Una experiencia deslumbrante
The Young Pope / Idea: Paolo Sorrentino / Autores: Paolo Sorrentino y Stefano Rulli / Fotografía: Luca Bigazzi / Edición: Cristiano Travaglioli / Dirección de arte: Massimo Pauletto y Alex Santucci / Música: Lele Marchitelli / Elenco: Jude Law, Diane Keaton, Silvio Orlando, Javier Cámara, Scott Shepherd, Cécile De France, Ludivine Sagnier, James Cromwell, Toni Bertorelli / Dirección: Paolo Sorrentino / Canal: Fox Premium / Horario: Domingos a la medianoche / Nuestra opinión: excelente
The Young Pope es una experiencia televisiva deslumbrante. Exquisita en términos formales, brillante en su concepción y puesta en escena, es el espacio perfecto que Paolo Sorrentino parece haber encontrado para desarrollar al máximo, sin el apremio y la concisión del reloj cinematográfico, su visión del mundo. Con la portentosa construcción visual de La grande bellezza y, por fortuna, tomando una adecuada distancia de la pretenciosa grandilocuencia de Juventud.
Algunos de los temas que Sorrentino viene explorando desde siempre (el vacío que siempre asoma detrás del lujo y la dominación, el poder y la decadencia como dos caras de un mismo espejo, el paso del tiempo y la juventud añorada, Roma) llegan aquí a su máxima expresión. Para conseguirlo, el realizador napolitano se instala en el siempre atractivo y escurridizo mundo de las intrigas vaticanas. Lo hace con espíritu irónico, mucha curiosidad, vocación indagadora y, sobre todo, un irreductible respeto hacia los temas y los personajes abordados en esta serie.
La mirada de Sorrentino es la del artista íntegro. Alguien que es consciente del consenso de verdad y de certidumbre que rodea a la materia prima de la que se ocupa (nada menos que la elección de un nuevo Pontífice, jefe de Estado y líder espiritual de más de 1200 millones de católicos) y que a la vez se permite por su condición imaginar con la mayor libertad expresiva cómo reaccionarían la Santa Sede, la Iglesia y el mundo frente a la irrupción de Pío XIII, el primer papa estadounidense. Un pontífice de 47 años recién elegido, con apostura de galán de cine, que fuma sin parar, exalta su arrogancia, oculta su rostro a los fieles y quiere encabezar en la Iglesia una revolución ultraconservadora.
De a poco, a través de observaciones minuciosas de comportamiento y atractivos flashbacks, Sorrentino nos acerca a la vida y a los sueños de Lenny Berardo, al que Jude Law personifica con la plena conciencia de alguien que se siente superior a los demás pero a la vez elige bajar la cabeza frente al misterio de Dios. A la vez, el director nos lleva a descubrir la infancia del personaje y cómo sus padres, silenciosos hippies, deciden dejarlo en manos de una joven religiosa, la hermana Mary, en la puerta de un convento. Ella será su verdadera madre y regresará junto a Berardo, ya convertido en papa, para funcionar como paraguas de sus caprichos y excesos. Una piadosa y a veces desconcertada Diane Keaton es su intérprete ideal.
El tercer pilar de la serie es el cardenal Voiello, el intrigante y escurridizo secretario de Estado. Responsable de una elección de la que todo el tiempo se arrepiente, Voiello (un extraordinario, inigualable Silvio Orlando) es la representación perfecta de lo que el director imagina como la política viva del Vaticano: ese poder permanente en las sombras que siempre se las ingenia para perdurar. Voiello es un personaje riquísimo, responsable en buena medida de la identidad del relato y de los giros que de tanto en tanto experimenta. También es un hombre de espíritu compasivo que le ruega en sus oraciones a "San Pipita". La devoción futbolera de Voiello por el Nápoli es la misma que tiene Sorrentino, que siempre le deja un lugarcito en sus obras a su pasión futbolera, a Maradona y a aquel Higuain ídolo de los napolitanos antes del traumático pase a Juventus.
Sorrentino explora todos los matices imaginables al invitarnos a acompañarlo en la travesía que emprende por los primeros pasos del pontificado de Berardo. Nos muestra la vocación del nuevo papa por el poder y sus atributos, expone con perturbadora sutileza el modo en que se acerca a las mujeres de su cercanía (Cécile de France y Ludivine Sagnier lucen, cada una a su manera, bellísimas y seductoras) y se detiene a cada momento en detalles visuales de abrumadora belleza que nunca son gratuitos. Siempre acompañan algún rasgo de temperamento, algún dolor o pregunta sin responder, alguna deuda con un pasado que todo el tiempo está de regreso.
El vínculo entre Berardo y los cardenales (los magníficos Cámara, Shepherd y Cromwell) enriquece todavía más el cuadro. En todos ellos y en la imagimación inagotable de Sorrentino se expone la constante vitalidad creativa de The Young Pope. Un fresco a la vez mundano y trascendente, imposible de lograr si no está en manos como en este caso de un verdadero artista.
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