En su flamante big show, el conductor volvió a desplegar los recursos que le confieren identidad a su manera de hacer televisión; diferencias con la neutralidad de Marley en La voz argentina y Santiago del Moro en MasterChef Celebrity
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A la hora de las decisiones de consumo, las audiencias diversifican los disparadores que hacen a la elección de un producto televisivo. En algunos casos, escogen a partir del atractivo que generan los formatos continentes en sí mismos, más allá de las figuras que puedan conducirlo o integrar su staff, con mayor o menor relevancia o estelaridad. Así sucede con títulos como MasterChef Celebrity (Telefe) o La voz argentina (Telefe), sin desmedro del lugar que ocupan sus conductores Santiago del Moro y Marley, figuras indiscutidas y exitosas que, a pesar de las repercusiones de sus ciclos, prefieren correrse del foco escénico para que se prioricen las dinámicas de cada formato.
Sin embargo, cuando se trata de Marcelo Tinelli, las decisiones de consumo del público son impulsadas por la propia envergadura de rango estelar del conductor, quien integra un exclusivo cenáculo de nuestra televisión, acaso solo acompañado por Susana Giménez y Mirtha Legrand, ambas ausentes -al menos por ahora- de la regularidad televisiva.
El público va en busca de “el programa de Tinelli”, decisión que puede incluir a “Bailando por un sueño”, un pseudo reality como Gran cuñado o, más allá en el tiempo, apelar a las cámaras ocultas que generaban una situación de aspiración cómica. En todos los casos, el televidente se imanta en la estrella que conduce cada uno de los formatos. Que se vaya en busca de “el programa de Tinelli” es una innegable virtud, una cucarda del conductor, pero también puede acarrear algunos riesgos y una autoexigencia que lo ubique en una peligrosa zona liminal.
El sociólogo francés Pierre Bourdieu decía que “cuanto más amplio es el público que un medio de comunicación pretende alcanzar, más ha de limar sus asperezas, más ha de evitar todo lo que pueda dividir, excluir”. Algo de ese razonamiento se refleja en la idea festiva y plural del nuevo desafío de Tinelli, de tono amable y alejado de contraindicaciones, que este lunes debutó con un promedio de 15,1 puntos de rating, una muy buena marca.
Uno de los nuestros…
El lunes pasado, Marcelo Tinelli estrenó Canta conmigo ahora, la versión local de All together now, idea que se vio plasmada, por primera vez, en el 2018 y emitida por la BBC británica. La estructura del show le da una vuelta de tuerca a la fórmula de los certámenes donde compiten cantantes amateurs. En nuestra televisión, desde fines de los sesenta, ya lo hacía Roberto Galán en Si lo sabe, cante, apelando a una estética rudimentaria y con un ejercicio inclusivo que permitía la participación de personas no dotadas vocalmente y con una profusión de situaciones bizarras y hasta burlonas hacia algunos de los concursantes. El premio era un canario.
Seis décadas después, en el caso de Canta conmigo ahora, el jurado evaluador está conformado por cien integrantes, entre nombres famosos y gente anónima. En un tiro estratégico inteligente, la presencia en el panel de Candelaria y Coti Sorokin, hija y yerno del animador, y las conversaciones al aire del conductor con ellos van en busca de esa cotidianeidad que es una marca del conductor y que su público tanto celebra.
De hecho, el pasado lunes, luego que un grupo de bailarines y músicos abrieran el flamante big show, Marcelo Tinelli irrumpió en el escenario del imponente set acompañado por su hijo Lolo y danzando bajo las estrofas del leitmotiv “Juntos”, la canción de Abel Pintos que sintetiza la fidelización del vínculo que Tinelli estableció con sus seguidores: “Se que seguiremos juntos a través del tiempo…”. Luego vino el tradicional saludo “Buenos noches, América”, dicho por él y por Lolo, escena atravesada por los planos referenciales a Juana y Francisco, los hijos que Tinelli tuvo con la bailarina Paula Robles.
Desde el arranque, el conductor dejó en claro que algunos rituales seguirían acompañándolo, más allá del nuevo formato que, en la televisión internacional, encuentra a sus conductores en un rol mucho más frío y hasta espacialmente distanciados de los concursantes. Con Tinelli eso es imposible, su esencia no se lo permite y su público tampoco se lo concedería.
Los hombres de confianza del conductor, también a cargo de la producción general del programa, buscan en él esa cercanía campechana y coloquial que lo ubica en un estratégico punto medio entre la celebridad inalcanzable y poderosa (diligenciamiento del fútbol y coqueteo con la política mediante) y el pibe de barrio nacido en Bolívar que es “uno de los nuestros”. Tinelli se ha encargado a lo largo de su trayectoria que su ascendente carrera no corriera de plano el tono familiar y la cercanía con las audiencias. Rápido de reflejos, sabe que la gente no busca en él a alguien de lenguaje erudito ni de gustos refinados, sino a un cómplice, al amigo canchero que lidera el grupo. Tinelli siempre supo cómo dejar en claro que esa es su esencia y que sus consumos sibaritas queden reservados al plano de su intimidad.
Por otra parte, también gusta de vincularse con la vida “normal” y, en tiempos de su pareja con Guillermina Valdés, era habitual verlo en los supermercados de Necochea, ciudad de la que es oriunda la actriz y exmodelo. Algunos hábitos de Tinelli le permiten tener el contacto de primera mano con el pulso de la calle, algo que no suelen experimentar las figuras de su envergadura, y él lo capitaliza frente a las cámaras.
A la manera de…
El aura de Marcelo Tinelli y su estilo coloquial son distantes de la esencia de All together now. A partir de esa lógica, el conductor logró, en las cuatro emisiones que lleva el programa al aire, “tinellizar” los rasgos más duros y formales del juego, al punto tal de convertirla en un programa que pareciera haber sido creado por él, a su medida. Con todo, afronta el riesgo de caminar por una frontera donde eso que se percibe como virtud, pueda terminar por hacer desbarrancar la idea madre.
En el caso de Santiago del Moro o Marley, el atravesamiento se da a la inversa que con Tinelli: son los formatos quienes imponen el tono y las formas. El contenido y el continente. A diferencia de lo que sucede con el creador de ShowMatch, que le aporta su matriz a los productos que decide concretar.
Marley puede reírse libremente en sus programas de viajes, pero a la hora de liderar La voz argentina, apela a un preciso tono austero. Con Santiago del Moro sucedía algo similar en MasterChef Celebrity, certamen gastronómico donde el conductor hilaba las diferentes instancias con sobriedad, corriéndose a un lado con inteligencia, dejando que fluya el vínculo entre jurados y participantes famosos, columna vertebral del certamen frente a las hornallas. También estos formatos son de origen extranjero, convirtiéndose en una franquicia televisiva donde desde el diseño gráfico de los logos hasta la escenografía lucen igual, como una casa de hamburguesas con sucursales en Tailandia, Nueva York, Buenos Aires o Ciudad del Cabo.
“Levanten los brazos de todos los pibes y arriba, arriba”, dijo Tinelli, con atmósfera de cumbia, mirando al panel de cien personas cerca del comienzo del primer programa de este año. Luego, cuando presentó a algunos de esos mismos integrantes del jurado, apeló a las referencias personales. A Locho Loccisano (ex participante del reality El hotel de los famosos) le comunicó su casamiento y a Gladys “La Bomba” Tucumana le aclaró que estaba soltero. “Guarda al hilo”, dijo canyengue el conductor y la cantante, rápida de reflejos, le respondió con un “por qué te creés que estoy acá”. La paleta de colores de Tinelli en estado puro.
En el programa del debut, también recurrió a la emoción, uno de sus “caballito de batalla”. Cuando una maestra jubilada, luego de interpretar “Honrar la vida”, confesó que había padecido cáncer, no dudó en palmearle la espalda con emoción y humanidad.
Dos días después, el miércoles 27 de julio, reprodujo cómo lo saludó Wanda, una de las concursantes de la noche: “Recién te conozco, boludo”. Y segundos después remató con un “qué onda tiene esta pendeja”.
En la emisión de este jueves, reafirmando ese estilo “tinellizado” que le imprimió a su nuevo show, el conductor no dudó en trepar los diversos niveles que conforman el gran panel con pantallas LED donde se ubica el jurado. “No, no, frénenlo, frénenlo”, se escuchaba decir a la locutora Marcela Feudale, otro componente que emparenta a Canta conmigo ahora con el historial televisivo de tono festivo de Tinelli.
Ser o no ser…
El set de Canta conmigo ahora es realmente imponente. La parafernalia técnica impacta en pantalla. Se percibe una notable inversión de producción, algo que se agradece en un medio alicaído. Con ese marco, jurados, participantes y bailarines conforman un staff de alrededor de doscientas personas, dirigidos por los productores Pablo “Chato” Prada y Federico Hoppe, aliados históricos de Tinelli.
All together now se hizo en Brasil, Dinamarca, Australia, Polonia, Colombia, Francia, Alemania, Países Bajos, Rumania, Rusia, Finlandia, Malasia y Ucrania. La versión local cuenta con la misma factura técnica y estética que lo que se pudo ver en buena parte del mundo, pero distinto tono. Así como se le agradece la apuesta y el riesgo, tampoco es reprochable que Tinelli apele a su identidad, a esa sangre original que corre por sus venas para virar el formato internacional a las apetencias de los públicos locales, menos fríos y más apasionados que el de otras latitudes.
Los seguidores de Marcelo Tinelli están esperando de él ese ADN aurático que poco dialoga con los acartonamientos. Con todo, la “tinellización” del programa podría hacer trizas y desvirtuar la elegancia del espectáculo televisado.
Ya no es tiempo de peleas encarnizadas como las que protagonizaban los jurados y los participantes de Bailando por un sueño, atrás quedaron las socarronas cámaras sorpresa. La dinámica de la evolución social fue acorralando algunas apuestas de una televisión que hoy luce arcaica, y Tinelli lo entendió.
Acaso podrá el conductor balancear las aguas de su nuevo big show, aportándole frescura, pero sin perder la excelencia artística ni caer en facilismos populistas concesivos con las audiencias, buscando la aprobación rápida. Ahí reside su desafío. Como sucede con las buenas bebidas, la “tinellización” de Canta conmigo ahora tiene que encontrar su punto de maceración en equilibrio.
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