Tom Selleck: de Hawaii a las calles de Nueva York
Hoy comienza la nueva temporada de Blue Bloods, la serie que protagoniza el actor de Magnum
NUEVA YORK .- Con los años, Tom Selleck ha perdido la mueca socarrona. La tenía en Magnum , la serie de los años 80 que lo hizo famoso, en la que interpretaba a un detective hawaiano que iba de acá para allá en un convertible y estaba casi siempre rodeado de mujeres. Y también la tenía en Friends, en 1996, donde tuvo una legendaria aparición de apenas diez episodios en los cuales interpretó a un oftalmólogo que tenía un romance con una mujer 25 años más joven. Este segundo Selleck de los 90 quizá se burlaba de aquel primer Selleck de los 80, pero igual siempre parecía un tipo de aire ligero, dispuesto a no tomarse demasiado en serio a sí mismo.
Bueno, ese aire ha desaparecido. El Tom Selleck de Blue Bloods, cuya segunda temporada se estrena hoy en la señal Liv, es un tipo de aire grave que sonríe poco y no hace muecas de ningún tipo. Su papel, como comisario general de la policía en Nueva York, no le permite ironías ni frivolidades. Y como jefe del clan Reagan, alrededor del cual está construida la acción de la serie, Selleck no es un abuelo juguetón o canchero, sino el centro moral y afectivo de una familia de policías.
A mitad de camino entre las series policiales tradicionales, como La ley y el orden, y un drama sobre relaciones familiares, Blue Bloods resuelve todas las semanas un "caso", pero intenta, además, armar un arco narrativo que acompañe las victorias y las derrotas de Frank Reagan, su padre jubilado (que también fue jefe de policía, interpretado por Len Cariou), su hija fiscal federal (Bridget Moynahan), su hijo detective (Donnie Wahlberg) y su hijo menor (Will Estes). Así como The Good Wife abrió la cortina de las series sobre temas legales para mostrar cómo viven los abogados cuando salen de los juzgados, Blue Bloods quiere hacer lo mismo con los policías. No sólo hacerlos hablar la jerga policial y llevarlos a los barrios bajos a entrevistar sospechosos, sino también mostrarlos en casa, aburridos y empantanados, un poco como todo el mundo.
Selleck perdió la mueca socarrona, pero mantiene el otro rasgo que lo hace inconfundible todos estos años: el bigote, que se adapta bastante bien, física y culturalmente, a su rol como comisario de policía. El actor, nacido en Detroit hace 67 años (aparenta muchos menos), conversó recientemente con LA NACION en el estudio de grabación de Blue Bloods en el barrio neoyorquino de Greenpoint, a pocas cuadras del East River.
–Me gustaría hacerle una pregunta sobre su bigote...
–Nací sin bigote.
–Me imagino. Lo que quería preguntarle era si usted eligió dejárselo para el personaje de Frank, o si fue algo automático.
–En verdad, a mí me parecía interesante hacer el personaje sin el bigote, pero la gente de CBS insistió para que me lo dejara. Mirá, cuando hice de [el general y ex presidente] Ike Eisenhower durante la Segunda Guerra Mundial en una película para TV que se llamó Ike: Countdown to D-Day [Ike: Cuenta regresiva al día D], el bigote habría estado de más. Lo único que quise asegurarme fue que los policías de Nueva York tuvieran permitido usar bigote, porque si no sería la típica basura de Hollywood, pero aparentemente está permitido.
–¿Qué series diría usted que son las antecesoras de Blue Bloods? ¿En qué otros programas se inspiraron?
–Desde que tengo la posibilidad de elegir lo que hago, me he inclinado a elegir historias con buenos personajes. Creo que esta serie, aunque muestra mucho trabajo policial, también muestra el impacto de ese trabajo en estos personajes y sus familias. Si pensás por un minuto en Magnum, te vas a dar cuenta... Bueno, por un lado, vas a ver que mis shorts quedaron un poco pasados de moda, pero también vas a ver que se dio en cien países. Y si estaba en cien países no fue porque yo sea buen mozo, sino porque era una serie basada en sus personajes y donde los problemas, serios o divertidos, y había de los dos tipos, eran los problemas de la gente real. Y estos problemas no cambian con las generaciones, por eso todavía es posible identificarse con Magnum. Y por eso Blue Bloods también parece estar viajando bien a otras culturas: por la cuestión policial, pero también porque hay una familia.
–¿Cómo ve su carrera? Mucha gente tenía de usted una imagen de playboy sonriente.
–Cuando terminé Magnum sabía que el espacio donde iba a ser considerado como actor iba a ser pequeño, pero hice un esfuerzo enorme por no repetirme. Traté de correr riesgos. Muchos me dijeron en su momento que no debía estar en Friends. Me decían: «La gente va a pensar que te estás arrastrando para volver a la televisión. Vos no deberías ser estrella invitada de nadie». Y yo me dije: «¿Por qué no? Me cae bien Courteney [Cox] y el proyecto también me asusta un poco, porque no hago una sitcom desde Taxi [en 1978]». La gente que me aconsejaba en ese momento creía que no debía hacer Friends, pero al final me ayudó mucho.
–Para ser sólo diez episodios, dejó una impresión bastante fuerte.
–La gente se había olvidado de que podía hacer comedia. Después se olvidaron de que también podía hacer drama, y se olvidaron de que Magnum tenía un costado muy serio y muy oscuro. O sea que con el tiempo me permitieron hacer más. También cambié, me hice más viejo. ¡Ahora hago de padre con hijos adultos! Eso no habría funcionado en Tres hombres y un biberón [1987], pero funciona ahora. Uno tiene que sentirse cómodo con quien es. No tengo quejas con respecto a mi carrera. Podría haber hecho más películas, pero muchos de los papeles que me ofrecen no me interesan. Unos parecen personajes de historieta; otros son tan secundarios que parece que sólo quisieran usar mi nombre para la cartelera. La pasé bien el año pasado en Asesinos con estilo, con Ashton Kutcher, pero también creo que la frontera de calidad y prestigio entre la televisión y el cine se está borrando.
–Recientemente, The New York Times hizo una crítica muy negativa a una película. El crítico escribe: "Normalmente uno diría de esta película que parece un episodio de TV. ¡Pero eso hoy se ha convertido en un piropo que esta película no merece!".
–Es que algunas de las películas nuevas son bastante malas. Mis películas favoritas son sobre personas y creo que los films del resto del mundo han tenido mejores personajes, en los últimos años, que los films de Hollywood. Si hay un mercado para películas extranjeras en Estados Unidos es porque estas películas hablan, a fin de cuentas, sobre lo que le pasa a la gente. Creo que los films no deberían ser sobre explosiones. Podés tener explosiones en un film, pero quiero ver cómo afecta eso a los personajes.
–¿Investigó aquello de que Nueva York es ahora una ciudad mucho más segura, comparada con la ciudad de la cual su padre en la ficción fue comisario general?
–No investigué nada. Tuve dos semanas para prepararme antes de filmar el piloto. Aprendí mucho sobre el tema después, porque sí hice un montón de investigación. Nueva York es ciertamente una ciudad más segura, pero de otras maneras está más amenazada que nunca. Es probablemente el objetivo número uno del mundo, y esa carga pesa sobre los hombros del comisario general. Hace unas semanas grabamos un episodio sobre el décimo aniversario del ataque a las Torres Gemelas. Pero no fue un show político: se trató de los efectos de los ataques en estas personas, diez años después.
–Blue Bloods fue la primera serie que grabó escenas en el nuevo Monumento a las víctimas del World Trade Center. ¿Cómo fue la experiencia?
–Fue muy espiritual, porque nadie había estado ahí de noche. Las cascadas y las siluetas, como sabés, están en las huellas exactas de los viejos edificios. Fue una noche muy difícil. Los actores necesitamos trabajar sobre emociones y pensamientos muy específicos, y mis pensamientos estaban... Era algo abrumador. Creo que al final salió bien, pero me costó concentrarme en la vida de Frank, con todo este flujo de emociones y pensamientos sobre lo que había pasado. Fue difícil para todos: queríamos estar ahí, pero era difícil estar ahí.
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