Tema de conversación: Dolores Fonzi pisa fuerte con su ópera prima, Blondi, y resuelve con solvencia el desafío de dirigirse a sí misma
Reconocida como una de las mejores actrices de cine de la Argentina, ahora debuta como directora en Blondi, una película de espíritu independiente que sale a buscar al gran público
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¿Cuánto hace que una actriz argentina destacada pisa tan fuerte con su ópera prima como autora y directora? Lo que acaba de ocurrir con el magnífico debut detrás de las cámaras de Dolores Fonzi en Blondi no se registra desde hace bastante tiempo. Hay que viajar con la memoria hasta 2018, cuando Valeria Bertuccelli enfrentó por primera vez el desafío con La reina del miedo, único testimonio hasta ahora de esa búsqueda. O seguir sistemáticamente la carrera de la talentosa Ana Katz a lo largo de las últimas dos décadas.
En el caso de Fonzi las expectativas con relación al camino que se le abre a partir de ahora son muy promisorias por varias razones muy fundadas. La primera tiene que ver con su propia historia en ese mismo lugar. Ya nadie duda a esta altura de que Fonzi es una de las mejores actrices que el cine argentino nos dio en los últimos años.
Sobran pruebas a lo largo de los últimos quince años y en registros muy diversos. Alli están para demostrarlo en distintos momentos La patota, El aura, Claudia, La cordillera, El futuro que viene, El crítico, Truman, El campo. Todos estos títulos en su diversidad comparten un denominador común, seguramente la condición que define por encima de cualquier otra el valor de una actriz de cine: cómo la cámara consigue quedar atraída por el magnetismo de su presencia en el cuadro.
Al verla en una pantalla grande y en una sala de cine comprobamos que Fonzi tiene una mirada como pocas en el cine argentino. Entre otras cosas, porque sabe mirar como nadie en sus apariciones en la pantalla grande. Llegar a eso, así como el modo en que consigue hacer hablar a sus personajes o permanecer en silencio, solo se logra a partir de la confianza que se genera previamente entre ella y sus directores.
Ese aprendizaje parece imprescindible cuando el espectador se hace una pregunta clave frente a un caso como el de Blondi: ¿cómo hace un actor para dirigirse a sí mismo? Sin toda la experiencia acumulada en rodajes muy exigentes y sin las lecciones que seguramente recibió en ellos por parte de sus realizadores sería muy arduo cumplir con un doble y simultáneo desafío: filmar una escena a partir del conocimiento preciso del espacio que ese actor-director va a ocupar en el plano. Una de esas influencias, seguramente decisiva en este momento de cambios y aperturas, es Santiago Mitre, actual pareja de Fonzi y director de algunas películas decisivas en su carrera como La patota y La cordillera.
Pero lo que se vislumbra a partir de Blondi, junto con ese manejo de algunas herramientas formales que resulta siempre insoslayable, es otro detalle todavía más valioso imaginando de aquí en adelante un compromiso sostenido de Fonzi con esta nueva apuesta. Blondi es una película concebida con genuino espíritu independiente, pero que a la vez sale con genuinos argumentos en busca de de un público amplio.
No estamos frente a un relato hermético o experimental. A través de sus interrogantes, de los claroscuros anímicos de los personajes, de la exposición descarnada de los lazos familiares, de las consecuencias de determinadas decisiones o del rumbo incierto que toman algunos viajes, Blondi se instala en un mundo muy reconocible de nuestra realidad cotidiana.
Fonzi confía en la potencial identificación de los personajes de la película con un espectador no iniciado en el circuito del llamado cine de autor, por más que su película haya encontrado su vidriera inicial de presentación en un festival de las características del Bafici. Pero en ese propósito de llegar a una audiencia lo más amplia posible apela también a la inteligencia y la perspicacia de quien se dispone a ver la película. No hay clisés ni lugares comunes en el universo de costumbres que se retrata aquí. Mucho menos el recurso siempre cómodo y perezoso del sentimentalismo. La presencia de rostros tan conocidos como Carla Peterson, Rita Cortese y Leonardo Sbaraglia dentro de un elenco ejemplar resulta fundamental para alcanzar toda esa empatía buscada y deseada.
Hay un espacio intermedio muy frecuentado por el cine de estos tiempos que se instala entre la risa y el llanto, entre la ligereza y la emoción profunda. Lo que hoy conocemos como dramedy, un modelo de narración que últimamente logró probarse muchas veces de manera eficaz en el cine estadounidense, es el que Blondi querría ocupar en la pantalla local. No es común que una actriz haya llegado por primera vez a la dirección con un conocimiento tan preciso y acabado de algunos de los recursos esenciales de esa fórmula.
Hay un espacio cada vez más grande, bienvenido y fecundo ocupado por nombres de mujer en el mundo de la realización cinematográfica argentina. A las figuras mencionadas se suman, entre muchas otras, Anahí Berneri, Natalia Garagiola, Julia Solomonoff, Paula Hernández, Laura Citarella, Lucía Puenzo, Tamae Garateguy, Natalia Meta. La promisoria Lucía Seles, triunfadora en el reciente Bafici, acaba de sumarse a una lista que tiene por supuesto a Lucrecia Martel como faro y punto máximo de referencia y reconocimiento internacional.
A ese fértil universo creativo acaba de llegar Dolores Fonzi con todo el valor de su bagaje actoral, un admirable poder de observación y la sensibilidad a flor de piel para empezar su carrera como directora con una película tierna, lúcida y vital que merece verse en el cine, aunque ya tiene la continuidad asegurada en una plataforma de streaming, mientras sale a buscar a la mayor cantidad de público posible sin renunciar jamás al riesgo artístico.
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