¿Quién quiere ser millonario?: un quiz show que corre riesgos en tiempos de crisis
El azar, el destino o la magia de la televisión quisieron que las dos adaptaciones argentinas de ¿Quién quiere ser millonario? coincidieran con sendos momentos políticos y económicos complicados en nuestro país. No son pocos lo que atribuyen a esa circunstancia la fallida experiencia original de un quiz show que funcionó muy bien en la inmensa mayoría de los 88 países que lo adaptaron, pero en la Argentina resultó un fracaso. Tanto, que aquélla experiencia casi no se recuerda.
El primer ¿Quién quiere ser millonario? apareció en el aire de Canal 13 el 24 de mayo de 2001 y duró apenas una temporada. No le faltaba nada: ni la atractiva escenografía con toques high tech que reprodujo "llave en mano" el modelo original, ni el suculento premio mayor de un millón de pesos de entonces (todavía estaban vigente la convertibilidad y el 1 a 1 con el dólar), ni el aporte de un conductor tan confiable y diestro para este tipo de programas como Julián Weich . Dijimos en el momento de aquél estreno que el ¿Quién quiere ser millonario? en versión argentina aparecía como la "producción más lograda y redonda" en el medio local de un nuevo tipo de programas de preguntas y respuestas que se iba consolidando en todo el mundo, apoyado en una fusión muy eficaz de elementos clásicos y de vanguardia.
En aquélla ocasión, el programa tenía una sola emisión semanal, los jueves a las 23. No existía por entonces la tendencia actual de ubicar en el aire de los canales abiertos a un ciclo de este tipo con frecuencia diaria y en el corazón del horario central, como se espera de la versión que está por lanzar Telefé. Esta instalación preferencial en la grilla busca reforzar las expectativas y rodear con ellas el debut del nuevo conductor estrella de la emisora, Santiago del Moro .
Todo está claro y listo, como se ve, para un debut al que en principio no le faltará nada. Pero el éxito completo (y sobre todo prolongado) de una apuesta que necesita asegurarse una continuidad razonable no pasa por los recursos visuales, artísticos y humanos dispuestos por Telefé. Hay otro factor decisivo y a la vez completamente impredecible: el estado de ánimo de los participantes.
La versión previa dejó una enseñanza de hierro. En un contexto económico y social poco favorable, todo el que se dispone a participar de un programa de TV con premios piensa mucho más en asegurar una recompensa razonable que en permanecer por un tiempo mayor dentro de la competencia con el sueño de ganar el premio mayor.
Lo vemos muchas veces en programas de este tipo: una vez cumplidas ciertas etapas hay un pozo acumulado que el participante debe arriesgar si es que sigue adelante en el juego. Muchos optan por aferrarse a lo que sumaron hasta allí en vez de avanzar en busca de una retribución más grande y arriesgarse, si se equivocan, a perderlo todo.
El mejor recuerdo que tenemos de los grandes quiz shows de la televisión está asociado al suspenso que se abre a partir de la decisión de un participante de seguir adelante en el juego asumiendo todos los riesgos posibles. Es allí donde crece la tensión del programa y, por añadidura, la identificación del espectador. Más cerca se está de conseguir el premio mayor y más fuerte es el deseo que tenemos de que el competidor se lleve el triunfo. En medio de esa suma de incentivos el programa gana audiencia y repercusión. Y hay historias de vida de ciertos participantes que trascienden la pantalla y adquieren el carácter de verdaderos acontecimientos sociales.
Nada de eso ocurre cuando los participantes deciden no exponerse y dejan el programa acumulando recompensas modestas, pero suficientes para resolver sus problemas. Si arriesgan y pierden, en vez de llevarse lo justo (o quizás algo más, pero no mucho), la televisión dejará de ser una aliada para convertirse en enemiga. Por eso el ¿Quién quiere ser millonario? original languideció mucho antes de lo previsto. Y por eso, también, los quiz shows de la televisión argentina duran tan poco.
Algunos querrán saber si la nueva versión argentina de ¿Quién quiere ser millonario? incorporará alguna de las variantes aplicadas en el mundo durante los últimos años. Y muchos más observarán a Del Moro en esta nueva faceta, bien alejada de los estériles debates de Intratables. Pero lo más importante de este regreso pasará por comprobar cuánto puede influir el entorno económico y social de la Argentina de hoy en el ánimo de los futuros participantes. El destino del programa depende de que prevalezca el riesgo o se imponga la cautela.
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