Por qué la movida tropical es la nueva obsesión de la TV abierta
Hasta este año, una ilusión recorrió la tv argentina desde su mismísimo origen: el refinamiento; la idea de “contenido de calidad” que debía asomar toda vez que se trataba de ponerle un “versus” a los gustos de las mayorías, en apariencia tan populares como degradados. La pantalla tenía de chica lo mismo que de berreta, pero en lugar de vivirlo sanamente y sin culpa, continuaba intentando simular una mejoría. Actuar un esfuerzo.
Pero, como nunca antes, este año los productores entendieron que el fenómeno de la movida tropical, surgido a comienzos de los años 90, es una de las corrientes renovadoras más genuinas; una fábrica de contenidos con inigualable representatividad que sólo un ciclo como Pasión de sábado, en América, supo captar antes y mejor.
“Si me prendés, prendeme a toda cumbia” exige ahora cualquier pantalla. Los más de 120 capítulos que parece que tener la novela de Tyago Gryffo, el hijo de la cantante Gladys “La Bomba” Tucumana en la pista de Showmatch , son una demostración irrefutable. Cada aparición de Tyago y las bailarinas que seduce garantizan que Las estrellas, la tira diaria de Pol-ka, no sea el programa más visto del día, aunque su desempeño artístico no esté a la altura.
Ni la cantante de Agapornis, emblema de la denominada “cumbia cheta”, logró lo que sí alcanzaron allí las estrellas originales del género: Gladys, ya sin pollera amarilla pero con desajustes anímicos; El Peppo en el living de Susana Giménez (estuvo dos veces en menos de un año); El Polaco con o sin medida perimetral en teatro, TV y Spotify; el ex Gran Hermano y cantante Brian Lanzellota con presencia transversal y varios Gran Rex a cuestas; el futbolista y “cuambianchero” Brian Sarmiento con picos de rating y videos virales; El Dippy, que mendigó meses y meses en las redes sociales hasta lograr ingresar al show de El Trece; el ciclo Secretos verdaderos, que de dedicarle emisiones especiales a Ricardo Darín devino archivo de artistas tropicales y, en el medio, Gilda, a cuyo rescate culto fue primero que nadie el músico Leo García y a quien Natalia Oreiro, el año pasado con la biopic, terminó de consagrar entre nuevos públicos.
Omnipresentes siguen reinando “El Potro” Rodrigo y sus satélites, en cuya cima aglutina multitudes su hermano Ulises Bueno, de quien tampoco pudo prescindir Tinelli para el clip de apertura de esta temporada de su programa. Cada invocación a La Salada, La Saladita y Marixa Balli (lo mejor del amor para el cordobés) también reportan a este universo referencial. No en vano ya han desaparecido tristemente célebres "figuras poéticas" del vocabulario habitual de los pasillos de canales de TV como “hay que barrer la pantalla”, sinónimos de ese “upgrade” extinguido, de la pretensión descabellada de darle la espalda al único fenómeno masivo que no perdió masa en los últimos treinta años.
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