Sitios ilegales y transmisiones “piratas”, un negocio en crecimiento con millones de usuarios
Las razones detrás de una situación que se repite y la industria del entretenimiento no logra dar con la respuesta correcta, pese a las presiones judiciales
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La piratería informática vive el peor de los tiempos y el mejor de los tiempos. El peor, porque en pocas épocas se vieron tantos esfuerzos, conferencias, acciones legales y cierres de sitios como en los años post-Covid. El mejor porque, después de casi una década en baja, volvió a crecer a un ritmo interanual que va del 3 al 4%. Ejemplo de ejemplos: el jueves, por orden judicial, se cerraron el sitio Fútbol Libre (que hacía mucho tiempo que proveía streaming no legal de deportes) y más de cincuenta otros sitios que emitían los partidos de Copa América. Más allá de si en este caso en particular hubo presiones de empresas estadounidenses (los derechos los tiene DirecTV y el campeonato se juega en los EE.UU., el territorio que más persigue la piratería), la pregunta debería ser por qué se piratea. Por qué ese crecimiento de la descarga o el visionado ilegal. La respuesta está en el propio negocio.
Vamos a los números clave: según un informe de 2023 (habría que ver los números para este año, pero la tendencia es al alza en los últimos cinco) elaborado por el Centro de Estudios de Telecomunicaciones de América Latina (Cetla) y presentado por la Asociación Interamericana de Empresas de Telecomunicaciones (Asiet), de 2020 al año pasado la cantidad de usuarios que consume contenido pirata (sea a través de transmisiones de streaming no legales, sea a través de descargas) pasó de 5 millones a 14 millones. El fútbol es estrella: tres dominios concentraban el 26% de todas las visitas de Internet; el principal dominio -y esto sin Copa América o Eurocopa- concentraba 4,5 millones de usuarios únicos al mes. La cuestión es simple: el costo de pagar un servicio extra para ver partidos. Lo que sucedió en esta Copa América, con un solo operador y dificultades para acceder a los partidos que no fueran de la Selección Argentina multiplicó el uso de webs piratas. Que, de paso, suelen financiarse a través del espacio esponsoreado en el mismo sitio, banners que, por lo general, provienen de sitios de apuestas (un enorme problema al que recién se le está prestando atención, pero excede el sentido de esta nota). Cuando el acceso a un contenido se vuelve menos accesible, el público opta por alternativas, legales o no.
Esto es fácilmente comprobable: entre el año 2012 y 2019, la piratería bajó notablemente en todo el mundo. La razón: Netflix. Por un precio fijo y razonable, una cantidad también razonable de contenido de diferentes marcas. ¿Para qué la molestia de bajar un torrent, exponerse a sanciones legales o a dañar la computadora, si había mucho para ver por un precio justo? La piratería no desapareció, pero fue descendiendo. Pero en 2019 los dos mayores poseedores de marcas audiovisuales, Disney y Warner, lanzaron Disney+ (que además incluye el contenido de la Fox, adquirida por la empresa) y HBO Max (hoy sólo Max). Cada uno fue cerrando sus contenidos: así, aunque hay algunos que se repiten en todas partes (casi todas las plataformas de streaming tienen Jurassic Park o El Padrino), si alguien quiere ver La Cenicienta y Batman, deberá pagar por dos servicios diferentes. Hoy el promedio en la Argentina para cada servicio ronda los US$5 (crisis mediante, menor que en la región). Por otro lado, Netflix se volvió más productor -dado que le “quitaron” contenido sindicado- de marcas propias, ya no es un “videoclub on line”, como era al principio. Resultado: “tener todo” puede redundar en una inversión mensual de unos US$35, sin contar con el indispensable abono de Internet. Como explica un informe de la consultora Muso estadounidense, que releva la actividad ilegal desde hace años, hoy el streaming no resuelve la piratería porque el público a lo sumo tiene dos abonos, no todo. Y cuando quiere ver “lo que está de moda” no toma un nuevo servicio, sino que busca la manera de acceder al contenido de cualquier modo.
Esto, de paso, no es algo que solo suceda en la Argentina: el fenómeno es global y por eso es que la piratería crece a un ritmo sostenido año tras año. En algún momento -coincidiendo con la paulatina baja de la descarga y el visionado ilegal- las firmas “usaron” la piratería. Una de las razones del éxito de un contenido consiste en que el público quiere participar de la conversación que genera, sobre todo desde las redes sociales. En abril de 2014, el entonces CEO de la (también entonces) Time-Warner, dueña de HBO, decía: “En nuestra experiencia, una mayor penetración lleva a mayor cantidad de suscripciones pagas, lo que es muy saludable para HBO y mucho menos oneroso que pagar publicidad (…) es cierto, Game of Thrones es el programa más pirateado del mundo; pues bien, ya sabe: eso es mejor que un Emmy”. Siempre hubo sospechas que el “goteo” on line de los primeros episodios de las últimas temporadas de ese show habían sido casos de “hacer la vista gorda”. Porque el que podía ver esos episodios, luego quería seguir la serie en el momento en el que se emitía: tenía que suscribirse. Se sabe, el primero se regala y el segundo, se vende. Un poco sucede lo mismo cuando se analizan cuáles son los films más pirateados cada año. Coinciden, punto por punto, con los más taquilleros. ¿Significa que el que vio Barbie (el contenido ilegal más visto de 2023) en su PC no irá al cine? Al revés: es “adelantarse” o “rever”, en algún caso “testear” por si en realidad no es para tanto. Pero los estudios saben que, incluso con piratería, esos contenidos grandes no serán “hundidos” por la descarga ilegal.
Ahora bien, si la conversación en las redes es una publicidad invaluable, cuando hay que pagar demasiado para entrar en ella como sucede hoy con la diversificación de plataformas y el cierre por derechos de autor, el usuario busca ver de cualquier manera. Pero ese no es el único asunto. Las plataformas, con suerte, muestran solo la punta del iceberg que representa el acervo cinematográfico. Hay películas y series que aparecen y desaparecen, otras muchas (la gran mayoría) son inhallables. Es cierto que no toda la historia del cine y de la televisión se digitalizó como para poder formar parte de las plataformas, pero ni siquiera se puede acceder a lo que sí está. Hace pocos días, por ejemplo, Max quitó de su grilla (probablemente volverán, nadie lo sabe) El Ciudadano, Cautivos del mal, King Kong (1933), Los puentes de Madison y varias joyas más. Los servidores no tienen espacio para todo y las plataformas, además de invertir en contenidos -e incluso si su mayor inversión es en producción- deben invertir en tecnología: servidores, software, interfaz usuario, etcétera. Pero la competencia derivada de la concentración llevó a que el mayor gasto se depositara en la creación de contenidos. El resultado fue que se encarecieron mucho. Al mismo tiempo, el mercado llegó a su límite de crecimiento (ya no hay mucho más para que se acrecienten las suscripciones pagas, ese “cash flow” mágico sobre el que las empresas se endeudaron) y empezó el ajuste. En abril de 2022, por ejemplo, las acciones de Netflix perdieron hasta la mitad de su valor. Wall Street comenzó a pedir a las empresas que empezaran a tener números negros. Hasta hoy hay desinversión en contenidos, despidos y, sobre todo, aumento en los abonos, más allá de las coyunturas específicas de cada país. Según una encuesta realizada por Forbes, los estadounidenses tienen hoy solo 2,9 (promedio) servicios, y el 45% ha cortado por lo menos uno de esos servicios por los incrementos de precio (el promedio de gasto mensual en streaming en ese país es, también según este estudio, de US$46).
Así que hay una combinación de factores que vuelve a impulsar a los usuarios a las manos de los piratas. El encarecimiento de las plataformas, la falta de diversidad y la concentración de la oferta en pocas manos y menos contenidos. Hay más factores, pero alcanza con esos para comprender por qué el streaming y las descargas ilegales vuelven a crecer. Se puede sumar que la TV y el cable tradicionales, en evidente ocaso, tampoco representan, con Internet de banda ancha como estándar, una alternativa de visionado para las generaciones nacidas en “lo que quiero ver, cuando lo quiero ver, sin cortes”. Incluso si ese público prefiere contenidos cortos (el crecimiento de TikTok, el visionado breve en YouTube e Instagram es parejo a la caída de los medios más tradicionales), cuando quiere “formar parte” de la conversación, opta por la piratería. Sin contar aquellos que quieren rever un clásico y solo lo consiguen en una web pirata. Allí hay, además, un mercado cada vez más desatendido.
Y sin embargo, la clave sigue siendo económica. En una nota publicada en junio de este año por el sitio especializado en el tema TorrenFreak, se especificaba un estudio realizado sobre la piratería de libros (otro problema) y el resultado era simple: menores precios desincentivan la piratería. Que es exactamente lo que pasó cuando surgió Netflix en el campo audiovisual. Y, por otro lado, piratear es sencillo. Todo código digital, a la larga, es vulnerable y todo transita en la red. Sin embargo, es claro que con los incentivos correctos -precio, cantidad, variedad, acervo rico, etcétera- el consumo ilegal de productos culturales bajaría. Un poco sucede con la música, que ha encontrado la manera de paliar el problema e incluso de revalorizar el valor de los formatos físicos como el vinilo. Lo que es claro es que la estrategia de restringir los derechos de exhibición, no “sindicar” entre plataformas e incrementar el precio fue contraproducente, de allí que aparezcan streamings sostenidos por publicidad (la vieja TV que vuelve, en forma de on demand) y contratos de sindicación entre grandes productores y “plataformas competidoras” (el caso de Warner y Disney con Netflix para algunos contenidos). No estaría mal que eso sucediese porque para muchos usuarios resulta contradictorio tener que ponerse un parche en el ojo para ver algo que valga la pena.
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