The Cure y un regreso glorioso con la alegría de robarle un poco de belleza a tanta oscuridad
El nuevo disco de la banda de Robert Smith vuelve a ubicarla en el sitial que muchos creían había perdido para siempre
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Álbum: Songs of a Lost World. Artista: The Cure. Temas: “Alone”, “And Nothing is Forever”, “A Fragile Thing”, “Warsong”, “Drone: Nodrone”, “I Can Never Say Goodbye”, “All I Ever Am”, “Endsong”. Calificación: muy bueno.
Aunque ya habían dejado pistas en sus shows, el nuevo disco de The Cure sorprende por los mejores motivos musicales (los peores ojalá nunca aparezcan). La densidad existencial, la melancolía y la aversión a las modas algorítmicas de Songs of a Lost World colocan al grupo de Robert Smith en el sitial que muchos creían había perdido para siempre. Desde Wish (1992) en adelante la banda británica intentó infructuosamente distintos formatos paródicos sobre sí misma, con resultados mediocres y decepcionantes. Pero llegó Songs of a Lost World, 16 años después de su anterior álbum, para poner las cosas en su lugar. Que el mundo está lleno de idiotas, que la pérdida de seres queridos se llora, que el amor es difícil de soltar, que la adultez obliga a una perspectiva honesta de la vida, atraviesan las letras de las ocho canciones de un álbum impulsado más por la rabia que por el lamento.
La caricatura algo infantil del gótico Robert Smith a lo Tim Burton queda apartada a un lado para mostrar a una criatura muy peculiar que posee dotes de clarividente. Una antena que transmite desde las aguas profundas de la vida captando ese fondo barroso que deja el paso de los años. No hay ningún chiste estimulante, ningún brillito o estribillo pop. Solo un grupo de personas alrededor de los 60 años alertando que, justamente, la existencia, fuera cual fuera, no tiene mucha gracia y menos que menos brillitos. Advertencia: si alguien cultiva una dimensión emocional fiestera que ni se acerque a este disco. Lo aborrecerá. No hay nada para “perrear” por acá.
“Este es el final de cada canción que cantamos; el fuego se redujo a cenizas y las estrellas se oscurecieron con lágrimas”, dice Smith después de transcurridos más de tres minutos del tema “Alone” con el que comienza el disco. La canción parece hecha al revés de lo que indicaría cualquier estrategia musical actual: es contra-algorítmica. La introducción larguísima, entre cuerdas y golpes de batería, infunde un estado de ánimo similar al de estar en un bote entre olas gigantes que no rompen. Transcurre largo rato, hasta que Smith empieza a cantar y el tema termina demasiado rápido, sobre los 6 minutos y medio. Deja, así, una leve ansiedad y sensación a poco. Un efecto atípico en la música producida en estos tiempos aguijoneados por la impaciencia y el efecto inmediato. El disco casi completo encierra características similares. Desde “Alone” hasta “Endsong” aparecen grandes partes instrumentales sostenidas de manera soberbia por el bajo de Simon Gallup, el socio más viejo de Smith en los Cure. El sonido parece escupido por un caño de escape gigante de una Harley Davidson: es directamente monumental. Sobre todo, en canciones como “No: Nodrone” y “A Fragile Thing”, que expresa la frase “promete que estarás conmigo en el final”.
Robert Smith ya tiene 65 años. Vive en la campiña inglesa en una casa de estilo tradicional y, a juzgar por los rumores, no realiza demasiadas actividades sociales, salvo caminar de noche con sus ovejas por su parcela. En su calidad de “millonario bueno” no sufre de apremios económicos, nunca crió hijos (sí muchos sobrinos) y sigue casado con Mary, su novia del colegio secundario. Pero en los últimos años, sufrió la pérdida de sus padres y de su hermano mayor, la que más socavó su ánimo. Algo de ese contexto sirve para indagar un poco en los por qué de Songs of a Lost World, que esta semana se ubicó entre los discos más escuchados en los rankings británicos. The Cure pasó por muchas etapas y, Smith versión 2024, decidió calzarse el traje de Wish (1992), Disintegration y Pornography (1982) antes que el de discos como The Top (1984), con toda esa fantasía psicotrópica pop de gusanitos, mariposas y gatos. Al fin y al cabo, todos son sus propios trajes, con costuras que él mismo cosió artesanalmente. En cambio, la influencia del interregno entre 1996 y 2008 -periodo de los olvidables Wild Mood Swings, Bloodflowers y 4:13 Dream- quedó totalmente borrada.
“‘Warsong”, el cuarto tema del disco, se desarrolla a partir de un zumbido impulsado por el armonio hasta un colapso total, con una bengala que dice: “lo único que conoceremos son amargos finales”. Al final, el álbum, termina estrellado en “Endsong”, el cierre de 10 minutos, mientras se encuentra reflexionando sobre “qué fue de ese chico y del mundo que era el suyo”. El único punto reprochable es que, si bien Smith mantiene su voz idéntica, las inflexiones melódicas y las resoluciones tonales no presentan novedades ni riesgos.
El viernes pasado, para la salida del disco The Cure realizó un show de tres horas en The Troxy, Londres. Tres horas en las que Robert Smith y sus secuaces mostraron que siguen enfurecidos con el mundo, con las armas aceitadas y muy lejos de rendirse y retirarse. “Pocas bandas han cantado la alegría de robar un momento de lujuria a la tormenta y el caos de la vida de manera tan hermosa como The Cure”, expresó uno de los cronistas presentes.
Aclaración: las cuatro estrellas de valoración de este disco (muy bueno) responden a aspectos algo subjetivos, con la insinuación bastante probable de que, en pocos años, el álbum madure como los vinos y alcance el “excelente” indiscutible.
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