Las nominaciones al Martín Fierro, una desconcertante y confusa postal de la crisis que vive hoy la TV abierta
En el reparto de candidaturas de este año perduran equívocos de larga data que solo se explican en la necesidad de preservar al medio y disimular problemas que pondrían en tela de juicio al propio premio y a algunas de sus categorías
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A esta altura ya no llama la atención el desconcertante criterio que se aplica para determinar cuáles son las nominaciones y los rubros del Martín Fierro a la TV abierta. Hace tiempo que una extrañeza tan grande es vista como algo normal por casi toda la comunidad audiovisual argentina, que a pesar de todas las confusiones ratifica año tras año a los premios de Aptra como los únicos con legitimidad suficiente como para reconocer por dónde pasan los méritos televisivos.
La razón de ser de esta anómala decisión tiene que ver, en el fondo, con la propia preservación del medio. De otro modo, los mismos protagonistas de nuestra tele deberían aceptar un estado de crisis que plantea interrogantes muchas veces sin respuesta sobre el sentido mismo de varias de esas nominaciones. Cualquier análisis elemental dejaría afuera a algunas de ellas por carecer de toda lógica.
¿Alguien se pregunta, por ejemplo, cómo fundamentar la decisión de premiar a los jurados de los reality shows como si representaran hoy una tarea con identidad y peso propio en la división del trabajo televisivo similar a la de una telenovela, un programa musical o un noticiero? ¿Por qué un jurado tendría que ganar un Martín Fierro y no un escenógrafo, un iluminador o un editor? ¿No son elegidos acaso los jurados por sus aparentes méritos y conocimientos sobre un determinado tema? ¿Deberíamos entonces establecer otro premio para quienes eligen a determinados nombres por sobre otros para desempeñarse como jurados y seguir así hasta el absurdo?
Lo que está en crisis es la propia idea de la TV abierta en la Argentina, convertida en un verdadero dilema alrededor de un premio que hace algo más de medio siglo nació y se consolidó con exclusividad alrededor de ese medio expuesto hoy a un incierto futuro. Por eso el Martín Fierro se diversifica y se convierte ahora en un premio multipropósito.
Recursos y audiencia
Si se aferra únicamente a la TV abierta, la realidad termina pasando por arriba al único premio que dice representarla. Pero al mismo tiempo tiene que hacerlo porque los canales de aire conservan, como todavía ocurre en buena parte del mundo, una porción importante de los recursos publicitarios y la atención considerable de la audiencia, sobre todo en aquellos segmentos que por razones económicas y distintas predisposiciones siguen conectados a los canales de aire como principal (y a veces esencial) vehículo de entretenimiento.
Pero la TV de aire atraviesa un momento muy frágil. Y esa debilidad, por ejemplo, explica la inclusión de la extraordinaria dramaturga y directora teatral María Marull entre las nominadas a mejor autor y/o guionista cuando en realidad no se hizo otra cosa que adaptar a la pantalla, dentro del ciclo teatral de la TV Pública curado por Rubén Szuchmacher, de la aplaudida y premiada obra La pilarcita. El texto es aquí el mismo de la puesta teatral. La duración de la obra también. Solo cambió en el tránsito del escenario a la TV la puesta en escena audiovisual, en este caso a cargo de Franco Verdoia.
Pero curiosamente (o no), Verdoia no figura entre los nominados al Martín Fierro mejor director de ficción por su excelente trabajo. Tampoco Szuchmacher, en este caso como responsable de un programa que cumplía todos los requisitos (y los méritos) para ser nominado por “interés general” o “producción integral”. Tampoco aparece allí.
Se dirá entonces que la puesta televisiva de una obra teatral no es específicamente una ficción. Entonces, ¿por qué la magnífica Marull aparece nominada como autora de TV a partir de su propia obra de teatro junto a escritores de dos teleteatros (Buenos chicos y ATAV 2) emitidos en forma de tira? Quizás porque faltó premiar en los Martín Fierro de este año a los mejores autores teatrales adaptados a la televisión. Una categoría que, por cierto, resulta a todas luces más específica y menos ambigua que la de jurado.
El desierto que atraviesa hoy la ficción televisiva en la Argentina no justifica estos equívocos. Por el contrario, queda todavía más a la vista. En vez de llamar la atención frente a este cuadro, Aptra eligió (como en los últimos años) escapar hacia adelante reemplazando a los actores por cronistas, animadores, conductores y opinadores de la realidad. Y llenando de candidatos (a veces cuatro o cinco) cada rubro incluido en esa vasta línea de programación de actualidad (o no ficción) para asegurarse que no falte nadie. Por eso hay un premio para el noticiero diurno y otro para el noticiero “central” (¿vespertino?). ¿Y por qué no hay un Martín Fierro para los noticieros nocturnos o emitidos al filo de la medianoche? ¿Acaso responden a otra categoría?
El aval necesario
La historia del Martín Fierro nos dice que una convocatoria tan amplia, garantizada desde las propias nominaciones, siempre funcionó como aval para sostener la legitimidad del premio. Sobre todo cuando nadie se quiere perder la oportunidad de estar allí y, si le toca subir al escenario, decir lo suyo. Así pasará también en la próxima ceremonia. Como ocurría antes con los actores, habrá entre los ganadores de este año (periodistas y conductores sobre todo) unas cuantas palabras de inconfundible elocuencia sobre el momento que vive la Argentina.
Con todo, la previsible presencia de muchos nombres fuertes y protagonistas de alto perfil no conseguirá disimular lo evidente. Por ejemplo, algunas flagrantes superposiciones entre categorías que hablan de lo mismo: Big Show, Reality, Producción integral, Interés general. Y la persistencia en un problema que se reitera en los últimos años: la mención de algunos nombres y ciclos que tienen poco y nada que ver con los rubros en los que fueron incluidos. O que estaban en el aire en momentos anteriores a los mencionados para justificar la candidatura.
En definitiva, el Martín Fierro no hace más que reflejar en el reparto de candidaturas el carácter provisional e inestable que presenta hoy la TV abierta en la Argentina. Más que reconocer de la manera más rigurosa y genuina el mérito artístico o periodístico lo que interesa aquí es asegurar la asistencia perfecta de todos los nombres que hacen acto de presencia cotidiana en la pantalla de los canales de aire.
En esa lista hay lugar hasta para las figuritas de paso más fugaz en el medio. ¿Por qué no imaginar que los 29 competidores de la última temporada de Gran Hermano, el campeón del rating en el último año, también darán el presente en una ceremonia organizada por Telefe y cuyo anfitrión será el propio conductor del ciclo, Santiago del Moro?
No hay nada más importante para Aptra, como ocurre todos los años, que sentirse reconocida como anfitriona de la única reunión de camaradería que puede compartir y disfrutar el mundillo televisivo. Desde esta perspectiva, el agradecimiento de la comunidad artística entera a ese esfuerzo se transforma en legitimidad. Todo lo demás, incluyendo a los premios y a los premiados, vendrá después en medio de un desconcierto tan difícil de disimular como la propia crisis que vive desde hace un buen tiempo en la Argentina la televisión de aire. Un medio gastado y maltrecho que a pesar de todo todavía sigue siendo el buque insignia del prolífico Martín Fierro.
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