Los programas de entretenimientos dominan la TV abierta: ¿evolución o retroceso?
Uno de los géneros más identificados con la identidad televisiva tiene cada vez más horas en pantalla, pero con características más austeras y condiciones de mayor precariedad que en otros tiempos
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Desde sus orígenes, la naturaleza de la televisión argentina también puede reconocerse en los programas de entretenimientos con premios. Esa identidad acompaña la evolución de la pantalla y de la industria local a través de sus siete décadas de existencia y le aporta un elemento esencial: ninguna otra expresión o género reflejará mejor que este el vínculo directo entre la tele y su público. Podríamos escribir una historia bastante precisa de la TV en la Argentina recopilando los ciclos en los que personas anónimas (hombres, mujeres, chicos, familias enteras) responden a la convocatoria de la pantalla para jugar por toda clase de recompensas.
En estos días asistimos a una especie de reverdecimiento de los entretenimientos con premios en nuestra TV abierta. A fines de 2021 había al menos 13 propuestas con estas características en las grillas de los canales de aire. Algunos dejaron momentáneamente la pantalla en este tiempo de vacaciones mientras otras propuestas (algunas bastante ambiciosas) se preparan para la temporada alta de 2022.
¿Hay alguna explicación para el resurgimiento de este modelo? En principio, aunque atraviesa a toda la pantalla abierta, la tendencia registra matices variados según cada caso. El cuadro completo adquiere sentido desde la suma de todos esos aportes. El Trece, por ejemplo, parece haber apostado decididamente casi todas sus fichas por el entretenimiento, modalidad que ya domina toda la franja vespertina y se extiende ahora hasta el horario central nocturno. La actualidad quedó desplazada a la mañana (en su versión más mundana, con la farándula y el chisme como ejes) y a los tradicionales espacios informativos del canal. Y los talk shows con panel sobre todo femenino, otra fórmula que se había hecho popular algunas temporadas atrás, se desvaneció luego de varios fracasos y levantamientos prematuros.
Hoy, la emisora de Constitución tiene buena parte de la grilla de lunes a viernes armada sobre la base de entretenimientos competitivos con premios y la participación del público: Match Game, Hogar dulce hogar, Bienvenidos a bordo, 100 argentinos dicen, Los 8 escalones del millón. La única base sólida del armado es la decisión de sostener este perfil, porque los programas funcionan como fusibles o piezas intercambiables según los vaivenes del rating.
La anunciada llegada de Turno tarde y El gran juego de la oca nos dice que la estabilidad pasa por el formato y no por la permanencia de cada programa. El caso de El gran juego de la oca merece una atención especial. Eltrece anuncia su lanzamiento para el lunes 24, a las 21, con emisiones de lunes a viernes. Esta apuesta fuerte nos recuerda lo ocurrido cuando el programa apareció con gran éxito en la misma pantalla hace 28 años, en 1994, pero en su versión española, de la mano de Emilio “Milikito” Aragón. Los memoriosos todavía recuerdan el éxito de rating que tuvieron esas emisiones grabadas en la Madre Patria y emitidas aquí los domingos por la tarde, con un impresionante despliegue de producción y toda clase de desafíos para sus competidores. Habrá que ver cuál es la escala en la que se mueve, en medio de la ajustada economía local, un programa que requiere de enormes esfuerzos técnicos y humanos para estar a la altura de los originales (nació en Italia y se afirmó en España).
El gran juego de la oca tendrá al frente una dupla novedosa. Joaquín “Pollo” Alvarez y Daniela Viaggiamari (”Dani la Chepi”) tienen el desafío de sumarse a una tendencia cuyo atractivo se sostiene en buena medida a partir del esfuerzo de algunos de sus protagonistas. El infatigable Guido Kaczka hace doble (y hasta triple) turno diario y ya es un especialista en “remar” este tipo de propuestas, aunque a veces caiga en la vulgaridad. Y la figura de Darío Barassi (de las pocas grandes revelaciones de la TV abierta en los últimos tiempos, un muy buen actor devenido en óptimo conductor) es tan importante que el canal necesitó de varios reemplazantes (ninguno a su altura) para apuntalar a 100 argentinos dicen en este verano.
Este viraje en la programación de El Trece es el retrato más descarnado de la realidad a la que se enfrenta hoy la televisión abierta. Aquí se mezclan cambios de hábitos y las estrecheces propias de una situación económica muy ajustada. Ya no hay dinero ni recursos, por ejemplo, para sustentar la producción de ficciones. Los clásicos teleteatros vespertinos locales, con toda su gran historia detrás, hoy son apenas un recuerdo lejano. Y los talk shows con supuestos debates de actualidad que deberían atraer al público femenino dejaron de interesar, sobre todo desde el estrepitoso fracaso de Mujeres en El Trece, a fines de 2020.
Aquí es donde aparecen los programas de entretenimientos con premios, que son notoriamente más baratos en términos de producción, pueden llamar con facilidad la atención de la gente (dispuesta a participar en el estudio o desde el hogar), no requieren muchas veces esfuerzos creativos denodados (100 argentinos dicen, por ejemplo, se basa en el clásico de la TV estadounidense Family Feud) y recurren a nombres conocidos que encuentran aquí un vehículo eficaz para promocionarse. Nadie se rasga las vestiduras si hay que adelantar la despedida en caso de que los números de audiencia no respondan. Por más esfuerzo y laboriosidad que se ponga en su armado y puesta en el aire, la propia lógica televisiva acepta en estos casos que se trata de productos expuestos desde el comienzo al riesgo cierto del descarte.
También puede ocurrir que este tipo de programa resulte víctima de la urgencia y del apuro por obtener repercusión. Una competencia con recompensas realizada en clave de reality show como El gran premio de la cocina llegó de manera bastante extravagante a cumplir 15 temporadas en apenas tres años (arrancó en 2018). Aunque la continuidad del ciclo parece asegurada, la advertencia del riesgo de agotamiento rápido queda a la vista. La televisión argentina tiene la dudosa costumbre de llevar al formato diario programas de entretenimientos que en sus países de origen funcionan desde el comienzo con frecuencia semanal.
La posibilidad del agotamiento prematuro o la exposición al descarte aparecen como consecuencias lógicas e inevitables de una realidad en la que las expectativas resultan tan modestas como las recompensas. Hoy, los premios de la televisión argentina también son víctimas de los estragos de la inflación y de la caída sin fondo del poder adquisitivo del peso. Un millón hace tiempo que dejó de ser una cifra poderosa como aliciente de una competencia televisiva. Hoy, en vez de arriesgarse en busca del premio mayor y quedarse en el camino sin nada, los participantes prefieren llevarse valores mucho más bajos y austeros como recompensa segura para salir del paso, hacer arreglos en la casa o darse algún gusto no demasiado pretencioso.
Puede explicarse así el fracaso de algunas fórmulas que en otros países de economía estable se convirtieron en éxitos colosales. La versión argentina de ¿Quién quiere ser millonario? terminó muy rápido porque ningún competidor se animaba a dejar todo en procura del premio máximo, que en la temporada final (la que condujo Santiago del Moro por Telefé en 2019) no tenía nada de millonario. Esta anomalía forzó además la veloz transición del programa hacia un quiz show lacrimógeno de ayuda a personas con problemas económicos y distintas discapacidades.
Los premios ya no son lo que eran. Habrá que ver cómo vuelve Susana Giménez, que se caracterizó en el pasado por entregar algunas de las recompensas más grandes de la historia de los programas de concursos y entretenimientos. Ya quedó también como un añejo recuerdo el tiempo en que la tele se daba el lujo de regalar en algunos ciclos un automóvil 0 km por semana o por mes.
Ni siquiera parece haber recursos suficientes para estimular desde la tele alguna competencia entre grupos estudiantiles por el viaje de egresados, como ocurría en otro modelo de programa de entretenimientos ya extinto (el programa ómnibus al estilo Feliz Domingo o el que se prolongaba durante varias emisiones semanales como El último pasajero). Con todo, en Telefé se viene hablando de la recuperación de este formato para el futuro cercano.
Tampoco parece haber demasiados estímulos para el regreso de programas de entretenimientos con preguntas y respuestas pensadas para elevar el marco cultural de los participantes. De modelos como el pionero Odol pregunta y Tiempo de siembra solo quedan hoy remedos como ¿Quién sabe más de Argentina? (el único programa de entretenimientos programado recientemente por la TV Pública) y La hora exacta, una apuesta con algunas ideas interesantes de El Nueve, emisora que al mismo tiempo repite fórmulas ajadas como la de Super Super, algo que el recordado Berugo Carámbula hacía mucho mejor (y ciertamente de manera más original) con el nombre de Clink Caja en la década del 90.
Este universo televisivo tiene, como se ve, aspiraciones cada vez más grandes y recursos cada vez más escasos. En medio de esta paradoja hay programas que logran salir airosos del desafío y sostener la tendencia: 100 argentinos dicen (El Trece), Pasapalabra y el renovado Trato hecho con Lizy Tagliani y Roberto Moldavsky (Telefé). La ruleta de tus sueños (solitaria muestra de esta tendencia en América) debe pasar todavía por la prueba del tiempo para encontrar algún paralelo con algunas exitosas versiones internacionales de un formato nacido también en Estados Unidos: Wheel of Fortune.
Pase lo que pase, ninguna puede acercarse a ese tipo de concursos, competencias y programas de entretenimientos televisivos de los que todo el mundo hablaba en otros tiempos. Odol pregunta o Sorpresa y media podían sostener por sí solas toda una programación y proporcionarle a la TV algunos de los pilares de su fortaleza en sus respectivos tiempos.
Hoy, como si se tratara de un involuntario homenaje a los orígenes, el entretenimiento con premios de la TV abierta se parece más a los modestísimos títulos que iniciaron la historia del género allá por la década de 1950: Complételo usted, Prendas y acertijos; Señora, sea práctica; Hágalo en un minuto; No se queme, señor; Y usted, ¿qué sabe hacer? Más allá de las transformaciones tecnológicas y las muestras de innovación y de vanguardia en el diseño escenográfico, el camino de una de las especialidades más identificadas con la naturaleza y la identidad de la televisión parece llevarnos de nuevo al punto de partida.
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