Un desafío televisivo solidario convertido en una transmisión monocorde
Un teletón en cuarentena y con distanciamiento social es lo más difícil de hacer. Las maratones televisivas solidarias suelen ser extensas, y con un desfile en vivo y en directo de figuras que hacen acto de presencia para sumarse a la iniciativa benéfica. El coronavirus exige acompañar esa acción desde lejos, con cada uno refugiado en la casa. Eso obligó a cambiar todos los manuales. El Living Room Concert for America impulsado hace una semana por Elton John y con un colosal desfile de estrellas de la música duró 60 minutos y fue un rotundo éxito. El Unidos por Argentina que promovió la primera dama (que apareció al final con un mensaje grabado) y derivó en una transmisión conjunta de los seis canales de aire empezó a las 18 y se extendió casi hasta la medianoche.
Se dirá que la necesidad de recaudar fondos para la Cruz Roja forzaba esa duración. El propósito puede haberse cumplido, pero con el resultado de una transmisión televisiva monocorde y con muy pocos estímulos para invitar al público a permanecer frente a la pantalla tanto tiempo, con escasas excepciones en las primeras horas como las conversaciones en vivo con Mirtha Legrand y Emanuel Ginóbili. El aporte publicitario fue esencial para enriquecer el fondo benéfico destinado a la Cruz Roja, pero la acumulación de PNT y la extensión de las tandas seguramente tuvieron que ver con un rating que estuvo por debajo de las expectativas.
Esta atípica emisión funcionó muy bien desde lo técnico, con adecuados aportes escenográficos y visuales. Salvo un corte en medio de la conexión con Miami para que cantara Juanes, se cumplieron las enormes exigencias técnicas de una transmisión con enormes desafíos de montaje y pre-producción. Pero el problema estuvo justamente allí: convocar a famosos para que en su inmensa mayoría graben por anticipado sus participaciones pierde relevancia en este tipo de convocatorias, que necesitan que todo se haga en tiempo real para cumplir los objetivos buscados.
Fueron demasiado pocas las figuras que se sumaron en vivo en comparación con el despliegue anunciado con demasiada estridencia por los sucesivos conductores. Se promocionaron varias veces presencias que duraron segundos, literalmente. Y la inmensa mayoría de los números músicales también se grabó con anterioridad. La seguridad técnica y de salida al aire le ganó en este caso a la espontaneidad.
Por otro lado, no se pudo (o no se quiso) evitar la repetición de algunas de las prácticas más usuales de la TV abierta en temas de actualidad. El aplauso interminable que merece el trabajo de quienes enfrentan desde la primera línea la lucha contra el coronavirus se cruzó en este caso con la tradición televisiva de llevar siempre todo lo sentimental al extremo.
Y en más de una ocasión cierto ánimo épico y exaltado en algunas consignas (un detalle que identifica al Gobierno y sus adláteres en el modo de comunicar) coincidió con detalles innecesariamente frívolos. En un momento, tras el saludo emocionado a las fuerzas de seguridad apareció un conductor contando desde su casa que había aprendido en esta cuarentena a hacer panqueques con dulce de leche.
Esto último fue de lo más festejado por los conductores, que por lo general ocuparon durante cada segmento la pantalla de a tres, se "pisaron" (hablaron al mismo tiempo) más de lo aconsejable y a veces balbucearon frente a un guión seguramente poco ensayado. Si algo caracteriza al teletón es que la conducción siempre se concentra en una sola persona por vez, para que el mensaje sea bien claro. Como ocurrió en los debates presidenciales, no era necesario aquí que cada conductor dijera al despedirse que fue "un honor" formar parte de esa transmisión. Su misión era claramente otra. La autorreferencialidad es otro vicio televisivo que costará muchísimo erradicar.
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