Traición y amores como en el cine de antes
"El paciente Ingles". Nuestra opinión: Muy Buena.
"El paciente inglés" ("The English Patient", Gran Bretaña-EE.UU.-Italia, 1996), distribuida por Buena Vista-Columbia -Saul Zaentz/Miramax-, en el Atlas Lavalle, América, Paseo Alcorta, Patio Bullrich, General Paz, Belgrano, Solar de la Abadía, Flores, Tren de la Costa Libertador. Libro: Novela de Michael Ondaatje. Fotografía: John Seale. Diseño de producción: Stuart Craig. Música: Gabriel Yared. Intérpretes: Ralph Fiennes, Juliette Binoche, Willem Dafoe, Kristin Scott Thomas, Naveen Andrews, Colin Firth, Julian Wadham, Jürgen Prochnow. Guión y dirección: Anthony Minghella. 2h 40. Para mayores de 13 años.
Cuenta Caravaggio que el conde Laszlo de Almásy fue un traidor, que entregó los mapas que trazó del desierto africano al mariscal Rommel, quien, gracias a ellos, se atrevió con el Africa Korps. Pero Caravaggio, espía canadiense al servicio del mejor postor, es un mentiroso y un ladrón.
El aristocrático Almásy, personaje de la vida real, un conde húngaro de lejana estirpe, encerrado en una maravillosa ficción escrita por el canadiense ceilanés Michael Ondaatje, fue un lingüista especializado en lenguas beduinas de cuya pluma salieron los mapas del último oasis, en el "mar de arena, en Gilf Kebir, justo al norte del trópico de Cáncer, sobre la frontera libio-egipcia". Por esos abiertos e infernales rincones sucede "El paciente inglés", que en pocos días se llevará el Oscar a la mejor película y al mejor director, aunque este último, inmerecido.
El "mérito" del realizador Anthony Minghella, en esta atractiva e imperdible superproducción, es desaparecer detrás de la transparencia donde el autor trueca el espíritu del artista por la tarea del artesano fiel. Como en el mejor viejo cine, el creador del film es el intocable Saul Zaentz, el productor, que conoce la enigmática arena de los públicos como Almásy el Sahara.
En el prólogo a la edición del guión de "El paciente inglés" (Hyperion editor, Nueva York), Minghella se ataja de esa limitación: "Fui obligado a volver transparente lo que era oblicuo (sugerido) en la novela". Como responsable de la película, Zaentz acordó con Minghella que sólo los actores y el productor concederían reportajes sobre el film, hecho bien publicitado. Minghella quedaba encubierto en la adaptación del libro, junto al montajista Walter Murch, que es tan responsable de la cautivante narración audiovisual como el director.
El guión y el montaje buscan credibilidad en los saltos en el tiempo: la realidad fría del presente -casi al final de la segunda guerra mundial- y la melancolía que inunda el pasado -al borde de la contienda, en el Africa de 1938-, entre exploradores que no parecen espías y pueden serlo y entre historias de amores que evocan la deleitosa impaciencia dramática del antiguo cine de la Legión Extranjera o de las "cuatro plumas".
Un hombre, un misterio
El paciente inglés, que no es inglés y se duda de su verdadero nombre, aunque los espectadores gozamos de la materialización visual de sus evocaciones, se incendió literalmente con su paracaídas y una mujer muerta en los brazos al voltear los alemanes su avión. De su cara queda un manchón y de su cuerpo carne mutilada que sólo revive con la morfina. El enfermo es llevado de El Cairo a una ciudad toscana en Italia, donde una enfermera se queda a cuidar, más que a un hombre, a un misterio.
Ruidos mínimos, una música o la superficie rugosa de una sábana sirven para que el paciente rememore su pasado de romántico enamorado de la mujer de otro explorador. El hombre traiciona a su amigo, mientras ella justifica el reemplazo de un amor juvenil por la verdadera pasión. El fondo es el de las expediciones al desierto en los años treinta, patrocinadas por sociedades geográficas británicas, seguramente organizaciones de espías encubiertos. Es el pasado, lleno de culpas y melancolía. La enfermera -un ambiguo carácter a cargo de la espléndida Juliette Binoche- construye el presente, curiosa pero pragmática, nunca indecisa como los seres que brotan de la mente del herido.
La narración se articula de a tramos, impacientemente, como respuesta visual a las "fracturas narrativas" -palabras de Minghella en el citado prólogo- de la novela de Ondaatje, un relato con cláusulas breves, puntuación abundante, párrafos cortos (a veces, un capítulo) y con una constante poetización de los contenidos y de la acción. Ondaatje hace vibrar con el sentimiento antes que con la prosa exaltada, con la sorpresa ínfima y nunca con el arrebato o la contundencia. El film, sin olvidar la eficacia del folletín, procura seguir el trazo de la historia, la modalidad narrativa donde los saltos temporales inducen la intemporalidad y el matiz poético, de modo que el resultado se vea bien alejado de los artefactos de Hollywood, a los que los españoles, graciosamente, denominan "cine de mamporros" entre los personajes y al espectador.
La ficción y el documento preciso son los dispositivos que enlaza Ondaatje, en páginas con citas eruditas (sin "anotar" la fuente) y que las imágenes de Anthony Minghella sintetizan en la imagen de un enigmático libraco gastado que dice ser las "Historias" de Heródoto y que contiene en papeles sueltos el pasado trágico del paciente inglés.
El desierto es un protagonista gigante en el relato y en la memoria del espectador, que lo cuenta entre los recuerdos eternos de la pantalla. Se habla de influencias de "Lawrence de Arabia" (David Lean) y de "El cielo protector" (Bernardo Bertolucci), pero nada más lejos que esta película de aquellos productos de la epopeya personal y el capricho de la voluntad. "El paciente inglés" es una pieza contemplativa, romántica desde la acción, donde tienen más que ver el presagio y el "destino maldito" que la voluntad de los protagonistas.
Un amor espectral
Es una historia de amor espectral, como aquella de "Cumbres borrascosas", donde Heatcliff amaba a una mujer muerta y penetraba en su tumba para recuperarla, sin hallar más que un objeto con forma de mujer. Es un voluminoso melodrama moderno de tono clásico, cuyo eje está puesto en el hombre (y no en la mujer, como es habitual). La tumba es una cueva y el paciente paga una larga culpa de memoria involuntaria y arenoso olvido.
El film merece el Oscar que va a ganar: recurre a los más probados modelos de representación del viejo Hollywood, aprendidos hoy por los creadores independientes que aprovechan aquellos recursos para envolver sus obras en una suerte de cita melancólica, edulcorada por las referencias al presente y por los contrastes que se anotan en las conductas de una sociedad que cambia aceleradamente. La prueba es la enfermera, una mujer libre, sola, dueña de su vida y su destino, aunque no deja un instante de escuchar el sonido evocador de la memoria opaca del paciente.
Muy atractiva en su ropaje exterior, la película abunda en exotismos y en sugestivas referencias que agradece el público culto; va y viene en el tiempo dejando las lágrimas para la imagen final y deja en suspenso la responsabilidad histórica del conde de Almásy -el paciente inglés- en los sucesos bélicos donde muchos países, como en esta película, estuvieron comprometidos.
Ralph Fiennes, maquillado invisible por Jim Henson ( el creador de los Muppets), es el actor más medido de los tiempos que corren. Ya hablamos de Juliette Binoche, quien, junto a Kristin Scott Thomas, son para enamorarse. Y nos queda el espléndido Willem Dafoe, olvidado por la Academia de los Oscar, cuyo inquietante Caravaggio viene colmado de misterio, de rencor y de profunda y áspera credibilidad.
El adecuado trabajo musical de Gabriel Yared y el complejo montaje son responsables de volver materia la subjetividad, en la inducción intemporal y en la alternancia de tiempos, donde la fotografía de John Seale sabe texturar, diferenciadas, una iglesia toscana en el presente y el desierto en una memoria moribunda. Los tiempos cambian, antes y ahora, parece decir el film.Saul Zaentz pulsa la vara que hizo de tan espléndidos rasgos artesanales un todo coherente y también artístico.