¿Qué veo? Roadrunner es un fascinante viaje a las zonas más oscuras de Anthony Bourdain
El documental reconstruye a partir de entrevistas, imágenes inéditas y la palabra del propio chef televisivo, cómo las mismas características que lo llevaron al estrellato fueron aquellas que también condicionarían su final
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Roadrunner, A Film About Anthony Bourdain (EE. UU./2022). Dirección: Morgan Neville. Fotografía: Adam Beckman. Música: Sarah Lipstate. Edición: Eileen Meyer y Aaron Wickenden. Disponible en: HBO Max. Nuestra opinión: muy buena
Deben ser muchos los que todavía se preguntan por qué el chef más televisivo de la historia decidió quitarse la vida en un pueblito francés en la cumbre de su éxito, cuando tenía a disposición una vida soñada, supuestamente llena de placeres, descubrimientos, proyectos y viajes por el mundo. Después de ver Roadrunner va a ser muy difícil seguir pensando lo mismo.
Anthony Bourdain (1956-2018) fue un verdadero antihéroe, quizás el más grande de todos dentro esa TV cada vez más abarcadora que se forja entre los colores y los aromas de la cocina. No es como los chefs que ofician de villanos en los reality shows más vistos (como Gordon Ramsay), pero tampoco podría verse en todo momento como un modelo por seguir. Atractivo, cautivador y fluctuante como la personalidad de su protagonista, Roadrunner se zambulle en zonas oscuras. Bourdain reconoció algunas. Aquí aparecen bastantes más.
Podríamos decir que cada travesía de este hombre que pasaba 250 días al año en movimiento lejos de su hogar era un nuevo paso voluntario del recorrido que lo iba llevando cada vez más lejos del lugar en el que adquirió su título más reconocido, el de chef. Lo que propone el experto documentalista Morgan Neville en Roadrunner (término que ni más ni menos significa “correcaminos”) es un nuevo viaje, pero en este caso al corazón de la compleja personalidad de Bourdain.
Quienes brindan aquí sus testimonios son algunas de las personas (productores, directores, colegas, amigos cercanos) que hicieron posible la transformación de Bourdain en una gran personalidad mediática y cultural. Sobre todo desde que descubrieron que era alguien que tenía mucho para decir sobre su mundo. Nadie lo superó en ese sentido. Sus libros autobiográficos sobre la vida en la cocina de un gran restaurant y los relatos en off de los espléndidos ciclos documentales que protagonizó le pertenecen por completo. Llevan su sello de la primera a la última página.
El documental confirma con creces esta convicción, pero le agrega algunos ingredientes bastante más amargos. La palabra de quienes lo conocieron mejor dice que Bourdain tenía desde temprano visibles tendencias antisociales y algún peligroso coqueteo (siempre exorcizado a través del mecanismo de la broma) con la idea del suicidio.
Neville retrata a un hombre que, lejos del lugar común de quienes creían que su vida era una disfrutable y eterna vuelta al mundo hecha de comida callejera y platos exóticos, trataba de explicar y de entender por qué el planeta no funciona igual que nuestra cocina. Bourdain, además, era un impaciente crónico. Apenas llegaba a un lugar ya quería irse. Uno de sus directores dice que dentro de su mundo no había nada (ni personas ni cosas, y mucho menos lugares) que pudiera durar para siempre.
La única persona con la que parecía dispuesto a establecer una relación permanente y definitiva era su única hija, Ariane, fruto de la unión con su segunda esposa, la italiana Ottavia Busia. De todos los testimonios recogidos por Neville, seguramente el de Busia es el más revelador. Nos habla de la irremediable impotencia de Bourdain para construir una vida social estable con proyectos a largo plazo.
Busia nunca estuvo lejos de su exmarido cuando este conoció a su última pareja, la cineasta y actriz italiana Asia Argento. Ese vínculo marcó los últimos (y peores) años de Bourdain, marcados por una tendencia irrefrenable hacia el aislamiento y la fobia social, el distanciamiento que tuvo con antiguos y leales compañeros, y sobre todo el hastío que empezaba a sentir por todo lo que le había dado fama, reconocimiento y holgura económica.
Con todo, Roadrunner no es la crónica de un descenso a los infiernos. En realidad se trata del regreso a un mundo contestatario de rebeldías y adicciones que la literatura y las aventuras televisivas alrededor de la cocina habían logrado mitigar. El Bourdain juvenil tuvo la voluntad y el deseo de salir de esa vorágine con la ayuda de las mejores armas de su talento. El Bourdain maduro ya no encontró las mismas fuerzas, sobre todo porque sentía cada vez más que su entrega (parecía pedir mucho más de lo que los otros estaban dispuestos a dar) nunca era correspondida a la misma altura.
En el tramo final, Neville recurre a algunas imágenes poco vistas (que parecen de backstage o descartadas del montaje final) de los últimos programas de Bourdain. Allí lo vemos con la mirada perdida o manejando a su antojo, sin la espontaneidad requerida, algunas situaciones o diálogos. También hay muestras de algunos viajes (Laos, Haití) con resultados inesperados, bastante incómodos y desagradables en los que el propio comportamiento de nuestro protagonista tuvo bastante que ver. Ya no sirve la ayuda de la terapia (es notable el momento que registra a Bourdain en el diván de una psicoanalista porteña) o el consejo desprendido de amigos muy cercanos como el cantante Iggy Pop, que lo invita a recuperar la curiosidad perdida.
El dolor de sus amigos más cercanos, registrados en ese tramo de cierre por una cámara demasiado indiscreta y escasamente pudorosa, corrobora con resignación el destino de Bourdain y reconoce, más allá de alguna expresión de impotencia por lo que pudo haberse hecho para evitarlo, que había algo en la personalidad del chef que lo llevaría de manera irreversible a tomar la más drástica de las decisiones.
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