Panelistas en la televisión, de ayer y de siempre: ¿Imprescindibles, irrelevantes o un mal necesario?
A lo largo de su historia, la TV argentina se nutrió de distintos ciclos “corales”, aunque en los últimos años el formato con periodistas, mediáticos y famosos debatiendo y opinando sobre casi cualquier cosa se ha convertido en moneda corriente
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El estreno de la película La panelista -comedia negra con sello nacional, buenas intenciones y magros resultados- volvió a poner el foco en un oficio que de tan cotidiano ya está internalizado en el ecosistema televisivo: el panelismo. Y la pregunta que desde hace años flota en el ambiente es la siguiente: ¿Son imprescindibles, irrelevantes o un mal necesario para la televisión argentina?
Mientras todavía no se ha llegado a una respuesta mayoritaria, los panelistas se reproducen desde hace años en las pantallas hogareñas, casi por generación espontánea. Ávidos, según el film protagonizado por Florencia Peña, por saltar a ligas mayores sea por fama, por dinero o incluso por un buen canje. Incluso cuando saben que la línea entre el cielo y el infierno es tan delgada y efímera como una primicia.
El panelismo no fue un género en sí mismo, sino un subgénero heredado de la radio que se fue moldeando a sí mismo con el paso de los años. Resulta casi imposible precisar cuándo empezó, porque en su prehistoria caben desde ciclos como el Pantalla gigante de Jaime Jacobson en 1957 hasta Humor redondo, que ya en 1969 mezclaba actualidad y humor con Héctor Larrea a la cabeza, y un “panel” de notables: Aldo Cammarota, Jorge Basurto, Juan Carlos Mesa y Carlos Garaycochea. Aunque, fiel a lo que sería más acá en el tiempo, se podría decir que el panelismo empezó con dos polémicas: Polémica en el fútbol en 1961 y Polémica en el bar en 1963, espacios televisivos donde se comenzó a potenciar la efervescencia característica del formato.
Con intermitencias, el formato continuó en las décadas siguientes, con “el pionero” Lucho Avilés al frente, primero con Radiolandia en televisión (1971), y ya en los 80 Astros y estrellas (debut en televisión como panelista de Jorge Rial) e Indiscreciones. Finalmente, en la década del 90 se consolidaron los programas de paneles, tal como los conocemos ahora, gracias Yo amo a la TV, y luego PAF! y especialmente Indomables (nuevamente con Lucho al frente y cuyo título original iba a ser, paradójicamente, “Polémica en el espectáculo”).
Hoy, aunque la pandemia con su distancia social y su crisis económica diezmó a los equipos televisivos, los panelistas resultaron inmunes incluso a los embates del Covid-19. Es cierto que, especialmente los fines de semana, algunos ciclos han optado por la entrevista íntima para abaratar costos, pero actualmente hay 134 caras conocidas y no tanto en la televisión de aire opinando a diestra y siniestra (hace algunas décadas se los ninguneaba llamándolos “opinólogos”), tomando partido por todo y por todos, o promoviendo el debate infinito a partir de la excusa más trivial.
Pero la tarea no termina ahí. Porque en el manual del buen panelista no deben faltar las disputas con sus compañeros, hacer sufrir al debutante; interrumpir al conductor, a los invitados, a sus pares o incluso a sí mismos, y promover discusiones que de vez en cuando los lleven a levantarse ofuscados de sus sillas para dejar el estudio. Eso sí, sin sacarse jamás el micrófono porque después del PNT de rigor deberán volver a su lugar y seguir como si nada hubiese pasado.
Y esto no es todo, porque aunque parezca un trabajo fácil no lo es. Quien aspire al cargo debe estar muy informado para poder opinar sobre lo que venga, e incluso cuando no sea así siempre le van a quedar dos opciones: o tener un buen plan de datos en el móvil para buscar rápidamente cualquier información sobre el próximo tema de la rutina, o decir exactamente lo contrario al de al lado, pero a los gritos. Como es sabido: los “tibios” no sirven para este oficio.
Los que rompen lanzas por ellos (que en muchos casos son ellos mismos) aseguran que representan “la voz del televidente”; un espacio que, por definición, el periodismo no puede ocupar. Puede que la descripción sea más o menos exacta, quién sabe, pero lo cierto es que suena bastante pretenciosa.
Quizás sea más exacto afirmar que los panelistas son la clave del “show televisivo”, quimera que puertas adentro de los canales se entiende como escalón al éxito. Porque seamos sinceros: Bendita no sería lo mismo sin su equipo, o Cortá por Lozano, o Los ángeles de la mañana, o Todas las tardes, o Intratables, y así hasta el infinito.
A pesar de los matices que han adquirido con el correr de los años, la tarea de los panelistas sigue siendo la misma desde hace décadas: dar la sensación de que el tema del que se está hablando es tan importante como para que nadie en su sano juicio piense en cambiar de canal.
Últimamente su labor se ha visto opacada por una nueva tendencia que son las placas de “Alerta”, “Primicia” o “Último momento” que tanto le gustan a canales como América (que dicho sea de paso, fue pionero en llenar sus programas de opinadores a sueldo, y todavía hoy mantiene el primer lugar).
Pero a no asustarse, si el grupo de “especialistas en todo” sobrevivió al coronavirus, a los gerentes de programación, a los realities o a Netflix, no le va a temblar el pulso para imponerse a un editor de videograph. Y si este se hace el rebelde se tomarán medidas más drásticas y “que parezca un accidente”, una tragedia que se debatirá largamente en el programa del día siguiente.
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