resto de los actores aguarda en el purgatorio el momento adecuado para regresar al firmamento. Y unos cuantos más, conscientes de que todavía habrá que esperar hasta más allá de la Semana Santa para que el cuadro de prioridades cambie, se anima a decir que en verdad la televisión está en el limbo. Un estado raro y atípico para lo que estamos acostumbrados a ver y entender en los últimos años.
Para entenderlo no hace falta ir muy lejos. Antes, las decisiones se tomaban invariablemente en bloque con el sello compacto e institucional de cada emisora. Esa lógica marcaba el ritmo de las estaciones y al telespectador no le costaba nada distinguir cuándo empezaban y terminaban las temporadas altas y bajas. Todos sabían que para esta época del año las grandes figuras ya calentaban motores preparándose para el regreso o para intentar una nueva aventura con otro nombre o canal detrás.
Desde hace un buen tiempo, al influjo de una tendencia que al principio llamaba la atención y ahora parece inalterable, ahora son algunos de esos mismos actores (figuras individuales en vez de instituciones o gabinetes) los que determinan e imponen los cambios. Y al influjo de uno de ellos, seguramente el más relevante de los protagonistas televisivos de las últimas dos décadas, el resto del tablero se mantiene inmóvil.
No todas las piezas son iguales, por cierto. El ajedrez televisivo es pródigo en diagonales, aperturas y movimientos inesperados, sin hablar de la llegada de algún enroque en cualquier momento. Pero en este caso todas las piezas parecen haberse empequeñecido e igualado como si fuesen peones a la espera de la decisiva movida del rey.
Sólo por ingenuidad o desde la grosera evidencia de un interés deliberado alguien podría objetar a Marcelo Tinelli como único actor televisivo en condiciones plenas de ocupar ese lugar. De otra manera no podría explicarse que los ánimos televisivos queden inmediatamente alterados cada vez que aparece un trascendido con supuestas precisiones sobre el futuro televisivo del hombre fuerte de ShowMatch . Pasó durante ese par de jornadas frenéticas en las que tallaba fuerte el nombre del empresario kirchnerista Cristóbal López detrás de una aparente mudanza de Tinelli y sus huestes a Telefé, instancia que ya quedó definitivamente trunca por una suma de factores, previsibles o inesperados. Y volvió a pasar el miércoles último, cuando una fortísima corriente de aire arrastró por un rato a todo el mundillo televisivo detrás de la compra (rápidamente desmentida) de Canal 9 por parte del animador y empresario.
Pura ansiedad
Lo que quedó más a la vista, detrás de esta sucesión de hipótesis y conjeturas que no cesa, alimentada por el omnívoro apetito de las redes sociales, es una ansiedad para la que todavía no hay remedio o antídoto conocido. Y que lleva a todo el mundo a sumarse frente a cada nuevo anuncio a una espasmódica reacción en cadena. Cuando esa turbulencia cesa, la pantalla regresa a un estado casi latente en el que ocurren muy pocas cosas dignas de mención.
La tensa e incómoda espera de definiciones sobre el futuro de Tinelli tiene directa relación con la cantidad de espacios conquistados por sus producciones en la grilla de la TV de aire. No tan determinante en términos de rating sino en tanto disparador de buena parte de la agenda televisiva cotidiana en una pantalla cada vez más configurada para retroalimentarse de su propia materia prima. Atrapada en un laberinto que ella misma forjó, hace tiempo que buena parte de la TV abierta se mueve en un degradante círculo vicioso: sus pobres impulsos quedan atrapados en la red de los programas autorreferenciales y se repiten como letanías, una y otra vez, en las voces de sus opinadores. Allí sólo hay paredes donde rebotan todo el tiempo dichos irrelevantes y espejos que reflejan una imagen cada vez más distorsionada y confusa de quienes dicen esas cosas. En los últimos días, se llegó al insólito extremo de dedicarle un espacio significativo a la crónica del despertar sexual de una mascota.
Así planteadas las cosas, opera casi como un saludable consuelo hablar de una de las pocas cuestiones que alteran por estas horas la apatía del organismo televisivo: la disputa mano a mano por las mediciones de audiencia en el horario central entre una ficción que llegó hace poco ( Solamente vos ) y otra que está por despedirse después de un año de sorprendentes logros ( Dulce amor ).
Una vez más, el de las ficciones se vislumbra como el único escenario potencial alternativo del que hoy mantiene simultáneamente paralizado y en vilo al universo televisivo. Seguramente, el panorama será muy distinto del actual cuando tercien en la pelea televisiva la astucia de Sebastián Ortega (cuyos vecinos en guerra tienen desde el vamos potencial suficiente como para hacerse cargo de la herencia de Graduados ), la perseverancia de Adrián Suar (que tratará con Farsantes de compensar el vacío que dejó la ida de Tinelli en el prime time de El Trece) y el renacimiento de Cris Morena, dueña del proyecto que despierta a priori mayor atención y curiosidad, Aliados , con un envoltorio multimediático que aguarda su prueba de fuego.
Frente a este panorama se instala el espectáculo de variedades de Tinelli, que tarde o temprano regresará con su capacidad de adaptación y su proverbial talento para jugar con el cambio dentro de la continuidad de una fórmula largamente probada. El hombre de mayor poder de nuestra TV cuenta, paradójicamente, con una ventaja nacida de la escasez. Por un lado se ve obligado a desembarcar en uno de los pocos espacios vacantes que ofrece hoy la TV abierta luego de encontrar clausurada toda posibilidad de acción en los dos canales líderes. Por el otro, disponer de uno de esos lugares (el 9 parece el más factible) le permitirá moverse a sus anchas y ocupar estratégicamente la mayor dimensión posible para potenciar a su plataforma y seguir jugando fuerte desde allí. De paso, Tinelli finalmente podría cumplir (si se lo propone) con otro entorno el viejo sueño del canal propio. Ideas del Sur, en sus casi dos décadas de recorrido como productora independiente, tuvo logros probados en materia de ficción, humor y propuestas periodísticas.
Tal vez sea la prueba o la ratificación de esos pergaminos lo que está esperando el mundo televisivo en estos días de escasas novedades. Alrededor de esa vigilia, mientras tanto, reina la actualidad. La papamanía reverdeció el interés por las cuestiones periodísticas, que podrían prolongarse en la continuidad de un año electoral cuyo eco en pantalla, con el regreso de Periodismo para todos como ariete, podría encontrar una respuesta muy favorable en materia de rating. Y llegará entonces un nuevo tiempo para volver a hablar del cielo y el infierno de la TV.
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