Temas de conversación: y, un día, Ricardo Darín dejó de ser nuestro Tom Cruise
Hasta que confirmó el lunes su participación en la serie de El Eternauta, que producirá y estrenará Netflix, el actor solo parecía dispuesto a participar en proyectos de cine
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Hasta el lunes pasado, Ricardo Darín era nuestro Tom Cruise. La última gran figura de nuestro star system que a través de su trayectoria representaba a ultranza y con admirable resistencia a cualquier moda o cambio la defensa del cine entendido como una experiencia que solo puede apreciarse y disfrutarse plenamente en pantalla grande, dentro de una sala. Un acto que por definición es de naturaleza colectiva y, como tal, resulta siempre transformador. Así lo define (y lo defiende) en estos días nuestro último director clásico, Adolfo Aristarain, en breves apariciones previas a cada nueva función del Bafici 2023.
Esta última frontera terminó de cruzarse en el mismo momento en que Darín confirmó su participación en la serie inspirada en El Eternauta, la obra cumbre de la historieta argentina escrita por Héctor Germán Oesterheld, dibujada por Francisco Solano López y publicada por primera vez en 1957 en la revista Hora Cero Semanal. El actor no reveló cuál será su papel en lo que seguramente será la producción original más ambiciosa encarada por Netflix en nuestro país, pero todo nos lleva a pensar que será Juan Salvo, el dueño de una pequeña fábrica de transformadores que se transforma en inesperado héroe de la resistencia contra una mortífera invasión extraterrestre.
Los seguidores de El Eternauta, esta gran aventura argentina que trascendió a varias generaciones, se entusiasmaban en los últimos años cada vez que volvía a hablarse de posibles adaptaciones a la pantalla. La más firme, luego frustrada, hablaba de una película que iba a dirigir Lucrecia Martel. La expectativa más grande siempre giró alrededor de cómo se narrarían los momentos más espectaculares y de mayor aliento épico, las batallas libradas entre invasores y rebeldes en lugares bien reconocibles de Buenos Aires como Plaza Italia, la avenida General Paz y sobre todo la cancha de River. Mostrarlos en pantalla grande llevaría al cine argentino a un lugar casi inédito, situado en el límite entre la realidad y la ciencia ficción.
Hoy todos tienen bien claro que una producción de estas características, tantas veces postergada, solo puede hacerse en medio de la inestabilidad económica de nuestro país con el apoyo de jugadores de peso con poder y alcance global. En este caso, Netflix. A ese lugar llega Darín por primera vez para agregar un nuevo nombre (¿será finalmente Salvo?) a su extraordinaria galería de personajes construida alrededor de una certeza absoluta. Desde su aparición en Nueve reinas (2000) con un personaje inesperado para su previa historia de galán, Darín es reconocido hasta hoy como el mejor actor de cine de la Argentina.
A partir de ese momento, los grandes personajes de Darín convocaron a multitudes en los cines locales. La pantalla grande era el domicilio natural de sus inolvidables personajes en Luna de Avellaneda (2004), El aura (2005), Carancho (2010), Un cuento chino (2011), Elefante blanco (2012), Tesis sobre un homicidio (2013), Kóblic (2016), La cordillera (2017), La odisea de los giles (2019).
El Oscar, la máxima celebración planetaria que se hace a sí misma la industria del cine, lo incluyó a través de las nominaciones para El hijo de la novia (2001), El secreto de sus ojos (2009), Relatos salvajes (2014) y Argentina, 1985 (2023). Con esas películas también recorrió los festivales más importantes (Cannes, Venecia, Toronto, San Sebastián). Su presencia siempre funcionó como emblema del valor de producir contenidos para que lleguen por primera vez al público en medio de la experiencia compartida que significa ver cine en el cine.
Los otros grandes nombres de nuestro star system levantaron la misma bandera a lo largo de las últimas dos décadas, momento en que el público argentino parecía reconciliarse con un cine nacional que por fin se animaba a contar historias con apuestas artísticas que a la vez funcionaban muy bien en las boleterías. El mejor de los mundos posibles.
Los cambios de hábitos forzados por la pandemia abrieron una nueva etapa. Los otros grandes nombres de nuestro star system, de a poco, encontraron en producciones sostenidas por las plataformas el espacio de reconocimiento amplio que ya no podían ofrecer los cines, porque el público optaba ahora por quedarse en casa. Los éxitos recientes de los actores más populares pertenecen al streaming: Granizo y El encargado para Guillermo Francella, El reino para Diego Peretti, Santa Evita para Natalia Oreiro. Hasta Adrián Suar, que apostó el año pasado un pleno al cine con 30 noches con mi ex, también se sumó a esta nueva ola con Los protectores y El host.
Las producciones nacionales que superaban el millón de entradas vendidas antes del Covid ahora se conforman con una escala menor. De la mano de La extorsión, Francella lideró un triunfo colosal para las circunstancias actuales: ya la vieron en los cines casi 400.000 personas y sigue en cartel. Pero nadie cree que los próximos estrenos nacionales se acerquen a los números de El clan o Relatos salvajes. Eso será posible solo cuando se estrene el año que viene la esperada película de Los simuladores, que será sin dudas un nuevo gran acontecimiento.
Todas nuestras grandes y queridas figuras, con Darín a la cabeza, volverán tarde o temprano a tener un lugar en la cartelera de los cines. Querrán hacerlo, además, porque hacer películas para que se vean en cine tiene que ver con la importancia de los proyectos en los que participan y además comprometerse a ellos forma parte de la esencia de su vocación como actores. Lo que ya no quedan aquí son los defensores absolutos de esa posibilidad en los hechos. Darín era el último. Dejó de ser nuestro Tom Cruise.
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