Rituales, “maquillaje” y zozobra: cómo se vive un partido de la Selección desde una cabina de transmisión
LA NACIÓN fue testigo de la labor de Juan Pablo Varsky y Pablo Giralt antes, durante y después del encuentro que enfrentó a la Argentina con Chile
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Además del murmullo de la hinchada en el Monumental, la banda de sonido oficial de la cabina de transmisión de Telefe son los alaridos del relator de la TV chilena que lo da todo en el cubículo de al lado. Hay relatores que se pasean por los partidos con elegancia y mesura, apenas nombrando a los futbolistas que se hacen de la pelota y alguna que otra acción relevante para dejar que la imagen haga el resto del trabajo. Hay otros que sienten que tienen que “animar” la transmisión en plan Maestros de Ceremonias y describen cada quite y cada gambeta con velocidad, más de un exabrupto de hincha y una cuota de humor cómplice. Y más allá de ellos está el colega trasandino, que maneja el entusiasmo de un nene de ocho años y los decibeles de Cabildo y Juramento a las 10 de la mañana, tanto en la escasa alegría como en la abundante tristeza (en la previa, por ejemplo, le pone un inusitado énfasis a refrescarle a su audiencia que la Roja llega al partido por Eliminatorias para el Mundial 2026 con Argentina penúltima en la tabla, tras la goleada 4 a 0 de Bolivia a Venezuela en la altura de La Paz).
De este lado de la pared el panorama es muy distinto. Faltan dos horas para el partido y la cabina (mucho más chica e incómoda de lo que uno podría pensar: un triángulo de 3 metros por cateto y una hipotenusa vidriada) está en relativo silencio, más allá de algún diálogo sobre cualquier cosa entre productores, camarógrafos y asistentes. El equipo completo de Telefe abocado a este operativo alcanza las 55 personas dispuestas entre el estadio de River y el control central en Martínez, pero en la cabina nunca hay más de seis o siete. Pablo Giralt, el relator, acaba de llegar con un impecable ambo azul con camisa blanca y corbata también azul oscura y, después de saludar a todo el mundo, se retira a un rincón a desensillar y empezar a ordenarse. La voz que uno identificará por los siglos de los siglos con “si convierte Gonzalo Montiel, Argentina será campeón del mundo, va Gonzalo, GOOOOL” no es tan parecida a su voz de civil: Giralt pasa de 0 a 100 en milésimas de segundo, ni bien ve que la luz de la cámara se prende. En off es ordenado, medido y paciente.
La preparación ya la hizo en casa. “Lo básico y elemental para saber contra quién jugás, contra quién te enfrentás, cómo vienen jugando. Siempre tratás de que cuando se pegue la planilla ya tengas identificados algunos jugadores. Si no los viste buscás un videito, algún recorte, un compacto. Si este es rubio, si usa una venda, tiene un tatuaje, alguna cosa identificatoria que te ayude para el relato”, explica. Se queja también de “una gran batalla” que están teniendo los relatores con los diseños de las camisetas, con los números de los dorsales y -sobre todo- con la ubicación de las cabinas: “Todos se creen que tenemos cabinas pegadas al campo de juego y en realidad a lo mejor estamos en el córner, o a veces más al medio, más arriba, más abajo. La desventaja es que el televidente ve todo perfecto, y es una batalla un poco desigual pero nuestro trabajo es maquillarla para que no se note”, dice. Un detalle que muestra las dificultades que tiene el relator y el espectador no conoce: la cámara de la transmisión está ubicada en el extremo opuesto a la cabina del estadio, con lo cual en el monitor la cancha les aparece al revés. Cuando levantan la vista, Argentina ataca hacia su derecha; cuando miran la pantalla para pescar alguna cuestión que se les pudo haber pasado, ataca hacia su izquierda.
No hay mucho para hacer en lo que matar el tiempo respecta: small talk de compañeros de trabajo, repaso de chivos escritos con fibrón en hojas blancas de resma (entre ellos un banco, una hamburguesería, el estreno de la tira Margarita y la vuelta de Susana Giménez), la enésima acomodada de tachos de luz y cámaras y eso es todo. Pasa a saludar Matías Martín con su hija Mía y se despide con un “buena transmi, rómpanla como siempre”. No hay vértigo ni adrenalina ni la sobreactuación de stress que se suele dar en ámbitos televisivos: está todo recontra resuelto y sobra oficio, con lo cual lo único que queda es esperar que empiece el partido y cumplir con el objetivo. Pero para eso primero tiene que llegar Juan Pablo Varsky.
Tal cosa sucede a eso de las ocho de la noche, una hora del comienzo del match. El comentarista también está de azul (la corbata es celeste, único rasgo distintivo con su compañero) y también cumple con el ritual de saludar a uno por uno de los presentes, incluido este cronista al que sorprende recordándolo de un encuentro previo hace cinco años. Mientras Giralt hace sus ejercicios de calentamiento vocal (cuando se le plantea el problemón insalvable que sería que él se quedara ronco a los 40 minutos del primer tiempo, el relator no dice nada pero se toca la parte del cuerpo que se tocan los varones para evitar la mufa), Varsky cuenta que los avances tecnológicos le ayudaron mucho en su tarea (una app de resultados y estadísticas, por ejemplo) pero que, en el fondo, no se olvida de lo artesanal: para analizar fútbol le sirve mucho jugarlo.
“Jugando a la pelota, más allá del nivel, uno vive esos pequeños dilemas que tiene cada jugador. ¿Qué hago? ¿La paso? ¿Pase corto? ¿Pase largo? ¿Controlo con la derecha? ¿Controlo con la izquierda? ¿Meto un cambio de frente? ¿Pateo fuerte al palo del arquero? Obviamente a otra escala y a otro ritmo, pero las decisiones son muy parecidas, y eso también te ayuda a entender el grado de dificultad que a veces demanda jugar”, dice. Si puede zafar de trabajar un sábado a la tarde para irse al fulbito con los pibes, lo hace: su camiseta es nada menos que la 10, pero no se siente habilidoso sino “pasador, dos toques, me la guardo, no soy un tipo rápido en el arranque”.
Se viene la hora cero y Giralt arma su altar: agua, caramelitos de miel, micrófono en tal y cual posición, lapicera, cronómetro, una esponja por si se le secan los labios y una bebida energizante que no le puede faltar. Las hojas con las formaciones todavía no están, porque Chile no confirma. “Para mí Argentina es un 3-5-2″, dice Varsky, y al final tiene razón: el Cuti Romero, Lisandro Martínez y Otamendi como triunvirato de centrales, y Molina y Nico González más como carrileros con llegada al área rival que como marcadores de punta tradicionales. Al menos ahora hay algo que hacer: el homenaje al Fideo Di María conmueve a los presentes y a quienes lo ven desde su casa, y está prevista una salida al aire para Telefe Noticias que finalmente se levanta por falta de tiempo. A las 8:40 Manu Olivari dispara estadísticas, la dupla alterna datos con PNTs y faltando exactamente ocho minutos para el pitazo inicial, cada uno de los involucrados se pone en posición.
Con la redonda ya sobre el verde césped, el único factor disruptivo en la transmisión es el relator chileno que se sigue filtrando, incluso con la puerta de la cabina cerrada: casi lo perdemos en el jugadón de los dirigidos por Scaloni que a los 18 minutos termina con De Paul pateando para que tape Arias, y ni hablar del cabezazo en el palo de Catalán. Igual no molesta: Giralt y Varsky están en la suya, solo perturbados porque segundos antes de que empiece el partido se murieron misteriosamente los monitores (se resolvió al instante pero hubo zozobra). Son una maquinita los dos: el comentarista entra en los silencios sin pedir la palabra, intuyendo que su compañero va a cerrar una frase porque a esta altura juegan con los ojos cerrados como Pipo Gorosito y el Beto Acosta. “Este año cumplimos 25 años trabajando juntos. Debemos ser la dupla más longeva del fútbol argentino en la actualidad. Ya cada uno sabe lo que va a decir el otro y cuándo va a entrar el otro. Nos acompañamos, a veces en silencio, a veces charlamos. Pensá que estamos más tiempo juntos que con nuestra propia familia, así que tenemos que estar bien”, cuenta Giralt sobre su compañero. Y más allá de lo humano, Varsky hace su parte en el ensamble profesional al conocer su rol a la perfección: “El que lleva el tempo, el ritmo y el tono de la transmisión es el relator. Si el partido ofrece menos emoción, ahí quizás haya más espacio para el análisis. Y si el partido es una sucesión de jugadas y goles y tiros en los palos, ahí estás más acotado. Si el partido es malo, tengo más espacio para analizar el juego. Si el partido no te da respiro, es cuestión de dar alguna referencia al juego y no mucho más”.
En el entretiempo dan una prueba de experiencia. La entrada con el resumen del Primer Tiempo no se escribe, no se prepara, no se consensua: se prende la luz, arranca la cámara y cada uno empieza a hablar como si lo hubieran discutido antes. No se habla de fútbol durante la tanda, sino de rating: Giralt pregunta por las mediciones minuto a minuto y un productor acerca 23 puntos contra 20 de TyC. “Numerazo, las Eliminatorias siempre son de TyC”, dice el relator. Tiene razón: los guarismos definitivos son 23.7 de pico con 73,56% de share para Telefe: lo más visto de la tele argentina en lo que va del mes. Vale decir que esta vez la competencia estuvo diezmada: por primera vez en muchos años, la Televisión Pública no transmitió un partido de la Selección por no haber accedido a los derechos.
Empieza el Segundo Tiempo, todavía van 0 a 0, el chileno de al lado celebra un lateral a favor y en la cancha se canta poco y nada: Argentina es un reloj, pero la gente y la transmisión están en piloto automático. Se aprovecha el bache anímico para hablar de referentes: Giralt elige a “Víctor Hugo, por lo que generó en radio, y Marcelo Araujo, porque rompió con todas las reglas establecidas y nos mostró otra forma de relatar en televisión” (no falta a la verdad: antes de Araujo estuvo Mauro Viale, económico en sus recursos). Varsky tampoco duda: “Enrique Macaya Márquez. Es un monstruo. La vigencia, la pasión con la que sigue comentando partidos. Es muy, muy claro. Creo que él es la gran referencia”.
Tres minutos dura el break: Lautaro Martínez abre las piernas para dejar pasar el centro y Alexis MacAllister la clava de derecha abajo al primer palo para marcar un 1 a 0 que debió haber llegado antes. Y entonces, lo que vinimos a buscar: el célebre grito de gol de Pablo Giralt. “Yo lo disfruto como hincha”, dice, pero puntualmente en esto puede estar errado: el hincha se destruye la garganta sin guión, sin porvenir, sin que se le cruce el garrón de tener que susurrar al día siguiente en la oficina. Giralt, en cambio, ofrece una performance, una versión profesional del grito del fanático, más o menos como en esas escenas intercaladas en los documentales que dicen “recreación”. Se le transfigura la cara, entrecierra los ojos y toma color, pero mantiene el pitch y -salvo en excepciones comprensibles como ese penal de Montiel- nunca se quiebra. Varsky, en cambio, sí se permite disfrutarlo más como hincha, aunque callado: al gol de Alexis lo acompaña con un gesto de sacudir la mano e inflar los cachetes, uno de los mejores reconocimientos no verbales que el futbolero puede darle a un jugador cuando demuestra una destreza descollante.
Algo que desde la curiosidad periodística se lamenta es la falta de jugadas polémicas en el partido, esa fábrica de insultos en redes por la obligación del relator y -más que nada- el comentarista de ofrecer su opinión al respecto. ¿Fue o no fue penal el cruce de Pérez con Gómez en el área? Lo que Varsky diga le valdrá enojos o silencio: su función, como la del árbitro, pasa desapercibida cuando no nos contraria. “No miro Twitter antes, ni durante, ni después de los partidos. Sé que es un ecosistema muy intenso, que ya no es un microclima, que es una de las tantas referencias en crecimiento de tecnología. Pero no, no me condiciona”, dice. Giralt, un poco menos expuesto en esta (aunque sí perseguido por los expertos en todo en caso de que, por ejemplo, juegue Corea del Sur y él confunda a Son Heung-Min con Lee Kang-in), coincide en no hacerle caso a la tribuna virtual: “Hay que tomarlas con pinzas. A mí lo que me tranquiliza es nuestro currículum, nuestra historia. Cuando a mí me dicen ‘¿qué te gustaría más? ¿ser famoso o ser prestigioso?’, yo digo ‘ser prestigioso’, es lo más importante. La fama es efímera, pero el prestigio es una marca indeleble que no se va nunca. Y creo que hemos logrado un prestigio muy importante en el medio. A veces la gente se enojará, te querrán más o menos, pero nadie puede dudar de nuestro honor”.
No deja de ser gracioso escucharlos mechar un avance de Gio Lo Celso por izquierda con lo bien que está Susana de cara a su regreso a la pantalla, pero así es este juego. Todo sigue con una meseta hermosa (para los argentinos) con “ole, ole” incluido y termina con dos gritos más de Giralt: una maravilla de Julián Álvarez y un lindo toque de Garnacho a Dybala para que el Instituto de Córdoba selle el 3 a 0 letal para las aspiraciones chilenas de salir del penúltimo puesto de la tabla. Uno puede imaginar un quirófano pero la cabina es más bien un living: lejos del riguroso silencio, se habla con cierta libertad mientras la dupla hace lo suyo en una esquina. Y en eso termina el partido, hay homenaje a los bicampeones de América, nos hacemos todos un ratito para extrañar a Messi y listo: a casa, sin desbordes de alegría pero con la satisfacción del deber cumplido. Y un solo ruido de fondo: el relator chileno, repasando la derrota a garganta pelada en la trasnoche.
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