"Titanic": lo que el mar no se llevó
La película más cara de la historia (200 millones de dólares de inversión), que logró salir a flote tras un rodaje tormentoso y llegó a buen puerto en el gusto del público del mundo, amarrará el 5 de febrero en Buenos Aires
LONDRES.- De pocos films debe de haberse hablado tanto como de "Titanic". Y había por qué.
Este viaje cinematográfico al que algunos le vaticinaron un naufragio tan catastrófico como el del original, tuvo que sortear unas cuantas tormentas para mantenerse a flote. Hubo que descender a 4000 metros de profundidad en el Atlántico para captar imágenes de la gigantesca mole que fue un orgullo del ingenio humano y ahora yace abandonada en el fondo del mar. Hubo que imaginar mil y un recursos -obtener planos y fotos, construir réplicas en estudios, diseñar cámaras, conseguir vehículos submarinos, explorar posibilidades de efectos especiales- para satisfacer el afán perfeccionista del director James Cameron. Por supuesto, tanta precisión prolongó la realización, incrementó los costos, subió el tono de las discusiones entre todos los responsables del proyecto -sobre todo cuando el estreno anunciado para julio debió postergarse hasta fin de año- y multiplicó las habladurías.
Total: 200 millones de dólares de inversión aportada por dos grandes estudios, Fox y Paramount -todo un récord, sin contar las campañas publicitarias que sumaron algunas decenas de millones más-, páginas y páginas de chismes sobre el ritmo agotador impuesto por el implacable capitán Cameron en el set, rumor de motines, unos cuantos accidentes a bordo -entre ellos una intoxicación colectiva que aún está en proceso de investigación- y, por supuesto, una expectativa que fue creciendo a medida que se iban conociendo detalles de la arriesgada expedición fílmica y se distribuían las primeras fotos.
Se habló mucho antes y se habla mucho más ahora, después del estreno norteamericano de la película. Las voces que antes imaginaban tempestades y presagiaban hundimientos hicieron silencio. Ahora se oyen otras voces, las de quienes ven al "Titanic" navegando a toda máquina rumbo al Oscar.
Y con razón: no sólo porque muchísimo público y buena parte de la crítica le ha dado su apoyo sino porque ya se han disipado los temores de temporales financieros. Por encima de cualquier cálculo optimista, la superproducción más cara de la historia del cine tiene casi asegurada la recuperación del capital invertido.
Llegó, pues, a buen puerto. Y está a punto de amarrar en Buenos Aires, donde se la aguarda puntualmente para el 5 de febrero.
A "Titanic" se la ha comparado con "Lo que el viento se llevó", más que por su carácter épico y por su inusual extensión -tres horas y siete minutos- porque es la materialización del apasionado sueño de un cineasta que luchó contra todos los obstáculos para llevar adelante su obra. (James Cameron se comprometió a tal punto con su película que cuando los costos se le fueron de las manos no eludió la responsabilidad y contribuyó a disminuirlos en algo con la cesión de su propio salario. Trabajó, pues, gratis.) El director de "Terminator". "Aliens", "El abismo" y "Mentiras verdaderas", que viajó a Londres para presentar su film ante la prensa internacional, cuenta que podría ponerse un punto de partida de esta travesía hace unos cuatro años, cuando vio "La última noche del Titanic" (el film de 1958 sobre el naufragio).
Aunque en realidad hay otros antecedentes. Por ejemplo, fueron las filmaciones del Titanic hechas por el experto en oceanografía Robert Ballard -el que ubicó los restos de la nave después de décadas de infructuosas búsquedas submarinas-, las que le sugirieron años antes a Cameron la realización de "El abismo".
Pero hubo también otro momento clave que encendió definitivamente la pasión del realizador canadiense: su propia visita a los restos del transatlántico hundido en el Atlántico Norte.
"Ballard dice que uno no se divorcia jamás del Titanic. Y eso sucede cuando uno lo ve y toma contacto directo con esta tragedia que ha asumido una condición casi mítica en la imaginación colectiva y que constituye en algún sentido un episodio dramático para toda la cultura de Occidente. Sentí algo así como la responsabilidad de recuperar la historia, de reflotar ese símbolo de la arrogancia del espíritu humano, del poder y la velocidad: el barco gigantesco, lujosísimo, insumergible que desafía a la naturaleza y sucumbe".
Viaje al fondo del mar
-Usted incluye imágenes del barco hundido. ¿Qué parte corresponde al verdadero Titanic?
-No todo lo que se ve en el comienzo de la película es el verdadero transatlántico sumergido. No hay modo físico de ingresar una cámara de cine dentro de la nave. De hecho la cámara de cine que usamos para fotografiar la nave desde afuera fue especialmente creada. Para mostrar imágenes interiores tuvimos que hacerlo mediante el uso de robots. Pudimos meter una videocámara dentro del barco y grabar algunas tomas. No hicimos una exploración intensiva de cuantas áreas podríamos alcanzar con los robots porque éstos estaban unidos por cables y eso impone una limitación. Pero puedo darle una pista para saber cuándo no es el Titanic de verdad lo que fotografía la película: si se ven dos vehículos submarinos en una misma toma, lo que se ve es un modelo y no el Titanic real, porque sólo teníamos dos submarinos; entonces uno filmaba al otro pero no podíamos filmar a los dos juntos. Yo diría que el 50 por ciento de las vistas del barco hundido corresponden al verdadero.
-¿Tuvo la misma escrupulosidad para el resto de la película?
-Todo lo que se ve -excepto la historia de ficción entre los personajes podría decirse que responde en un ciento por ciento a lo que realmente sucedió. Me refiero a lo que los pasajeros estaban haciendo, lo que hacía la tripulación, lo que hacían el capitán o el constructor del buque, Thomas Andrews, a la recreación del hundimiento y la fractura de la nave en dos partes. Tanta exactitud tiene que ver con una suerte de responsabilidad y en mi caso creo que fue doble porque, además de verlo allá abajo, yo fui a los archivos a investigar. Y todo mi equipo -desde el diseñador de producción (Peter Lamont) hasta la responsable del vestuario (Deborah L. Scott)- desarrolló una prolija tarea de búsqueda de antecedentes.
Reconstrucción puntillosa
Cameron también recurrió a dos expertos en el Titanic -Don Lynch y Ken Marschall- autores del libro "Titanic: An Illustrated History". Y sus colaboradores movieron cielo y tierra para obtener planos de la nave, algunas pocas fotos que existían de su interior y las del Olympic, el barco gemelo. Hasta lograron que los mismos tapiceros que proveyeron al original repitieran el diseño de la alfombra del salón principal.
La reconstrucción estuvo, como se ve, sujeta a un control casi obsesivo. La imaginación de Cameron, en cambio, pudo moverse con mayor libertad en la concepción de la romántica historia de ficción que está en el centro del relato, "una suerte de Romeo y Julieta a bordo del transatlántico", como le gusta resumirla.
Y como quería traer el tema del Titanic al tiempo actual, puso en el origen del cuento a un aventurero cazador de fortunas que busca un fabuloso diamante presuntamente hundido con la nave en la fría madrugada del 15 de abril de 1912. Cuando después de mucho esfuerzo sus hombres y sus robots extraen una caja de seguridad, lo que encuentran no es la joya sino el deteriorado retrato de una muchacha de cuyo cuello pende el enorme diamante. Pronto aparece en escena una anciana que dice ser la mujer del retrato y que evoca la historia romántica que vivió a bordo: ella, hija de una familia de abolengo y prometida de un magnate del acero, y un joven artista pobre y bohemio que volvía a los Estados Unidos en tercera clase gracias a un boleto ganado en una partida de póquer.
Territorio desconocido
-No sólo me entusiasmaba la posibilidad de recrear la tragedia del naufragio -dice Cameron-. También me fascinó la historia romántica, sobre todo porque éste era un territorio nuevo para mí. Cuando uno como realizador se atreve a poner el pie sobre terreno desconocido eso genera un estado de nervios. Y estar nervioso para mí significa trabajar más duro. La verdad -Cameron parece preparado a soltar una confesión-, sentía como que todo el mundo metido en esta empresa tenía que prestarse naturalmente a trabajar más duro.
-¿Cómo se tradujo eso en el rodaje?
-Traté de que el equipo trotara conmigo en lugar de correr. Sé que cuando un director desperdicia energía en el set, el set entero pierde energía. Un rodaje es un trabajo duro, largo, es difícil mantener un clima sereno. Pero si uno filma una película en 160 días, lo que significa en realidad tres días menos que "Mentiras verdaderas" y hace un film que es una hora más largo que "Mentiras verdaderas", quiere decir que estuvimos trabajando más rápido.
Cameron se queda un momento pensativo y reanuda el cuento: -En el set -en realidad- ni me daba cuenta de esa rapidez. Todo me parecía tan lento... Me acuerdo de que mis órdenes eran, por ejemplo: "Josh (por McLaglen, su asistente), pongan 500 personas ahí, háganlas entrar ahí." Entonces hay que hablar con cada uno, decirle qué es lo que tiene que hacer, dónde está, dónde debe ir, cuáles serán sus acciones y sus comportamientos. Teníamos escenas donde había que mover a medio millar de personas y no siempre se sabe dónde va a estar la cámara. Cada una de esas personas debe tener idea de lo que tiene que hacer y por qué; algunos eran extras, pero muchos de ellos eran actores profesionales reunidos en San Diego y México. En resumen: todo eso se traduce en una mentalidad de trabajo tipo 24 horas 7 días por semana.
-¿Y cuando se vuelve a la normalidad?
-Bueno, he estado programando tener una vida. Me casé hace cuatro meses (con la actriz Linda Hamilton) y, por supuesto, no pude tomar licencia por matrimonio. Pienso en una pequeña luna de miel. Y además tengo una hija de 5 años que reclama por todo el tiempo que no estuve con ella.
Una labor agotadora
-¿Este fue el rodaje más difícil de todos los que emprendió?
-En realidad, el primer tercio de rodaje de "El abismo" fue físicamente más penoso que cualquier experiencia con "Titanic", pero creo que, tomando todo el conjunto de la realización, sí, ésta fue la más ardua. Ardua por un montón de razones: la atención pública y el correspondiente fisgoneo de la prensa, el costo muy elevado ("cada vez que filmo dicen que es la película más cara de la industria", se disculpaba al principio del rodaje). Además hubo que lidiar con dos estudios (Paramount y Fox), pelear por plazos, por presupuestos y por la fecha de estreno. Y yo personalmente tuve que enfrentar el problema de meterme en un terreno nuevo para mí como director y desde el punto de vista del guión: me refiero a una película de tres horas de duración y al hecho de tomar un tema y desarrollarlo de un modo épico. Me molestó que entre tantas cosas que se escribieron sobre el film no se dijera que, además, era una empresa de un gran riesgo artístico.
-¿Cómo se sintió al ver el film terminado?
-Bien. Pensé: no sé como irá financieramente pero estoy satisfecho de los resultados desde el punto de vista artístico. Creo que la película dice lo que yo quería que dijera. Financiera y logísticamente la producción fue muy difícil, yo estoy satisfecho del resultado pero esto no quiere decir que repetiría la experiencia. Creo que nadie querría meterse a bailar el mismo baile otra vez.
Cuando se lo invita a hablar de los efectos especiales, terreno en el que forjó su fama de buen director, Cameron pone el ejemplo de "Terminator" y exclama: "Con el futuro es más fácil. Nadie puede venir a señalar errores. Los efectos en "Titanic" fueron en cierto sentido los más dificultosos, los más complejos y los más caros que hice y también -seguramente- los que tendrán menor impacto en la audiencia. Porque el espectador estará viendo -o casi- lo que estaba preparado para ver: el Titanic hundiéndose con una multitud de pasajeros a bordo. Al espectador no le importa si el barco -o si la gente o el agua o las gaviotas o el humo de las chimeneas- han sido generados por una computadora.
-Hay menos sorpresa.
-Y otras exigencias. Siempre es más difícil desarrollar una historia realista dada nuestra manía por la exactitud en las películas. Por ejemplo, en la escena en que el barco se está quebrando arrastrado por el peso de la proa que se hunde, hay unas 800 ó 900 figuras animadas, cada una con sus comportamientos individuales específicos y en interacción con otros aspectos de la escena que son reales.
-¿Qué fue lo que determinó el uso de dobles o de figuras animadas?
-Todo fue surgiendo de las discusiones con el equipo de efectos especiales. Sabiendo cómo era la escena que teníamos que preparar, las dificultades que acarreaba, el presupuesto con el que contábamos, etcétera, hacíamos los cálculos correspondientes. Fue una mezcla de técnica, recursos humanos, ingenio e inversión. No diría que el resultado fue un ciento por ciento perfecto, pero acaso llegamos a un 95 ó 99 por ciento de perfección. Esta mezcla de seres vivos y personajes generados por la computadora es un medio sobre el que puede investigarse mucho más, sobre todo si de lo que se trata es de filmar escenas en las que se puede poner en riesgo la seguridad de un actor. Nunca expongo a un actor de mi elenco a alguna clase de peligro.
-También se habló mucho de ese tema.
-Creo que ningún film mío tuvo tantos detractores como "Titanic". Hubo dos malentendidos que tuvieron mucha prensa: que el rodaje no era seguro y que yo maltrataba a mi equipo. Probablemente se interpretó de ese modo el hecho de que fuera necesario imponer una disciplina muy rígida durante el rodaje. No hay más remedio que ser disciplinado cuando hay que encarar una producción tan larga y tan complicada en términos de exigencia técnica como "Titanic". En cuanto a la relación que establezco con mis actores no debe ser tan mala. A Linda (Hamilton) la conocí rodando "Terminator" y terminé casándome con ella. Esperemos que eso no sea considerado mal trato...
-Una pregunta final: ¿cómo ve su futuro ahora que ya midió sus fuerzas para transmitir la emoción de una historia romántica?
-En mi futuro -todavía no está claro- hay probables secuelas de "Terminator" o de "Mentiras verdaderas". Pero, aparte de eso, me encantaría dirigir una película de uno o dos millones de dólares y contar una historia tan despreocupada del diseño de producción y de los efectos especiales que todo su interés se concentrara en el libro y en las actuaciones.
Ilusión en movimiento
Después de descender doce veces a observar el Titanic hundido y de pasar cinco meses haciendo pruebas con miniaturas de 6 metros, James Cameron decidió que no podría llevar adelante el proyecto si no construía su propio set. El escenario fue Rosarito, en los estudios de la Fox en el Estado mexicano de Baja California, a un costo de 40 millones de dólares y como resultado de cien días de trabajo constante y agotador.
Allí se levantaron varios sectores del Titanic en escala, entre ellos un escenario exterior de 236 metros de largo, un gigantesco tanque en el que la nave podría hundirse, el gran salón de la primera clase y la gran escalinata prácticamente del mismo tamaño que los del original y todos los complejos mecanismos que permitieron hacer realidad el hundimiento del Titanic, hasta su espectacular fractura en dos partes y el descenso casi perpendicular en el mar de su mitad posterior.
Para que la ilusión del transatlántico navegando en medio del mar fuera completa, el escenario del barco y la gigantesca piscina en la que estaba ubicado fueron construidos a lo largo de la costa del Pacífico y con una vista del océano capaz de reproducir el horizonte infinito.
Cuando todo estuvo listo, Cameron pudo emprender la formidable tarea de recrear ante las cámaras el breve viaje del Titanic, su encontronazo con el fatídico y gigantesco iceberg y su espectacular naufragio, que sepultó en el fondo del mar a más de 1500 personas junto con la efímera gloria del llamado barco de los sueños.
Antecedentes
Antes del film de Cameron, hubo otras tres realizaciones que se inspiraron en la tragedia del "Titanic" para narrar historias cinematográficas.
El primero fue "Atlantic" (1929), film británico muy poco conocido, dirigido por E. A. Dupont, con Madeleine Carrol.
El segundo fue de origen norteamericano, "...Y el mar los devoró" ("Titanic", 1953), primera gran producción sobre el hundimiento donde, al igual que en el film de Cameron, la tragedia es el marco de una historia de amor. Dirigida por Jean Negulesco, con Clifton Webb y Barbara Stanwyck.
Finalmente, "La última noche del Titanic" ("A Night to Remember", 1958) es una película británica hecha en estilo documental y adaptada del libro de Walter Lord. Fue dirigida por Roy Ward Baker, y protagonizada por Kenneth More.
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