"Todos en México sabemos quién fue sor Juana"
Mónica Lavín
Me encontré con el personaje por casualidad, como ocurren tantas cosas en la vida. Hace diez años, una amiga gastrónoma que dirigía una colección de cocina de la época del virreinato decidió hacer una adaptación de un recetario encontrado en el convento de San Jerónimo, donde sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695) pasó gran parte de su vida", recuerda la escritora mexicana Mónica Lavín autora de Yo, la peor ( ), novela sobre la vida de sor Juana, que la autora vino a presentar a Buenos Aires.
"Me explicó que, por supuesto, iba a adaptarlo a los términos actuales, pero necesitaba que yo escribiera un ensayo con el tema Sor Juana en la cocina. Y así, de pronto, me descubrí indagando no ya en una sor Juana poetisa, sino en aspectos de su vida que desconocía totalmente", agrega.
Lavín estudió Biología en la Universidad Autónoma de México y durante años se dedicó a la investigación científica. Paralelamente fue periodista y luego cuentista premiada. Uno de sus maestros fue el escritor argentino Mempo Giardinelli. "Todos en México sabemos quién fue sor Juana: una de las mayores escritoras latinoamericanas, aunque no todos la hemos leído bien. En realidad, sor Juana estuvo olvidada por 200 años, hasta que en 1910, el poeta Amado Nervo hizo su primera biografía. Hay una anterior del padre Calleja, un cura que estaba en la corte en España. Pero Calleja no la conoció, conoció a los virreyes que volvían de México y tenían información sobre ella", aclara.
-¿Cómo sigue la historia?
-Me fui acercando al personaje. En primer lugar, leyendo todo lo que caía en mis manos, desde la notable Sor Juana o las trampas de la fe, de Octavio Paz, hasta textos, cartas y notas de todo tipo escritos por gente de la época que la conoció. Poco a poco fui recomponiendo lo que imaginaba habría sido el fogón de la casa cuando Juana era una niña. Con sus abuelos andaluces, con las cocineras negras, porque el abuelo tenía 20 esclavos, y con las manos indígenas que amasaban las tortillas. Además hice otros descubrimientos interesantes, como que el intercambio del Convento de las Jerónimas, al que pertenecía Juana, con el exterior era entre golosinas y poemas. Sor Juana enviaba un poema a la virreina, Leonor Carreto, su gran admiradora y protectora, por ejemplo, y lo acompañaba con un dulce de nuez. Así, ese primer ensayo fue dando lugar a la idea de escribir la novela.
-¿Cómo era la sor Juana que usted fue descubriendo?
-Un personaje realmente singular, convocante, rebelde. Recuerde que aprendió a leer a los 3 años, en una época en que un gran número de mujeres no sabía leer ni escribir, en parte porque el trabajo intelectual estaba reservado a los hombres. Una mujer con un gran sentido del humor, irónica, que discutía de igual a igual con la gente ilustrada de su mundo. En su celda llegó a reunir una biblioteca de 4000 volúmenes. Un espíritu renacentista, porque no sólo le apasionaba escribir, sino también investigar el movimiento de los astros, la geometría, el lenguaje, los instrumentos musicales, descubrir una nueva identidad nacional. Ella comprendió muy pronto que México no era España, sino un paisaje distinto, con otra manera de ver el mundo. Y fue una de las primeras en buscar algo que podríamos denominar mexicanidad. Escribir la novela me llevó a inventarme un plan de trabajo para estar en sintonía.
-¿Qué hacía?
-Me propuse leer un poema cada día. Leía y ponía música barroca del siglo XVII, aunque a veces, con el entusiasmo, me olvidaba de la grabación y terminaba escribiendo en silencio. Visité los lugares donde vivió de niña: las dos haciendas, la de Neplanta, donde nació y contempló la erupción del volcán de Popocatépelt, y la de Panoayan, donde transcurrió su infancia, y el convento de San Jerónimo. Ella primero ingresó a las Carmelitas Descalzas, pero no duró más de tres meses. La orden le resultaba muy rigurosa y no podía dedicar tiempo a su pasión de escritora, entonces el 24 de febrero de 1669 ingresó a las Jerónimas. Creo que una de las partes más importantes de mi novela es el conflicto entre amistad y traición, la carta a sor Filotea de la Cruz.
-¿Quién era sor Filotea de la Cruz?
-El seudónimo con el que se escondía el obispo de Puebla, Fernández de Santa Cruz; curiosamente, un gran amigo de Juana. El obispo la alentó a que escribiera una crítica al sermón del padre Vieyra, un teólogo jesuita portugués. Sor Juana escribió el comentario, pero agregando su opinión personal, y se desató el escándalo. Entonces, el obispo le envió una carta abierta con el seudónimo de sor Filotea, instándola a que dejara sus actividades intelectuales y se dedicara a sus tareas en el convento. Sor Juana responde a las críticas del obispo Fernández con un intenso ensayo autobiográfico que es, a la vez, una declaración de principios y el comienzo del fin de una sociedad inquisitoria y patriarcal que no podía admitir la libertad de espíritu, sobre todo en una mujer.
-¿Cómo termina la vida de sor Juana?
-Juana debe obedecer, y esto significa desprenderse de sus libros, instrumentos de investigación, etcétera. Hay que recordar que también estaba la amenaza de la Inquisición que perseguía, torturaba y mataba a los díscolos. Se dedicó totalmente a la vida conventual y el 17 de abril de 1695 murió cuidando enfermos en medio de una gran peste que asoló la ciudad de México.