El Paseo La Plaza rejuvenece: patio de comidas de autor, más obras en cartel y artistas surgidos en las redes sociales
Ese complejo teatral cambió mucho desde sus inicios; ahora tiene un público más amplio, atraído por los shows de stand up y su flamante Manduca, un combo en el que conviven su fiel público de clase media y espectadores más jóvenes, con el objetivo de ampliar para minimizar riesgos
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Hace más de tres décadas, en 1989, sobre el viejo predio del Mercado Nuevo Modelo, nacía el Paseo La Plaza, la mejor idea para atravesar justo al medio la cuadra entre Rodríguez Peña y Montevideo, desde Corrientes hacia Sarmiento (o al revés), a metros del Teatro y el Cultural San Martín, en el corazón de las marquesinas más luminosas de Buenos Aires y hasta con el lujo de un anfiteatro al aire libre.
En esos primeros años, en las salas Pablo Picasso y Pablo Neruda se presentaron el mimo francés Marcel Marceau; Caviar, el legendario grupo de Jean–François Casanovas; Yo amo a Shirley, con la recordada Alicia Bruzzo, dirigida por Agustín Alezzo; Las pequeñas patriotas, con Norma Aleandro y Adriana Aizenberg; Relaciones peligrosas, con Oscar Martínez, Cecilia Roth, Ingrid Pelicori y Eleonora Wexler; Sexo, droga y rock’n roll, con Gerardo Romano; Los lobos, de Luis Agustoni, con Darío Grandinetti, Hugo Arana, Jorge Marrale, Juan Leyrado y Jorge D’ Elía; Hoy: El diario de Adán y Eva, con Miguel Ángel Solá y Blanca Oteyza, dirigidos por Manuel González Gil; Calígula, con Imanol Arias; y muchos más, citados en el historial de obras de la web del complejo teatral.
Del mismo modo que el anfiteatro fue techado y convertido en bar, de a poco fue forjándose un “modelo La Plaza”, con un identificable tipo de público y una clara búsqueda estética: la obra de texto, drama o comedia, señalada por prestigio, críticas o aplausos, interpretada por figuras reconocidas, para personas de clase media y mediana edad con interés de identificar esos nombres arriba del escenario, en vivo y en otra modalidad actoral, que no fuera lo mismo que la TV pero tampoco muy experimental. No se trataba de romper estructuras sino de pasarlo bien sin sentirse “pasatista” y con el ánimo en alto para abrochar la noche en un restaurant tradicional sin moverse de ese espacio y perder minutos de estacionamiento. Mientras, de un lugar a otro, se podía mirar vidrieras y comprar algo en los locales o fumar un cigarrillo bajo el cielo, sentado en los bancos, entre plantas y empedrado.
Aunque amenace, no es ésta una nota nostálgica o deseosa de arrimar al extinguible fogón de que “todo pasado fue mejor”. O peor. Apenas se trata de la descripción de un cambio que por acumulación a esta altura resulta notable. Un cambio en etapas, pero que después de la pandemia tomó velocidad y dio, por ahora, sus últimas puntadas. Este año, la novedad es Manduca y su consigna inscripta bien grande en una de las paredes: “La cocina es cultura”. Donde antes había pequeños negocios de souvenires, zapatos, afiches, abrieron desde agosto diez locales abiertos todo el día, con pocos asientos, para picar al paso o degustar en la terraza, con distintos estilos, desde la parrilla porteña a la opción vegana, de la pizza al pescado, helados y pastelería, para la pre o posfunción, o a cualquier hora, porque se trata de un paseo gastronómico con una oferta fast food pero “de autor”, a precios más bajos que un servicio con cubiertos, mantel y panera y que, además, no está necesariamente atado al paquete teatral. A toda hora pero, en especial, en el horario del almuerzo para oficinas y por el atardecer-noche, esas callecitas son un hervidero de gente que va y viene, más joven que el promedio de las etapas iniciales. A la entrada, ya desde hace tiempo, actores y actrices volantean sus shows, casi siempre de humor, comedias, stand up y musicales: son los representantes de La Plaza off, salas alternativas tipo café concert (Terraza Teatro Bar, Konzert café -ex Colette-, Cortázar, Casals, The Cavern). Nada de esto, salvo Manduca, es objetivamente nuevo, pero sí fue cobrando en la totalidad otra forma, otro esquema de negocio, otro modelo de gestión teatral.
“Los últimos diez años buscamos ampliar los roles para dar mayor sustentabilidad y mayor vida a las producciones que encaramos”, dice el director de producción Ariel Stolier, quien trabaja a las órdenes del CEO Pablo Kompel desde 2000, en lo que hoy se llama Grupo La Plaza, porque incluye al teatro Metropolitan desde 2013 (denominado Metropolitan Sura a partir de 2017).
En 2001, en una entrevista a Kompel realizada por Hugo Caligaris para este diario, el productor –hijo del ingeniero y constructor de La Plaza– habló acerca de las necesidades del complejo y lo comparó con “un fuego al que siempre hay que echarle leña”, es decir, obras tan buenas como taquilleras, propuesta de calidad más convocatoria de público que permita mantener una estructura comercial de ese tamaño. “Siento que se ha tornado casi imprescindible en los últimos tiempos que el tipo de obra tenga un contenido humorístico importante”, dijo. Afirmación que va de la mano con la programación de Favio Posca (Boster Kirlok es de 1996), Hugo Varela, el inimitable Fernando Peña desde 2000 con Esquizopeña, el enorme éxito de Monólogos de la vagina en 2001 y, poco después, el primer Cómico stand up en 2003 con Damián Dreizik, Gustavo Garzón, Peto Menahem, Diego Reinhold y Martín Rocco, que llegaría a la versión 5 en 2011: sin duda, un camino que comenzaba a trazarse.
Un ecosistema donde más es más
Ampliar y diversificar la programación para minimizar el riesgo es la fórmula La Plaza. No sólo producir y presentar espectáculos –por ende, vender entradas– sino también comercializar la temporada a través de auspiciantes, patrocinantes y socios promocionales que sostengan un colchón más difícil de ser perforado.
Tradicionalmente, cada obra ocupaba una de las dos salas de 400 a 500 butacas hasta que cumplía su ciclo e ingresaba otra obra y así de forma sucesiva, con funciones de miércoles a domingos y, a veces, dos funciones los sábados. Ese modelo dominante en avenida Corrientes (al que podríamos llamar Carlos Rottemberg, productor de Multiteatro y Multitabarís), se mantiene de modo acotado en las salas Picasso y Neruda con obras como El método Grönholm o la comedia Mi madre, mi novia y yo.
“Pero no sólo una obra en horario central sino dos, intercalándose (a las 20 y a las 22, por ejemplo), de modo que un solo espectáculo no tenga que cubrir las necesidades de la sala y así, entre ambas, puedan sostenerse toda la temporada. Menos funciones cada una pero en total son más. Por otro lado, es la manera que encontramos para ofrecer más oferta y, a la vez, más sustentabilidad, con obras más ‘riesgosas’, más experimentales o sin figuras populares (por ejemplo, los musicales Lo quiero ya y La desgracia). Este proceso comenzó en 2005 y seguimos desarrollándolo”, explica Stolier. La tendencia trasnoche –que empezó, como citamos, con Posca y Peña y continuó con Cómico stand up– se profundizó cada vez más con artistas jóvenes y alta rotación. La novedad que trajo la pospandemia es la presencia de público joven, el primero que volvió a las salas a ver shows humorísticos tanto de nombres con trayectoria como emergentes: Juampi González (Soltero), Las chicas de la culpa (Malena Guinzburg, Fernanda Metilli, Connie Ballarini y Natalia Carulias, el único espectáculo que continuó con las dos opciones, presencial y streaming), Luciano Mellera y Lucas Lauriente (la dupla centennial en cartel desde la reapertura), Martín Pugliese, Federico Cyrulnik o la sexóloga Cecilia Ce y su Beer and Sex Night.
En resumen, un ecosistema donde convive y se equilibra una amplia variedad, desde la obra de texto adulta con protagonistas famosos, más el teatro musical de cámara, más los espectáculos de trasnoche como stand up, la comedia y hasta la magia. “Esto nos permite tener los teatros ocupados de martes a domingos y que los fines de semana haya tres funciones en lugar de una. Queremos que circule gente la mayor parte de tiempo”, dice Stolier con la planilla en mano: este año hubo 58 espectáculos, entre la Plaza (25) y el Metropolitan (33), y el año pasado, 55. Antes de la pandemia fueron algo menores. El número de espectadores también volvió a las cifras 2019 con alrededor de 300 a 350 mil espectadores al año. Según su análisis, ganaron espectadores jóvenes sin perder a los tradicionales, se generó más trabajo para todos, más espacios para obras alternativas y artistas emergentes: en conjunto, una tendencia a redefinir el canon del llamado teatro comercial.
Estos nuevos públicos de La Plaza no llegan por los medios tradicionales sino por las redes sociales. Suelen repetir varias veces el mismo espectáculo para volver a ver a las figuras que les interesan. La gran pregunta sería si, acaso, estos seguidores de humoristas y mediáticos serán o no futuros espectadores de teatro. Nadie lo sabe. Es una vinculación en proceso y constante.
Es paradigmático el caso de Mi madre, mi novia y yo, escrito por una autora argentina (Mechi Bove), dirigido por Diego Reinhold e interpretado por Sebastián Presta, un actor que se hizo famoso por sus videos en YouTube, más Victoria Almeida y Graciela Tenembaum, actrices muy conocidas en el off o la TV: en este caso, cada uno traccionó sus públicos. La transición de un tipo de espectáculo a otro existe pero nunca es directa ni lineal.
“El gusto se va cultivando, no es mágico. En la rotación encontramos una forma. Por otro lado, la salida teatral requería de otros componentes. Lo artístico es fundamental pero además se busca que toda la salida sea satisfactoria, una propuesta integral que incluya lo gastronómico, el estacionamiento, la seguridad y comodidad, porque los teatros necesitan relevancia para sostenerse”, subraya Stolier.
Un combo teatral, un paseo de comidas, un poco para todos, una investigación al aire libre acerca de cuál sería la mejor opción a la hora del entretenimiento. Preguntas que dejó la pandemia y respuestas que se encuentran en el hacer. Como siempre, los que deciden son los números.
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