La convocaron para grabar veinticinco capítulos, pero se quedará hasta el final de la tira; también reestrenará en enero un unipersonal en la calle Corrientes
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Charo Vidal, la villana que interpreta Violeta Urtizberea en La 1-5/18, tira de Pol-Ka que protagonizan Agustina Cherri, Gonzalo Heredia y Esteban Lamothe, es tan pero tan mala que a veces causa gracia. El prototipo del personaje –un clásico del culebrón– está llevado al extremo, y Violeta tiene que apelar a un repertorio más variado de recursos que aquel que le exige la comedia, donde siempre se ha movido como una experta. “El único objetivo de mi personaje es arruinarle la vida a la hermana, el papel de Agustina Cherri –explica Urtizberea–. Charo hace cosas impensadas, tremendas que para mí son muy divertidas para actuar porque eso es todo lo que yo no hago en la vida real. Es una persona siniestra, pero es verdad que de tan mala ya es un poco graciosa. Es tragicómica, digamos. El psicótico realiza las fantasías que el neurótico no concreta. Bueno, ella es una psicótica. Y lleva adentro todo ese odio y ese desequilibrio por cómo la trató siempre su mamá. Yo noto que la gente que ve la tira me odia como se odia a los malos en las telenovelas. Eso indica que estamos haciendo las cosas bien”.
Perteneciente a una familia de esas que se definen en la Argentina como “de clase media acomodada”, Lola Vidal (Cherri) queda embarazada a los 17 años de un joven que vive en un barrio popular y decide mudarse con él. Cría a su hijo en un entorno muy diferente al de su familia y su madre no se lo perdona: deposita toda su frustración en Charo, a quien empieza a controlar de manera maníaca. La reacción del personaje de Urtizberea empeora las cosas: se transforma en una mujer bastante maléfica que intenta seducir al novio de su hermana (Gonzalo Heredia). “Es el código clásico de la telenovela”, asegura ella. “Me gusta hacerlo porque prefiero tener un recorrido en las dos vertientes: la comedia, que es lo que hago más habitualmente, y el drama. Siempre lo importante es que el hecho artístico me atraviese, más allá del género. En la vida uno se ríe y llora, y todo depende de cómo esté mirando las cosas. Yo personalmente le huyo a la solemnidad, entonces lo exclusivamente dramático me aburre. Pero la comedia sola también me aburre. Sí es cierto que mi punto de vista sobre la vida está teñido de humor. Así veo el mundo... Es muy raro que en una reunión con amigos yo no pase por la risa. Es mi manera de ver la vida, y por eso se refleja en mi trabajo como actriz”.
–La tira viene despertando polémicas por la imagen distorsionada que ofrece de los barrios marginales y de sus verdaderas problemáticas. ¿Qué opinás de eso?
–Que no es un documental. No es el reflejo de lo que pasa en las villas argentinas, es un culebrón ambientado en ese contexto. Pero ni siquiera el lugar donde pasa todo es un fiel reflejo de la realidad porque no está buscado que sea así. Me gustó la idea porque si bien las tiras son exigentes en términos del tiempo que demandan, hacer a esta mala psiquiátrica me resultaba muy divertido. Y porque volver a trabajar después del encierro fue una fiesta, fue volver a vivir. Tener compañeros, chatear, salir a cenar…
–El encierro por la pandemia coincidió con la llegada de tu hija. No había trabajo, pero sí mucho tiempo para estar con ella.
–Ella tenía apenas seis meses cuando empezó la cuarentena más estricta, así que estuve muy cerca en una etapa muy importante. Estuvo bueno hacer vida familiar con ella y Juan (su pareja, el músico cordobés Juan Ingaramo). Jugábamos con ella, cocinábamos, veíamos series.... Pero Lila ya tiene dos años y está un poco más independiente. Se queda con una empleada que nos ayuda, con mi mamá, con Juan... Era necesario que se despegara un poco de mí. Yo entré a esta tira para grabar solo veinticinco capítulos, después volví para hacer diez más y pedí un mes de licencia para estrenar una obra de teatro. Al final, cuando ya estaba en condiciones de retomar, me ofrecieron quedarme hasta el final de la historia.
–¿Te llevás bien con los ritmos de trabajo de un programa diario?
–No lo hacía desde Las estrellas (otra tira de Pol-ka donde encarnaba a un personaje con síndrome de Tourette que levantó polémica), en 2017. Y la verdad es que me daba un poco de miedo volver a enfrentarme con una rutina tan fuerte: tenés que dedicarle casi doce horas por día, no podés organizar mucho tu vida personal. Porque además de las grabaciones, nuestro trabajo implica también hablar con la prensa y al ser tan irregular no te da mucho margen para rechazar ofertas. Yo hice una participación en El fin del amor (serie de Amazon Prime basada en un libro de Tamara Tenenbaum) y ese día no dormí: trabajé para la tira desde la mañana temprano hasta las 18 y después hice lo otro hasta las 5 de la mañana. Que el trabajo se ponga así de intenso ahora que tengo una hija me inquieta, hace que aparezcan algunos fantasmas por no estar cerca de ella durante tantas horas. Pero siempre sucede que uno imagina que las cosas son más trágicas de lo que en realidad son. Trabajando yo estoy más feliz, y eso beneficia la armonía del hogar.
–Este año también te animaste a hacer un unipersonal, Una casa llena de agua, que en enero se reestrena en el Metropolitan de la calle Corrientes. ¿Cómo te sentiste con la experiencia?
–La propuesta para hacer la obra me llegó en enero de 2020. Mi hija tenía apenas cuatro meses y yo estaba un poco rara, no sabía muy bien qué tenía ganas de hacer como actriz. Con Mariano Tenconi Blanco ya había trabajado en otra obra, Las lágrimas, y quedamos bastante amigos. Pero además había otros atractivos: era la primera obra teatral de Tamara Tenenbaum y también la primera vez que la compañía de Mariano, Teatro Futuro, iba a producir algo que no era de él. Además, dirigía Andrea Garrote, que es alguien a quien también admiro. La leí y me encantó. Empecé el trabajo con todo el miedo que supone hacer por primera vez un unipersonal. Yo siempre pensé la actuación con un otro... Creo que la maternidad tuvo algo que ver con que me haya animado. Ya son muchas menos las cosas que me dan temor. Yo antes veía una cucaracha y salía corriendo, y ahora si aparece una y mi hija llora, la mato y listo. La obra tiene un mundo muy femenino, pero también convoca a los hombres. A mí personalmente me enamora hacerla, y la gente sale muy contenta de la sala. Por eso vamos a seguir en el Metropolitan.
–¿Cómo es el personaje que interpretás?
–Es una chica de unos 23 o 24 años. El teatro me permite jugar con un personaje de esa edad, a pesar de que yo tengo 36. Se llama Milena, estudia biología marina y cuida a una bebé a la que le habla todo el tiempo, como si estuviera con un interlocutor adulto. Y un día le empieza a contar una historia que es a la vez tierna y siniestra. Esa cruza de sensaciones es muy particular, provoca humor porque la situación es bastante absurda. Es un papel que disfruto mucho. Y nos hicimos muy amigas con Tamara: somos del mismo barrio, tenemos un mismo imaginario, estamos viviendo un “romance amistoso”. Mucha gente me dice que el personaje tiene cosas mías, pero es todo parte de la imaginación y la creatividad de la autora.
–Las cosas vienen cambiando radicalmente para las mujeres en estos últimos años, gracias a la potencia de las reivindicaciones del feminismo. ¿Sentís personalmente los efectos de ese cambio?
–A mí personalmente nunca me pasó nada feo, pero sí es verdad que naturalicé muchas cosas que estaban mal. Hablo de situaciones incómodas que cualquier mujer atraviesa en su vida. Supongo que por tener un papá famoso, en el medio en el que trabajo nadie se desubicó nunca. Pero sí veo que en la calle ya no te gritan barbaridades, por ejemplo. Los hombres estaban habilitados a decirte cosas sobre tu cuerpo y te la tenías que bancar… Eso pasa mucho menos, está claro. Pero creo que por ahora el cambio es más en las formas que en el fondo. Porque lo cierto es que siguen abusando y matando mujeres todos los días.
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