Un talento acompañado de comicidad propia
Con Isabel, el personaje de estética kitsch de Farsantes, le ha llegado el reconocimiento
Vivian El Jaber es una trabajadora de la actuación. Un trabajadora con una comicidad propia que se luce con suma organicidad interna en las facetas más dramáticas de la actuación. En Farsantes (El Trece) hace de Isabel, la esposa de Marco, el personaje a cargo de Alfredo Casero. Vivian ya fue pareja de Casero. Eso fue en época de De la cabeza y en los gloriosos tiempos de Cha Cha Cha. Claro que eso fue hace mucho tiempo.
"He laburado tanto que es como una cosa mágica que un día, plin, se coordine todo y venga algo del reconocimiento", reconoce ella, quien viene de tener un día ajetreado. De hecho, a las grabaciones pautadas hoy hizo una nota con la revista Caras. Cuando la llamaron, pensó que era una broma de un amigo. Es más, una broma poco ingeniosa. Pero no. "Fue muy divertido y muy raro, ¡qué sé yo! Igual, no me la creo", dice, sin empacho alguno.
¿Te conecta con alguna zona del enojo pensar que recién ahora algunos reparen en tu trabajo?
-En absoluto. Yo siempre estuve conectada con el público, ése es mi parámetro. Las notas van y vienen. Los que saben de teatro caen en el momento que tienen que caer, es así. Una vez, en un momento que no conseguía laburo, Alberto Segado, con quien estaba cursando un taller en lo de Augusto Fernandes, me dijo: "Chiquita, usted es muy talentosa. Y lo que queda es el talento. Lo otro va, viene".
Vivian siempre recuerda ese comentario de aquel entrañable actor. Lo tiene grabado en el cuerpo. Hay otras sensaciones que le dejan marcas en el cuerpo. Una, es actual, la vive día tras día. Como suele suceder con la mayoría de los actores que trabajaron o trabajan con Daniel Barone, el director de exteriores de Farsantes , ella habla maravillas de él. De esa calidad artística y humana se dio cuenta el primer día de grabación. Esa mañana estaba intranquila. Mucho. De golpe, sintió que alguien la abrazaba: era Barone. A partir de ese gesto parecer ser que todo fluyó. Esa mañana también se reencontró con Casero. Hacía diez años que no se veían. "Fue muuuy raro, muy loco; como si no hubiera pasado el tiempo. Después, al momento de ponernos a trabajar, fue hermoso. Todo lo que habíamos hecho juntos volvió -apunta en un bar de Villa Pueyrredón-. Pensá que recién hace poco tiempo que me di cuenta de que lo que hicimos en De la cabeza y en Cha Cha Cha era grosso. En su momento, no tenía registro."
-¿Cuándo te bajó la ficha de que aquello había entrado en la historia de la televisión argentina?
-Hace poco cuando me puse a ver detenidamente a los programas. Ahí me di cuenta de que, hoy mismo, sigue siendo de avanzada. O cuando me paran en la calle un padre junto con su hijo. Me hacen sentir una vieja de 70 años, pero la situación me impacta. Ahora, con Alfredo, me doy cuenta de que todo eso sigue vivo. Y es precioso, te lo digo de verdad.
Esos siete años de trabajo en conjunto tuvieron sus matices. "Fue bravo también, no te creas", se ríe de ella misma y de varios recuerdos que se le deben cruzar. Ella fue la única mujer que sobrevivió a todo ese huracán creativo hecho casi sin red. "Aguanté porque soy una mina resistidora. Y resisto hasta que llega un momento en el cual me voy y basta, y a otra cosa. Entonces me refugio en la naturaleza, en el mar, en el jardín de casa -cuenta con los ojos iluminados que deben estar imaginando una playa-. Después de trabajar en teatro cinco años con Martín Bossi también me rajé. Y me voy porque, de otra manera, me seco."
Farsante, ¿en qué teriega?
-Es la primera vez que, haciendo televisión, estudio una escena. Es un programa bien escrito y eso es fundamental. Y mi personaje tiene carnadura, dobleces...
Lo estética kitsch de esa tal Isabel, es parte de su composición actoral, de su talento, de su búsqueda. Hace unas semanas hubo un capítulo en el que Isabel se saca fotos con su familia. Hágame caso, véala ( http://www.eltrecetv.com.ar/farsantes/marcos-protagonista-de-una-sesion-de-fotos_063740 ). La escena termina con Isabel encarando a Marco, quien tiene puesta toda la atención en la desbocada de Sonia (Julieta Zylberberg). Sin que se le mueva un pelo, Isabel le dice: "Marcos Labrápulos, te hago una endoscopia con una cuchara de sopa si te encuentro de coginche ". Esa secuencia podría ser una escena de De la cabeza .
"Yo soy cero lobby, cero todo eso. No me banco ir a un estreno porque va fulano o porque va la prensa. No lo hice antes ni lo haré ahora -confiesa y como es tan directa uno le cree-. Por eso creo que en todo esto del programa Alfredo debe de haber hecho fuerza para que yo esté en el elenco."
-¿No lo hablaste con él?
-No, no directamente... intuyo que sí.
Baja la mirada como si la ganara el pudor. Comparte camarín con Ingrid Pelicori y Pilar Gamboa. O sea: está entre una actriz clásica y experimental, como la Pelicori, y una figura clave del teatro y cine independiente, como la Gamboa. Pocas veces se encuentran las tres, pero esa mezcla de estilos y de generaciones la conmueve, la nutre. También la conmueve y la moviliza el teatro de la gente más joven. Le hace recordar a cosas que hizo en otro tiempo, en su propio tiempo de los inicios.
Vivian debutó en teatro cuando tenía 19 años. Era 1986. Al poco tiempo, ganó la Bienal de Arte Joven y, luego, vino el desborde maravilloso del Parakultural. "Ahí me crucé con mucha gente que yo no sabía que eran los que eran hasta que me enteré quiénes eran -suelta tan rápido que deja dudas de lo que está diciendo-. En esa época, íbamos y hacíamos." En aquellas jornadas (para)kulturales ella actuaba temprano porque la noche, paradójicamente para un actriz, no le gusta.
Luego de ese tiempo explosivo se fue a vivir afuera. A la vuelta, le llegó la época chachachosa . Cuando su hija Calia andaba por los 4 o 5 años (ahora tiene 13), le mostró algunos programas. Se río, pero le dio muy poca bola. Hace poco cuando estaba haciendo teatro, su hija le dijo: "No sé cómo podés todas las noches repetir lo mismo". Vivian El Jaber cuenta estas cuestiones con cierta chochera de madre que le gana la expresión. Y se ríe. Y está contenta. Y se lo merece.
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