Un mundo de veinte asientos: un amor en el colectivo, una heroína angelical y un galán que murió de manera trágica
Esta telenovela, emitida por Canal 9 entre 1978 y 1979, quedó en el recuerdo de muchos por la química que había entre sus protagonistas, Gabriela Gili y Claudio Levrino
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Una historia de amor entre un colectivero de la popular línea 60 con una hermosa muchacha de una familia acomodada que se hacía pasar por una mucama fue el disparador de Un mundo de veinte asientos, telenovela que fue un suceso en el viejo Canal 9 y tuvo dos temporadas, en 1978. Ambas estuvieron protagonizadas por Claudio Levrino, en la primera etapa acompañado por Gabriela Gili, y en la siguiente por María de los Ángeles Medrano.
Muchos la recordarán por su cortina musical, que era de Cacho Castaña con una composición con destino de éxito: “Para vivir un gran amor”. El suceso de la novela se comparó con el de Rolando Rivas, taxista, emitida unos años antes, y si algo tenían en común era el tono costumbrista de la ficción, el galán seductor y una historia de amor entre personas de una clase social muy distinta y que, por eso mismo, era casi prohibido. La pareja fue un boom, y por eso los productores decidieron repetir la química con otra novela en 1979, Daniel y Cecilia, que no tuvo la repercusión esperada y tuvo un final abrupto por la trágica muerte de Levrino.
Escrita por Delia González Márquez, con producción de Celso Durán y dirección de Diana Álvarez, estaba protagonizada por Levrino, Gili, María Elena Sagrera, Virginia Faiad, Roberto Escalada, Chela Ruíz, Hilda Bernard, María Bufano, Pablo Codevilla, Pierina Dealesi, Ulises Dumont, Cacho Espíndola, Rita Terranova, Cony Vera, Mariana Karr, Carlos Moreno y Mario Pasik, entre otros.
La mayoría de los exteriores de Un mundo de veinte asientos se hicieron en el Tigre Hotel, donde finalizaba el recorrido del 60, pero en ese entonces el lugar ya había sido demolido y en realidad llegaba hasta el hoy Museo de Arte de Tigre, construido junto al hotel y que funcionaba como casino, salón de baile y eventos de la alta sociedad de principios del 1900.
Una historia bien porteña
“Lo que recuerdo de Un mundo de veinte asientos es que no se vivían momentos de alta tensión, sino que todo fluía, estaba muy ordenado”, le dice Mario Pasik a LA NACION. “Tengo un especial recuerdo para Hilda Bernard, que hacía de mi madre y muchos años después supe que ella, en ese momento, acababa de perder a su marido amado. Pero nada trascendía. Una hija del marido estuvo desaparecida en esos años tremendos de la Argentina y nunca oí nada, porque no se trasladaba lo que sucedía en la vida privada… Hilda seguía en un mar calmo. Muchos años después la encontré en un evento de Abuelas de Plaza de Mayo y me sorprendió verla ahí, le pregunté y me presentó a su nieto. Ahí entendí esa parte de la historia que acabo de contar. Desde siempre y para siempre guardo de Hilda un recuerdo hermoso”, remarca el actor con emoción.
“Era un mundo al que yo miraba muy extrañado todavía y a veces los decorados se me confundían con la realidad”, continúa Pasik sobre el que fue su primer éxito en televisión. “Había estado ya el éxito de Rolando Rivas, y Un mundo… siguió un poco ese camino. Era otra televisión, yo digo que la vida era en blanco y negro porque había otros tiempos, otros modos, otros códigos. También me acuerdo de la larga mirada hacia el infinito cada vez que se cerraba una escena. Fui adoptando muchas cosas de las que, por suerte, me pude liberar unos años después. La manera de grabar era más tranquila. Además, guardo hermosos recuerdos de Diana Álvarez, que hizo escuela en la televisión porque tenía su estilo, y dejaba su impronta en sus productos. Teníamos largas charlas sobre los personajes y eso no era demasiado habitual”.
Cony Vera interpretaba a María, “una chica muy pizpireta, un poco superficial y mal educada” que se peleaba con el personaje de Chela Ruiz, “una solterona muy agria, que estaba siempre en la ventana espiando”, recuerda la actriz. El relato presentaba así a los personajes y las situaciones propias de un barrio porteño de esa época. “Me acuerdo que una vez tuvimos una discusión bastante fuerte con Chela en el bar del canal. Yo la adoraba y ella a mí, pero fue una discusión más de personaje a personaje que de actriz a actriz, porque yo estaba exacerbando las características de mi personaje y Chela se ponía agria como el suyo. Analizando después esa discusión, entendimos que no éramos nosotras las que peleaban, sino María y Rosita”, rememora.
Vera se emociona mientras bucea en sus recuerdos: “Tengo muy presente un camarín lleno de mujeres, porque en ese momento compartíamos todas un mismo espacio, muy chiquito, y estaban Hilda Bernard, Chela, Gabriela Gili, Rita Terranova, María Bufano. Me hice muy amiga de Rita y seguimos siéndolo a lo largo de los años”, dice Vera. Terranova coincide con el buen clima que reinaba en el set: “Nos llevábamos bárbaro, éramos una verdadera familia, trabajábamos en un clima muy amoroso que reflejaba la directora. Había mucha disciplina y mucha alegría también”.
Las grabaciones eran diarias, empezaban bien temprano a la mañana y terminaban cuando ya se había escondido el sol. Los interiores eran en los estudios del viejo Canal 9, en la calle Gelly 3378, donde hoy hay modernos edificios. Y había muchos exteriores en diferentes puntos de Buenos Aires, pero sobre todo en Tigre y en Palermo. Por entonces los actores almorzaban todos juntos, a veces en algún decorado, o en el bar. Los camarines eran compartidos entre varios y pasaban tantas horas allí que podían hasta dormir una siesta.
La medida del éxito
Viajando en el tiempo, Pasik hace un paralelismo entre Un mundo de veinte asientos y su propia vida: “En ese entonces yo me casé con mi primer mujer y en el civil, en plena ceremonia, veía que la secretaria de la jueza estaba al punto de las lágrimas; cuando terminamos de firmar, le pidió a la jueza poder decir algo. Se ve que era algo que habían combinado porque enseguida le dio la palabra, y me regaló un colectivo 60 de lata, en miniatura, de unos 6 cm. Y me dijo que era por lo que le había dado al público. El matrimonio se terminó unos años después, pero todavía conservo el colectivo [risas]. Llena de emoción esta mujer me devolvía lo que como público había sentido. Fue muy lindo”.
Rita Terranova también atesora algunos recuerdos sobre el suceso que marcó la telenovela: “Fue muy conmovedor el éxito. Me acuerdo que viajaba en el 60 y los colectiveros no nos cobraban. Yo interpretaba a la hermana menor de Claudio y era muy jovencita, pero tengo un recuerdo que me impresionó mucho: mi personaje se llamaba María Jimena, y le decían Mariji y hay muchas chicas que nacieron en esa época y que me dicen que le pusieron ese nombre por la novela”.
La muerte de un galán y la película que no fue
Con apenas 35 años, Claudio Levrino era el galán del momento y estaba haciendo televisión y temporada de teatro en Mar del Plata. La noche del 18 de enero de 1980, terminada la función, el actor y su mujer, la también actriz Cristina Del Valle, fueron a cenar con Gabriela Gili y Rodolfo Bebán, de quienes eran muy amigos. Dicen que conversaron de todo un poco, que rieron, comieron rico y brindaron varias veces. Casi en la despedida, Del Valle les contó que habían discutido por un arma que Levrino había comprado, motivado por una ola de robos en la zona donde residían. Gili dijo: “Ay, Claudio, por favor, que a las armas las carga el diablo”. Los matrimonios se despidieron sin imaginar que una tragedia los esperaba.
Lo que siguió fue confuso: Del Valle y Levrino volvieron a discutir por el arma en el auto, él la saco de la guantera para mostrar que no era peligrosa, pero una desafortunada manipulación hizo que se disparara y la bala se alojó en el cerebro del actor, que falleció dos días después, dejando truncos también varios proyectos, entre ellos una nueva novela y una película basada en Un mundo de veinte asientos.
“Levrino era un tipo que me caía de diez. Alcanzó a hacer otra novela, se fue a hacer teatro a Mar del Plata y sucedió lo que sucedió. Era encantador, al igual que Gabriela Gili”, sostiene Pasik. Vera coincide en su recuerdo hacia el actor: “También tengo muy presente a Claudio, que era un sol, buen compañero, lindo, simpático, muy porteño, marido de una amiga queridísima como Cristina del Valle”.
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