El recordado programa, adorado por una audiencia masiva, logró formar varios matrimonios; del rating récord que logró a las críticas de la Liga de Madres de Familia
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“Ya no tenemos el horizonte del matrimonio como destino”, suele afirmar el filósofo Luciano Lutereau. Sin embargo, hasta no hace demasiado tiempo atrás, la unión formal de una pareja era una cuestión aspiracional. La soledad -un flagelo que va más allá de épocas y dinámicas sociales- ha sido uno de los tormentos con los que siempre ha lidiado el ser humano, quizás hoy potenciado por la, a veces, falsa sensación de “comunidad” que ofrecen las redes sociales.
Pensando en estas cuestiones, un adelantado a su tiempo, el animador Roberto Galán creó el programa Yo me quiero casar, ¿y usted? Los analistas contemporáneos lo bautizaron como el “Tinder de la televisión”. No sería del todo desacertado pensarlo de ese modo. Aunque, quienes hoy apuestan a las aplicaciones de cita no siempre tienen orientado el faro hacia una boda hecha y derecha.
Cuando el histórico conductor, en el último bloque del programa, espetaba la anhelada frase “se ha formado una pareja”, los seis u ocho participantes, y la audiencia, se estremecían ante la posibilidad del nacimiento de una nueva relación. Si la aspiración de la mayoría de los concursantes era conformar una pareja, la instancia final era el casorio y la fiesta con todos los gastos pagados por el canal.
“Nací para ti, aquí me tienes, qué te hace feliz, dime qué quieres, te esperé, en soledad tanto tiempo, que me estás dando la vida si sientes tú, lo que yo siento”. La letra de “Nuestra luna gris”, la cortina musical del ciclo -un melodrama con sentimiento de folletín y bolero- ya instalaba el imaginario del programa.
Indudablemente, Roberto Galán fue un comunicador que conocía muy bien el gusto de las audiencias masivas. Amado por el público, también ha sido el responsable de otra aventura pionera, Si lo sabe, cante. En este formato -surgido en un medio que aún no utilizaba tal término- los aficionados se daban el gusto de cantar en público. La mayoría lo hacía realmente mal, pero, esporádicamente, aparecía un “tapado”. Las famosas secretarias coronaban la escena, ellas eran las féminas que les regalaban una jaula con un canario a los ganadores. Épocas donde no existían espacios como La voz, Got Talent o los certámenes de Marcelo Tinelli. Para cantar o para casarse, Galán lo hizo primero. Al menos en nuestro país. Y siempre con el público como protagonista.
Nací para ti
Yo me quiero casar, ¿y usted? nació en 1971 en la pantalla del antiguo Canal 11 -hoy Telefe-, propiedad de Héctor Ricardo García, y, a través de los años, salió al aire por Teledos -también de García- y por Canal 9 Libertad -la recordada señal de Alejandro Romay. A fines de los noventa, el ciclo tuvo un paso final por América. Los tiempos ya habían cambiado y los solos y solas contaban con otras posibilidades al alcance de la mano.
Detrás del programa había un aceitado equipo de producción que atendía a los candidatos y candidatas que se anotaban para participar. Casi como psicólogos en pleno trabajo de campo, el staff entrevistaba a los aspirantes buscando trazar un perfil de cada uno en relación con sus necesidades, actividades laborales, entorno familiar, lugar de residencia, hobbies, estado civil, religión, entre muchos otros ítems. Y, desde ya, tratando de descubrir que no hubiera engaños de por medio, evitando elegir a parejas ya conformadas que se presentaban buscando engañar a la producción y al conductor, mostrar afinidad en cámara y, de ese modo, ganar la fiesta de bodas. Viveza criolla que le dicen.
En general, se agrupaban varias parejas y se organizaban celebraciones simultáneas que se transmitían en vivo y donde Galán solía contar con la colaboración de otras celebridades como el animador Silvio Soldán. Previo a todo eso, había varias instancias para superar.
La gente de a pie
Si algo caracterizó siempre a los programas de Galán fue la participación de personas “comunes”. La idea era que el televidente sintiese cercanía y empatía por quien estaba frente a cámaras: “Puedo ser yo”. Algo así como un aspiracional con marketing y estudio de mercado nacional y popular. Al programa asistían, en general, personas de mediana edad para arriba con una amplia mayoría de adultos mayores. Cada tanto, aparecía alguien más joven. Aunque ese rango etario, luego sería capitalizado por programas como Cupido, el Yo me quiero casar, ¿y usted? del canal Much Music que conducía Franco Torchia, ya en la “era moderna”.
Desde ya, acorde a los tiempos que corrían y al público familiar al que iba dirigida la creación de Galán, todo se desarrollaba bajo una lógica heterosexual y con muy poca osadía en las confesiones. Aunque el conductor apelaba a cierta picardía, jamás los aspirantes confesaban intimidades atrevidas vinculadas a la sexualidad. Todo era más idílico y romántico. Una épica del amor.
En cada emisión, participaban entre seis y ocho personas. Las mujeres por un lado y los varones, por otro. Frente a frente. El conductor comenzaba con la presentación de los aspirantes, el momento talk show del ciclo donde cada cual contaba lo suyo azuzado por Galán, quien tenía unas tarjetas impresas con un resumen de cada historia.
“Me siento muy sola, señor Galán”, “Mi mujer murió hace diez años y mis hijos se casaron, así que me gustaría volver a tener una compañera”, “Siempre viví con mi madre y, ahora que ella murió, quiero estar acompañada”, “Nunca me enamoré”, “Mi mujer me engañaba, quiero conocer a una señora que me ame de verdad”. El anfitrión sabía cómo capitalizar cada historia. Las viudas y los viudos cotizaban alto.
El dueño de casa, en diversas etapas de su vida censurado por su filiación peronista, lucía siempre su habitual look atildado. Galán fue un dandy de traje, corbata, pañuelo visible en la solapa y sus canas inmaculadas rematadas en un prominente jopo. Impecable. Y los participantes estaban a su altura. Luego de desfilar por la sala de maquillaje y peinado del canal, todos lucían atildados, pero sin sofisticaciones. Nada que los alejase de su propia identidad barrial, pero luciendo sus mejores galas.
El broche final
En el último bloque, luego que cada cual expusiera lo suyo y hasta se produjera algún intercambio espontáneo, el conductor recogía las tarjetas donde cada participante había escrito -en el “cartoncito del amor”- el nombre o el número de la persona con la que sentía afinidad.
Si se producía una coincidencia, el Galán sonreía cómplice y lanzaba la frase “Se ha formado una pareja”, santo y seña de la felicidad. O al menos, un primer gran paso dado. En algunas oportunidades, las coincidencias eran múltiples. Incluso, la dinámica del programa permitía que también los televidentes hicieran sus apuestas. “El 3 con la 2″, “El 1 con la 4″. El público se convertía en casamentero, como aquella Dolly del musical.
“Señor Galán, me equivoqué, no quería elegir a él”, le dijo una señora en pleno aire. Al caballero supuestamente elegido le duró poco la felicidad. Todo a foja cero. Podía pasar.
Cuando se formaban parejas, la producción contaba con chaperones que acompañaban a los tortolitos en sus recorridos de reconocimiento. Las salidas en general consistían en visitas a restaurantes, cafeterías y largas caminatas para que los novios se fueran conociendo. En muchos casos, la cosa no pasaba a mayores, pero, cuando todo prosperaba, se iban superando instancias afectivas hasta llegar a la boda llave en mano y libre de gastos, todo bancado por el canal.
También ha sucedido que, sin haber habido coincidencia en el aire, algunos participantes decidían, por iniciativa propia, intentar la relación, pero ya sin el padrinazgo del programa. En ese caso, si llegaban a casarse, Galán les enviaba un regalo.
Tal era el despliegue del ciclo que, más de una vez, las celebraciones eran múltiples y ante la vista de millones de televidentes. En una oportunidad, una de las fiestas de bodas se realizó en un barco y con la coconducción de un joven Guillermo Andino.
A pesar de los recaudos, alguna vez la producción y el propio Galán fueron engañados en su buena fe y terminaron uniendo a una pareja ya formada de antemano. El colmo del incordio se dio cuando todos se dieron cuenta de que se trataba de delincuentes que terminaron frente a la policía.
Romper el tabú
Galán ha sido criticado por su extremo olfato popular. En una oportunidad, el casamiento de una pareja de personas de baja talla generó revuelo. ¿Morbo o una posibilidad honesta?
El 16 de junio de 1972, en la iglesia Nuestra Señora de Pompeya, se llevó a cabo el rito del casamiento católico entre Teresita Fauret y Héctor Sotelo. Los padrinos fueron los populares cantantes Ramona Galarza y Roberto Rimoldi Fraga. El rating, muy distinto al que llega un éxito televisivo hoy, superó los 60 puntos, algo similar a lo que sucedió cuando se televisó la boda de Evangelina Salazar y Ramón “Palito” Ortega.
El canal también les pagó la Luna de Miel a Fauret y Sotelo, pareja que perduró en el tiempo y llegó a tener tres hijos. Algunas de aquellas ceremonias religiosas bajo el catolicismo, las ofició el histriónico y mediático sacerdote José María Lombardero, que solía oficiar la misa para niños a la mañana o cerrar las transmisiones televisivas con su mensaje siempre con la voz elevada. Las bodas no siempre eran católicas, en algunas oportunidades también contrajeron enlace parejas judías con prolijas ceremonias en templos de su comunidad.
Galán recibió severas críticas a lo largo de su extensa y exitosa trayectoria, aunque jamás esos comentarios adversos provenían de su audiencia. La Liga de Madres de Familia puso el grito en el cielo más de una vez, acusando al animador de “banalizar el amor”. El conductor, quien habría presentado a Juan Domingo Perón y Eva Duarte, se defendía o hacía oídos sordos; sabía qué buscaban sus televidentes y, más allá de las voces negativas, no dudaba en potenciar cada una de sus ideas que, en definitiva, eran sanas y no afectaban a nadie.
Tal fue el éxito de Yo me quiero casar, ¿y usted? que se llegó a editar un disco con varios temas románticos, donde la cortina del show era el corte de difusión.
Con una sociedad mucho más conservadora que la actual y sin aplicaciones de citas disponibles, Galán supo ver una necesidad genuina en la soledad de miles de personas. Justo él que había apostado por el amor en media decena de oportunidades. Conocía al dedillo la sensación de barajar y dar de nuevo. De estar solo y volver a enamorarse. ¿Por qué no darles la oportunidad a los demás? Nadie lo había hecho antes en televisión y estaba convencido que le daría una gran cosecha de rating. No se equivocó.
Si a la tarde, los canales irradiaban telenovelas con amores de ficción y parejas estelares, Galán, quien murió el 9 de noviembre de 2000, tomó la posta del deseo genuino del amor, pero protagonizado por gente común y corriente. El culebrón sin estrellas. Y con verdad. “Se ha formado una pareja”, fue la frase que todos esperaban, los participantes y el público. Y Roberto Galán.
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