Tiburón: el fenómeno de taquilla cumple 40
El film de Steven Spielberg inauguró la época de los tanques veraniegos de Hollywood
Hace 40 años, Steven Spielberg y el estudio Universal crearon el film taquillero del verano. Hace 40 años, Spielberg mató al nuevo Hollywood, aquel que lideraban sus amigos Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y Brian De Palma; el de Arthur Penn y Peter Bogdanovich, el de El graduado, El padrino, Bonnie y Clyde; el del talento de Hal Ashby y Terrence Malick. Hace 40 años, Spielberg aprendió a ser humilde. Hace 40 años -en concreto, el 20 de junio de 1975 en los EE.UU. y el 31 de julio de aquel mismo año en la Argentina- se estrenaba Tiburón.
"Crear un film taquillero es el arte más reciente del siglo XX", dijo a mediados de los 70 el todopoderoso productor Robert Evans. Y sin embargo Tiburón por poco se convierte en un desastre para Universal, y en una película ridícula que hubiera hundido la incipiente carrera de Spielberg por culpa de un rodaje caótico. Hace pocos meses, el hoy legendario cineasta reconocía: "Valió la pena, porque así pude rodar Encuentros cercanos del tercer tipo, que era realmente la película que quería hacer, y porque desde entonces tengo el corte final de todos mis trabajos. Pero sobre todo Tiburón me convirtió en una persona humilde, me obligó a aplacar mi imaginación ante la realidad de la vida".
La bola de nieve arrancó en el verano boreal de 1973, cuando los productores David Brown y Richard Zanuck compraron por 150.000 dólares y un porcentaje sobre los beneficios de la película los derechos cinematográficos de la novela Jaws (Mandíbulas) a su autor, Peter Benchley, al que además pusieron a escribir el guión. A la vez, habían visto un primer montaje de Loca evasión, una comedia de aventuras con Goldie Hawn dirigida por un jovenzuelo, Steven Spielberg, al que le ofrecieron dirigir MacArthur. Rechazó la propuesta, pero vio en un montón de guiones uno con el título Jaws, pidió llevárselo, lo leyó durante el fin de semana y el lunes pidió hacerse cargo del proyecto. Eso sí: quería transformarlo y rechazó filmar en el tanque de agua de Universal. Al contrario que sus amigos, "Steven era desde el principio un tipo de Hollywood, parte del sistema, sin segundas intenciones ni pizca de espíritu rebelde", cuenta Matthew Robbins, guionista de Loca evasión, en el libro de Peter Biskind Moteros tranquilos, toros salvajes, donde John Milius apunta: "Steven era el que salía corriendo a comprar las revistas especializadas de la industria. Se pasaba el tiempo hablando de recaudaciones".
A fines de diciembre de ese año, Joe Alves, director de arte de Loca evasión, empezó a trabajar en un escualo mecánico de unos ocho metros. Mientras tanto, una segunda unidad filmó en el gran arrecife de coral australiano tiburones blancos reales. Esa parte funcionó, no así los diseños de Alves, que fue sustituido en ese apartado por un jubilado, Bob Mattey, famoso por haber creado el calamar gigante de 20.000 leguas de viaje submarino. Mattey abandonó su retiro y construyó tres tiburones mecánicos a los que llamaron Bruce. Pocas veces funcionaron bien y solo sus problemas técnicos le costaron a la Universal dos millones de dólares.
El rodaje, impuesto por Spielberg en aguas abiertas, arrancó el 2 de mayo de 1974 en la costa este estadounidense, en Martha's Vineyard (isla de la que Spielberg no salió en cinco meses). El presupuesto de cuatro millones de dólares se catapultó a nueve, y los 55 días de rodaje previstos se convirtieron en 159. El guion fue reescrito a la carrera por Carl Gottlieb, pero por una vez la historia no fue la culpable de los retrasos, sino los falsos tiburones, que no habían sido probados en el mar.
De Palma, que vio las primeras tomas, recuerda: "A Bruce se le ponían los ojos bizcos, y no podía cerrar las mandíbulas". Los escualos de mentira se desteñían y se hundían, al igual que el barco protagonista. Como se rodaba en alta mar, de las 12 de luz de cada jornada solo eran útiles cuatro: entre ir y venir y las manipulaciones de los tiburones y los barcos se perdía el resto del tiempo.
Actores borrachos, constantes accidentes? Robert Shaw era tan buen intérprete como alcohólico, Roy Scheider perdía constantemente la paciencia y Richard Dreyfuss, que pensaba que aquello era un fracaso seguro, se convirtió en el rey de la farra en Martha's Vineyard. El enfrentamiento final entre el trío protagonista y y el tiburón se rodó a lo largo de dos meses y medio, duplicando lo presupuestado para ese momento. Solo una cosa funcionó durante la filmación: la editora Vera Fields, que fue realizando su trabajo según se rodaba (y no al final), con lo que en Universal fueron viendo metraje de suficiente calidad como para no abandonar la película. Como los bichos mecánicos eran un desastre, Fields y Spielberg decidieron que el tiburón blanco solo aparecería a la mitad del film. El truco cuajó, aumentando la tensión en pantalla.
El rodaje terminó en septiembre y en diciembre se filmaron en Los Angeles un par de tomas más. Cuando Spielberg escuchó la primera propuesta musical de su amigo el compositor John Williams, pensó que estaba bromeando. Sin embargo, el músico acertó: aún hoy mucha gente tararea su melodía cuando se sumerge en el mar? y otros por miedo ni siquiera se bañan, mientras en su cabeza retumba la famosa partitura.
A pesar de todos los incidentes, la película fue un éxito de taquilla y crítica. Tras una proyección increíblemente buena con público en Dallas, en marzo de 1975, Universal decidió saturar las televisiones con anuncios e invirtió 700.000 dólares. Pero Zanuck optó por un estreno de tan solo 409 cines: que la gente se moviera a ver Tiburón. Acertó apostando a la expectativa; a mediados de julio ya estaba en mil pantallas y había superado los 470 millones de dólares de taquilla, en su momento, un récord.
Desde ese momento, Hollywood abandonó la Navidad como época de grandes lanzamientos, multiplicó su inversión publicitaria televisiva e incrementó su apetito por las tajadas económicas rápidas: y cuanto más rápidas, mejor. Se olvidó del público adulto, que había dejado de ir a los cines, y se centró en los adolescentes, que seguían fieles a las salas. Star Wars no hizo más que confirmar el cambio, convirtiendo el material de serie B entonces en manos de productores como Roger Corman, que acabaron así destruidos en la esencia de los guiones y de las grandes producciones de los estudios.
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