Los intocables: la serie que enfureció a la mafia e indignó al mismísimo Frank Sinatra
Basada en las memorias del célebre detective Eliot Ness, esta ficción se emitió entre 1959 y 1963 y marcó toda una época
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Autos antiguos, un furioso blanco y negro, la característica voz en off y un grupo de policías con pinta de “duros de matar”. Era prender el Ranser y encontrarse con un espectáculo, de esos reservados para el cine o para las novelas negras del “Club del misterio”. Pero Los intocables estaba en televisión abierta, y resultó ser una puerta de entrada hacia una narrativa poco común en la pantalla chica de entonces, que encima tenía el plus de estar basada en hechos reales. O casi.
Chicago en tiempos de Al Capone, de cuando la mafia poseía tal dominio absoluto de la ciudad que se la conocía como “la capital del crimen”. Asesinatos, ajustes de cuenta y, en inferioridad de condiciones, el grupo de policías comandado por Eliot Ness, que intentaban poner un poco de orden a sangre y fuego. Los guiones de Los intocables estaban basados en las memorias que el propio Ness había publicado junto a Oscar Fraley, recurso que aportaba una pátina de verosimilitud a cada una de las historias que cada semana se presentaban a lo largo de una hora.
El productor Quinn Martin fue el promotor de la idea, y también quien buscó a Lucille Ball y Desi Arnaz Jr. para que la hicieran realidad a través de Desilu Productions. La pareja se entusiasmó inmediatamente, pero propuso primero una prueba piloto. Así, el 15 de octubre de 1959, como parte del Washington Desilu Special se presentó la primera de las historias. Dos cosas llevaron al éxito inmediato: la primera tuvo que ver con la crudeza narrativa y el uso de la violencia, la segunda fue la elección del personaje principal. El actor Robert Stack le aportó a Ness un porte de agente implacable, ideal para el tono de la serie, pero un tanto alejado de la realidad.
Los insobornables
Antes de Stack, varios actores habían sido tentados para el rol. Los primeros fueron Van Heflin y Van Johnson, ambos muy populares entonces, pero los astros no quedaron convencidos, ya que veían al programa como un seguro fracaso que los arrastraría, cercenando sus posibilidades de seguir adelante en Hollywood. Un gran error a juzgar por los resultados. Como plan B aparecieron Fred MacMurray, Jack Lord y Cliff Robertson, quienes, educadamente, también dijeron que no. La solución fue poner la vara más baja y encontrar a alguien con menos fama, y también menos pretensiones.
Nacido como Charles Langford Modini, Robert Stack desarrolló una prolífica carrera en Hollywood, de la que nadie se acuerda. Para cuando llegó su papel consagratorio en Los intocables, el actor tenía unas treinta películas en su haber y había trabajado con Ernst Lubitsch, William Castle, Samuel Fuller y Douglas Sirk, entre otros. Sin embargo, cuando aparece una foto de él inmediatamente se asocia su estampa a la del agente implacable, enemigo de Al Capone.
Del otro lado de la moneda estaba el mismísimo Eliot Ness, un hombre que era más de escritorio que de acción. El policía estaba obsesionado por combatir al crimen en los tiempos de la Ley Seca, y por eso formó un grupo de nueve hombres y los bautizó “The Untouchables” (que sería algo así como “los insobornables”). Fue también el título de su libro, en el que a su vez se basó el programa.
El recorte hecho por la serie dejó afuera algunos tropiezos en la vida del agente, que opacaron su imagen y lo llevaron a una muerte prematura a los 54 años, luego de un infarto. Por solo dos años, Ness no pudo ver su vida plasmada en la pantalla chica.
Luego de aquel prometedor comienzo en el especial de Desilu, Los intocables debutó formalmente en Estados Unidos el 15 de octubre de 1959 en horario central. Con la voz de Walter Winchell en el rol de narrador, ofreciendo el contexto de cada episodio. El dato es algo más que anecdótico, ya que años antes, en tiempos de listas negras, Winchell había acusado a Lucille Ball de tener simpatías con el comunismo. La actriz y productora de todos modos no tuvo problema en aceptar su nombre, cuando el productor Quinn Martin se lo propuso.
El boca a boca fue llevando a Los intocables cada vez más alto, al mismo tiempo que diferentes asociaciones y figuras ponían el grito en el cielo por el alto nivel de violencia que mostraba el show. Entre los indignados se encontraba Frank Sinatra, que condenaba la emisión por resultarle “estigmatizante” para la comunidad ítaloamericana. Incluso la viuda de Al Capone, Mae, interpuso una demanda por un millón de dólares por la imagen negativa que hacían de su marido. De más está decir que no vieron ni un centavo.
A medida que crecía la polémica, reflejada puntillosamente en los diarios de entonces, también algunos sponsors bajaron sus auspicios, en actitud inversamente proporcional a lo que sucedería hoy.
De acuerdo a lo que se pudo saber después, del otro lado del mostrador tampoco estaban contentos con la serie. Aladena Fratianno, un mafioso que se convirtió en informante del FBI, aseguró que la mafia había ordenado el asesinato de Desi Arnaz, como un ejemplo gráfico de por qué no se tenían que meter con ellos. El soplón aseguró que dos sicarios hicieron guardia frente a la casa del marido de Lucille Ball esperando el momento preciso de actuar. Pero antes de que llegara el momento se dio de baja la orden, entendiendo que la imagen de la mafia quedaría aún más resentida al adjudicarse un hecho así.
El asunto de la violencia fue un tema que también trascendió fronteras. Los memoriosos tienen muy presente cómo a comienzos de la década del 60, Canal 9 desestimó toda idea de emitir Los intocables, precisamente por eso. Más permisivo fue el 11 que le dio una primera oportunidad bastante tarde a la noche, y luego Canal 2 que reafirmó su vigencia en horario central.
Los intocables cosechó buenas críticas, un público fiel y hasta algún que otro premio para su protagonista, pero la crudeza de su relato fue un estigma del que no pudo salir. Conforme avanzaron las temporadas (fueron cuatro en total), la serie comenzó a perder fuerza, y se apostó más por el carisma del grupo que por lo gráfico de sus acciones. Incluso se le dio más protagonismo al personaje de Enrico Rossi (Nicholas Georgiade), miembro ítaloamericano del grupo, como para calmar a los fanáticos.
Incluso, en la última temporada se intentó sumar a las huestes de la ley a una teniente interpretada por Barbara Stanwyck, una idea que no le gustó a nadie. Ni siquiera a la actriz, que después de dos capítulos se plantó y no volvieron a saber de ella.
Volver por la puerta grande
Con historias menos interesantes, un esquema repetitivo y cuestionamientos varios, Los intocables fue menguando el brillo de sus temporadas anteriores (especialmente la segunda, donde la serie encontró el tono exacto) y terminó siendo cancelada. Sin embargo, a pesar de la debacle, tanto Eliot Ness como su equipo habían calado bien hondo en los espectadores de entonces. Tanto que en los años siguientes se intentó darle nuevos bríos más de una vez.
En 1987, y después de su experiencia con Scarface, Brian De Palma decide que es hora de llevar la serie al cine. Los intocables marca un nuevo punto de partida en la historia, con Kevin Costner como Ness, Robert De Niro interpretando a Al Capone, y Sean Connery llevándose todas las miradas como un colega del primero llamado Jim Malone. La película -que forma parte del catálogo de HBO Max- mantiene la atmósfera del programa, pero atravesado por el tamiz del realizador. Se puede decir que más que un homenaje, es una fuente de inspiración.
El éxito del film hizo creer que era momento de retomar la idea original, y en 1991 se emitió la película para televisión El regreso de Eliot Ness. Tres décadas después, Robert Stack se calzó el sombrero, endureció la mandíbula e hizo lo mejor posible para recrear la épica del original. Esta vez si se trató de seguir puntillosamente los lineamientos de la serie original, pero en colores y con un touch de sensualidad, bien propio de los años 90. Tanto la propuesta como la repercusión tuvieron gusto a poco, apenas un destello en los ojos de los veteranos pero absoluta indiferencia en el público más joven, al que en realidad iba apuntado el producto, merced del entusiasmo con el que había sido recibida la superproducción de De Palma.
Vista a la distancia, Los intocables todavía mantiene intacta las condiciones que la convirtieron en un éxito. Pintura de una época descarnada (tanto la de los 30 en la ficción, como la de los 60 en la producción) en la que se intentó sentar las bases de una historia de la manera más directa y contundente posible. Cueste lo que cueste y caiga quien caiga.
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