Sarcasmo y caballerosidad hicieron de este actor, que murió el viernes 9 de junio a los 88 años, el mejor de los que se probaron el traje
¿Qué pasó? ¿Es realmente el final de Batman? Que en paz descanse Adam West, el Cruzado Encapuchado que mejor definió el rol. Hubo muchas encarnaciones de Batman a lo largo de los años –tanto en las páginas como en la pantalla– pero Adam West fue el único actor de carne y hueso que hizo justicia a la capa, en la serie de los años sesenta Batman.
West, que murió de leucemia el viernes, a los 88 años, inyectó sarcasmo y clásica galantería al personaje, semana tras semana; en la misma Batihora y por el mismo Baticanal. Fue el único humano que comprendió al personaje, porque nunca trató de competir con el oscuro héroe del cómic. En lugar de eso, transformó a Batman en el superhéroe definitivo de la tevé, con un giro sesentoso de fetiche sexual.
Batman, que ABC emitió entre 1966 y 1968, fue una visión ocurrente, chispeante, del sombrío vengador de DC Comics. Fue ambientada en una Ciudad Gótica llena de insidiosos archivillanos, como el Pingüino de Burgess Meredith, el Guasón de César Romero, o la favorita de todos, la diosa sexy Julie Newmar como Gatúbela. Newmar fue el único criminal capaz de enfrentar a Batman, ya que ambos iban codo a codo en sus provocaciones de cuero negro (los entreveros de Gatúbela y Batman terminaban siempre en un alusivo soft-porn de vestuario).
West no personificó a Bruce Wayne como un atormentado huérfano, sino como un millonario libertino cuyo único y real amor eran los secretos de su Baticueva, un sótano donde podía jugar a las más grotescas fantasías del macho americano. Vivía en la señorial mansión Wayne junto a su jovial protegido Dick Grayson (Burt Ward), que compartía la vida secreta de Bruce como el enmascarado Robin. Entre los dos flotó siempre la tensión sexual.
El show era un permanente desfile de fantasías del show business. Estrellas como Sammy Davis Jr. o Jerry Lewis aparecían esporádicamente para hacer monerías con Batman, sacando la cabeza por una ventana mientras el héroe escalaba un edificio. La estrella pop Lesley Gore fue una de las secuaces de Gatúbela, incluso apareció cantando su hit “California Nights”. El día que Gore suplicó, “No soy villana, soy sólo una cantante de rock”, Newmar enroscó las pestañas y susurró, “Uf, olvidáte. Tenés 20 años; tu plenitud ya quedó atrás”.
El West de Batman sacudía a los chicos malos (Biff! Pow!) para defender a Ciudad Gótica de leyendas hollywoodenses como Vincent Price (Cabeza de Huevo), Tallulah Bankhead (la Viuda Negra), o, la más elegante de todas, Joan Collins como la Sirena. Los freaks de cine adoraban jugar a los Seis grados de Batman, porque cada carrera del show-biz parecía interactuar con este mundo –como el modo en que Anne Baxter hizo de Zelda la Grande una semana después de que su némesis en All About Eve, George Sanders, hiciera del Capitán Frío, antes de que su ex esposa Zsa Zsa Gabor cerrara la serie como Minerva–.
Clausurada luego de tres temporadas, Batman no fue un hit en su tiempo; como muchas otras series de los sesenta, de Star Trek a La isla de Gilligan, pasando por The Brady Bunch, debió esperar a los setenta para convertirse en un coloso de la cultura pop. Había algo profundamente glam en West como Cruzado Encapuchado. West tenía un parecido notorio con el Bryan Ferry de Roxy Music, y verdaderamente vivió su angustia en una casa de ensueño (no casualmente, quizás, considerando cuan abiertamente West y Ferry tomaron su inspiración de las películas del Drácula interpretado por Christopher Lee).
West superpuso un astuto reírse de sí mismo a la idea del superhéroe hastiado con la vida ordinaria y recluido en su lujoso piso de soltero, añorando permanentemente el momento en que aparezca la Batiseñal en el cielo, o se enciendan las luces del Batifono, presto a deslizarse por los Batitubos con la capa al hombro.
West, que empezó su carrera con algunas apariciones en westerns, siempre puso cara de póker en medio del humor camp, aun cuando parodiaba la idea de ser un héroe americano correcto. Se la pasaba aleccionando a Robin sobre mantener ajustado su Baticinturón, tareas escolares (“la astronomía es algo más que un divertimento, Dick”), o valores americanos: “Lo importante es que el mundo sepa que todos los visitantes a esta tierra están seguros, ya sean reyes o campesinos. ¡Esta es la verdadera esencia de nuestra democracia!”.
Batman y Robin después adquirieron a su propia secuaz: la Batichica de Yvonne Craig, que tenía su propio tema musical y una motocicleta púrpura. Craig fue la única chica soñada de los 60 que logró actuar tanto en una película de Elvis Presley (It Happened At The World’s Fair, una de las realmente buenas) como en Star Trek, donde hizo un baile erótico frente al Capitán Kirk durante una cena en un restaurante. En un episodio memorable, Batichica duerme en el Batimóvil mientras Robin murmura, “Es realmente linda cuando duerme”. Batman sonríe y responde, “Eso me suena a la primera señal de madurez, viejo amigo”.
La desastrosa insistencia por reflotar el arquetipo Batman como una franquicia de películas sin Adam West fue lo que demostró la grandeza del actor. La costosísima y horrorosa Batman de 1989 carecía por completo del humor de West, con un Tim Burton que apuntaba a la solemnidad, como si hubiera visto heroísmo en la parquedad expresiva de Michael Keaton. Toda aquella secuela de Batman fue una triste sumatoria de lo que hizo aburridas, caras y asfixiantes a las películas de Hollywood de la época. Pero también subrayó aquello que hizo de West un superhéroe televisivo creíble –su ingenio, su ternura, su humanidad.
Lleva alto por los cielos tu Batimóvil, viejo amigo.
Rob Sheffield
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