Hace tiempo que Lizy Tagliani viene jugando en primera división. Formar parte del sketch del programa de Susana Giménez, integrar el panel de Cortá por Lozano, acompañar a Santiago del Moro en radio, o encabezar su propio espectáculo teatral, son tan solo algunos de los retos que atravesó en los últimos años y de los que salió airosa. Ahora, el desafío es mayúsculo: desde hoy a las 11.30 tendrá la responsabilidad de conducir su propio programa por la pantalla de Telefe , donde ya no solo ofrecerá su habitual e improvisada simpatía sino que deberá ajustarse a los lineamientos de El precio justo, un formato exitoso en más de 120 países que, en esta versión, cuenta con la producción general de Federico Levrino. "Lo vivo con felicidad y emoción. Hay tanta gente que trabaja para el programa que no me permito ponerme nerviosa, sería una desagradecida con lo que sucede alrededor. Tengo que disfrutar de esto y colaborar con todos los compañeros. Así que hago todas las notas que hay que hacer, ensayo todo lo que hay que ensayar", explica a LA NACION la nueva estrella del canal, mientras apura un almuerzo frugal en su camarín. Desde hace un tiempo, Lizy ensaya el formato casi como si se estuviera transmitiendo en vivo. Como todo programa del género, el mecanismo debe ajustarse para que funcione como una pieza de relojería. El set ya luce terminado, al igual que la puesta de luces y el diseño de los juegos.
–¿Qué te interesó del formato?
–Me encantó ni bien me lo contaron. Me divierte lo lúdico, el despliegue de cada juego. La gente que se anota y los televidentes, lo pasarán muy bien. Todo es muy relajado.
Hace algunos años, El precio justo tuvo su debut en la televisión argentina con la conducción de Fernando Bravo y por Eltrece. Alejada de la impronta del reconocido animador, Lizy buceará en sus propios recursos: "El canal quiere que sea Lizy. Y, si voy cambiando, que la gente acompañe mi cambio. A mí mostrarme simple es lo que más me gusta".
–El mercado local tiene nombres instalados como los de Susana Giménez o Mirtha Legrand. ¿Los considerás referentes en la conducción?
–Claro. Soy Bob Esponja, aprendo de ellas. Las travestis somos setenta por ciento Susana, es un referente total.
–En sintonía con tu nuevo rol, ¿qué tal te llevás con los precios? ¿Sos buena ama de casa?
–No, soy un desastre, voy a aprender con el programa.
Nacido en Estados Unidos en 1956, el ciclo apuesta a la competencia entre los participantes en el estudio, quienes deberán acercarse, lo más posible, al valor de diversos productos con la finalidad de llevarse un importante premio en efectivo. El tipo de formato permite que los televidentes pueda desarrollar idéntica habilidad que los jugadores convocados en el set.
Has recorrido un largo camino
Nacida en el Chaco, desde muy pequeña se radicó, con su madre, en la zona sur del Gran Buenos Aires. En la provincia natal había quedado su padre biológico. Marcadas por la pobreza, ambas debieron sortear los sinsabores de una vida ajustada. Aunque la escasez de recursos no le impidió ser ella misma. Y, mucho menos, disfrutar de una infancia feliz. "Vivíamos en una piecita precaria, del tamaño de este camarín, con un calentador, un bañito, y una pileta para lavar ropa afuera. Por las noches, mamá se iba a dormir sin comer, solo se tomaba unos mates, pero me daba de cenar tostadas con aceite y tomate que le regalaba el verdulero. Nunca lo padecí, porque ella no me decía: ´Somos pobres, no tenemos para comer´. A la hora de la cena gritaba: ´¡A comer!´. Y yo comía. Así que si eso no era un padecimiento, ¿qué otra cosa puede ser un padecimiento?".
Lizy nació como Luis. Y, al igual que la sabiduría innata de su madre, ella no sólo no reniega sino que no esconde esos años de infancia que la fueron conformando en sus valores, ideales y convicciones más profundas. "Me encanta mi pasado, por eso lo vivo mostrando".
–Hacés honor a aquella máxima que asegura: "Le agradezco al que fui porque me permite ser el que soy".
–Jamás podría renegar de Luisito. Sin ese Luisito no podría ser la Lizy que soy ahora. Siempre fui Lizy, pero Luisito fue el casete virgen desde donde me construí.
–¿Qué hay de Luis en vos? ¿Qué sobrevive de él y permanece vivo en Lizy?
-¡Todo! No siento que haya cambiado nada. Mi sueño para no ser Luisito era tener tetas, todo lo demás, me gustaba. Ahora me retoqué las bolsas de los ojos, pero tiene que ver con la edad y para dar bien en cámara. También me pongo cremas y me apliqué unos pinchacitos para eliminar la línea de expresión de la nariz. Pero nada de eso lo hice para borrar la masculinidad, jamás quise borrarla. De hecho, cuando era chica, adolescente, siempre usé mi pelo corto, pero, eso si, me ponía unas lolas de mijo que me hacía mi papá.
Lizy tuvo tres padres. Barón Tijera fue su padre biológico: "A Barón Tijera le salí travesti y peluquera, es re loco", dice una Tagliani en estado puro. Ya instaladas en Buenos Aires, su madre se casó con José Rojas, quien le dio el apellido. Cuando murió, Lizy tenía 18 años. Tiempo después, su madre entabló una relación con Jorge Tagliani, de quien se sirvió para bautizar su nombre artístico. El hombre falleció el año pasado, al mismo tiempo en que la actriz celebraba su cumpleaños.
La semana pasada, Lizy entabló su primera charla con Matilde, una hermana biológica residente en el Chaco. "Ella no sabía nada, en cambio yo algo suponía por diversos cuentos que mamá les contaba a las vecinas y que yo escuchaba". Así es su vida. Construyendo identidad permanentemente. Y también dejando fluir todo aquello que causalmente va empoderándose de su presente. "En un cofre que tenía mi abuela se encontraron cartas y fotos. De ahí surge que yo soy hija de Barón Tijera". A ninguno le dijo "papá" y, sin embargo, reconoce a los tres como tales.
"Mi mamá escribía guevo, haiga. A veces escribo como ella para homenajearla. Era una hermosa persona", cuenta. Si los tabúes no rondan su vida, los prejuicios sobre sus orígenes, mucho menos. "Desde los 7 años soy Lizy. A los 12, me vestí por última vez de varón. Y a los 13 me empecé a poner ropa de chica, salvo para ir al colegio. Mi mamá me vestía muy Sandro, con las camisas muy decoradas con brodery y bolados. Siempre supe lo que quería ser y mi mamá me apoyaba. Hasta me explicaba qué contestar por si me decían tal o cual cosa".
–¿Tu mamá te daba las herramientas para defenderte de una posible agresión o bullying?
–Claro. En los barrios uno sabe la historia de todos, así que había que defenderse.
–Confirmar la identidad ha marcado tu vida. Te has reinventado más de una vez. ¿Nunca hubo miedo en ese camino de búsquedas?
–Siempre fui caminando como Lizy. Ya mi abuela me decía Lizy. Todo lo que me pasó en ese tránsito lo fui sumando. Pero no es una cosa por otra, no tuve que cambiar. Sumé.
–Nunca tuviste demasiados reparos en contar cuestiones íntimas o familiares.
–Me gusta poder contar hasta lo feo. Exorcizarlo porque siento que a alguien le puede servir mi experiencia. No me pesa. No tengo miedos, vergüenza ni pudores. No tengo nada por qué avergonzarme.
–No hay vergüenza, pero sí satisfacción de haber sido fiel a vos misma.
–No soy víctima, pero tampoco soy la responsable absoluta. La otra parte le pertenece a la gente que forma parte de mi historia: mi familia, mis padres.
–"Uno y su circunstancia", decía José Ortega y Gasset.
–Y contra eso no se puede hacer nada.
–¿Quién sufrió más: Luisito o Lizy? ¿Dónde se recuestan los dolores más profundos?
–Luisito no sufrió nada, era un demonio. Tuve una infancia muy hermosa y una adolescencia divina. Lizy sufrió, pero de grande. Ella padeció los dolores más profundos.
Tratado sobre el amor
–¿Qué sucedió, en ese camino de confirmaciones de identidad, con el despertar sexual?
-Fue más traumático que para el común de las chicas. Quien no pertenezca a una minoría no sé si lo puede entender.
–¿Por qué traumático?
–Mis amigas salían con los chicos a ver películas, a tomar un helado, y luego se iban a la casa a chapar. En mi caso, cuando empezamos a ir a la matinée, los pibes me pasaban por el costado y me invitaban a ir a una zanja en la estación del tren. Yo no quería eso. Quería lo de mis amigas. Sin embargo, no podía construir una historia de amor como la de ellas.
–Ya de grande, ¿cómo superaste esa suerte de mecanismo perverso de parte de los chicos?
–De grande me dije: "Si estoy esperando al príncipe azul, me quedo para vestir santos, así que vamos a las armas". Cuando entendí el negocio de vivir diferente, me adapté.
–¿Cómo sería eso del "negocio de vivir diferente"?
–Lo terminé asumiendo como un negocio del cual quería sacar rédito. No podía vender asado siendo vegana. Tenía que creer en lo que estaba pasando.
–Imagino que en esos tiempos apareció el humor como herramienta para atravesar los dolores.
–El humor estuvo desde chiquita. Siempre. Es sanador y salvador. Lo utilicé, incluso, para buscar trabajo porque siempre viví como una chica. Más allá de los chistes que me puedo hacer cuando me digo "bigotuda", siempre viví como una chica.
Lo importante es que las chicas trans puedan ser lo que quieran ser. No solo estar en un camarín o seguir mis pasos, sino que sientan que pueden ser médicas, arquitectas, lo que deseen
–¿Cómo es eso de aplicar el humor para buscar trabajo? Contame la técnica.
–En aquella época, todas las chicas iban a Gloria Vanderbilt a pedir un empleo. Yo también iba porque estaba de moda. Las chicas iban a Hendy a hacer la cola para buscar un puesto y allá iba yo. Muchas se burlaban, pero a mí no me importaba nada. Obviamente, nunca me llamaron.
–¿Notabas esas burlas?
–Ahora, a la distancia, sí. En el momento, no. Además, era muy brava.
–¿Cómo emergías de situaciones hostiles?
–Con el apoyo y el amor incondicional de mis padres, que fueron fundamentales. Mi casa era un lugar a donde iba a tomar fuerzas. Ahí me apoyaban, nadie me cuestionaba nada. Solo tenía que ser educada, no decir malas palabras y no contestar a los mayores. Y si ayudaba a los vecinos a hacerles los mandados, no podía ir a comprarles ni alcohol ni cigarrillos. Eran un montón de leyes que había en mi casa para cumplir, pero vivía como yo quería. Esa libertad no me la quitaban. A casa regresaba a llenarme de fuerzas y volvía a salir.
–En el caso de las chicas trans no siempre existe ese refugio tan amoroso.
–Cuando no tenés un lugar para ir a tomar energía, aparece el desamparo.
–Más allá del cobijo de tu casa, los 80 no eran años de libertades civiles. La calle era bien hostil, sobre todo para las minorías.
–Era un momento de mucha discriminación. Yo era el maricón, el travesti, el p.... Y el otro podía ser el gordo, el groncho, el feo, el lindo y el rico. Es decir, me lo hacían a mí y yo se lo hacía al otro. Eso, en cierto sentido, me alivianó, me hacía sentir que no era la única.
–Si bien el bullying existe y los casos se multiplican, hoy hay un cambio de paradigma al respecto.
–Como estamos más acostumbrados a la libertad, el bullying se hace más doloroso. De todos modos, también depende de cómo lo vive uno y el nivel de tolerancia que se tiene. Quizás una persona que vivió lo que viví yo, hoy está medicada.
–¿Cómo era tu vínculo con los compañeros del colegio?
-No me decían nada. Salía siempre elegida como mejor compañera. Era quilombera, me peleaba. En ese momento se agarraban a botellazos los chicos de los colegios privados con los alumnos de los estatales. Tengo una cicatriz en la frente porque el enemigo me dio contra un container. Siempre iba al frente.
–¿Nunca te sentiste discriminada por tus compañeros?
–Los chicos nunca se metieron conmigo. En quinto año armé, en la fiesta de fin de curso, una parodia de A la cama con Moria. Metí a los profesores en la cama y les pregunté todo acerca de mí, de lo que les había pasado durante esos años conmigo.
–Hace un momento hablabas del príncipe azul. ¿Te enamoraste en varias oportunidades?
–Me enamoré una sola vez. Ahora me permito tener contacto con alguien antes de ir a tomar un helado, pero no puedo seguir una relación solo por eso. Lo emocional, el compañerismo, el quererse, tienen que estar presente.
–¿Sentís que la intensa carga laboral que desarrollás ocupó el lugar del amor?
–Mi trabajo siempre fue muy importante, pero no es solo eso.
–¿Sos compleja para vincularte?
–Me llevo bien con un montón de gente con la que podría haber sido, pero no se dio. Es que soy muy honesta, no lo puedo disimular. Necesito hablarlo enseguida. Llegar a padecer algo no me va. No soy de las que padecen nada. Todo es para disfrutar.
–Definamos las características de un buen candidato.
–Si las conociera, estaría buscando eso. Surge y no se puede explicar. Sí sé qué no debería tener.
–A saber…
–No podría salir con un delincuente, un estafador o una persona con sentimientos oscuros. La edad también es un tema, un prejuicio mío. No puedo estar con un chico jovencito. Necesito límites. Si hoy estoy con uno de 23, y en cinco años estoy con uno de 18, luego soy la novia de Mirko. ¡No puedo! ¡No está bueno! No puedo ir a la casa de mis amigas y que estén cuidando a sus hijos. No voy a provocar una situación así. Mientras lo pueda manejar, es así. Si surge el amor, eso es otra cosa. Pero no puedo chapar con uno de 23.
De profesión maternal
A diferencia de lo que proponía el título de aquel clásico de la dramaturga Griselda Gambaro, la actriz no sueña con ese rol: "No siento la necesidad de ser madre. Pero si hay alguien que necesita una madre, y esa madre soy yo, encantada. Y no me importaría cómo es esa criatura"
–¿Considerás que tu camino es aspiracional para muchas chicas? ¿Sentís que sos referente y un modelo de superación para quienes sienten que no las dejarán jamás acceder a determinados espacios?
–El sentir que no se puede acceder le sucede a la mayoría de los pobres, no solo a las chicas. Del lado de la pobreza siempre crees que nunca vas a llegar, pensás que hay una barrera y que es muy difícil atravesarla. Pero si vos empezás a trabajar y te abrís camino, podés empezar a encontrar la veta. Lo importante es que las chicas trans puedan ser lo que quieran ser. No solo estar en un camarín o seguir mis pasos, sino que sientan que pueden ser médicas, arquitectas, lo que deseen.
-¿Siempre fuiste tan libre en tus pensamientos y en tu manera de expresarte?
-Siempre. Considero que uno puede pensar lo que quiera, cualquier cosa. Pero, si uno dice lo que quiere, ahí tiene que pagar un precio.
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