El héroe del programa es escoltado con las muñecas atadas ante una muchedumbre sedienta de sangre, acusado de traición al rey. Tomó decisiones tontas, pero sigue siendo el héroe, interpretado por el actor más famoso de la serie, y la historia le ofrece una salida: exilio, antes que ejecución. Seguro estará desterrado durante una o dos temporadas, y para armar su regreso a la prominencia hasta volver a hacer, otra vez, el bien. Así funciona esto, ¿no?
Bueno, así es como funcionaba hasta que le cortaron la cabeza a Ned Stark cerca del final de la primera temporada deGame of Thrones , marcando probablemente el último gran evento en la historia de la televisión.
Una docena de años antes, Los Soprano había roto muchas de las reglas tácitas de la televisión con el episodio en el que Tony estrangula a un informante con sus propias manos. Pero en el renacimiento de la pantalla chica que vino después, algunas nociones seguían siendo sacrosantas, en particular: no mates a tu personaje principal, especialmente antes de terminar la primera temporada. GoT no solo hizo eso con Ned, sino que. dos temporadas después, liquidó a su esposa, Catelyn, y a su hijo Robb, luego de que Robb quedara establecido como el sucesor narrativo más probable de Ned. En este programa, los héroes muchas veces mueren brutalmente, y con ellos, parecía, toda expectativa de un final feliz para la serie.
Y nos lo tragamos todo.
Convertido en un fenómeno global y a punto de empezar su octava y última temporada, Thrones opera en escala gigante, filmada en múltiples continentes, ofreciendo un espectáculo visual que jamás podíamos esperar para la televisión. Tiene una gran cantidad de personajes memorables, en un elenco absolutamente impecable. Pero la ejecución de Ned y la célebre Boda Roja –en la que Robb y compañía recibieron un puñal por la espalda (y también en el frente y el costado) por parte de supuestos aliados– tienen un lugar prominente en la leyenda de este drama de HBO. Primero está la sorpresa fundamental: la idea de que, incluso después de Los Soprano, había lugares nuevos a los que podía ir un drama y que antes parecían imposibles. Pero Thrones también fue el programa correcto para una década muy incorrecta. A medida que nuestra realidad parecía tener menos sentido, hubo algo catártico en viajar al mundo de fantasía creado por el escritor George R.R. Martin, y adaptado para la TV por David Benioff y D.B. Weiss. Westeros parecía tan caprichoso como nuestra realidad, pero con dragones y demonios mágicos de hielo.
Thrones llegó un poco antes de que Netflix empezara a hacer series originales, y se transformó en una experiencia comunitaria semanal. Diseccionamos cada episodio sin respiro, aunque las primeras cinco temporadas en general respetaron los libros de Martin, lo cual significaba que cualquier fan podría haber leído el spoiler sobre la Boda Roja simplemente en Wikipedia.
Pero la serie estaba estructurada de una forma que ahora es familiar para el mundo del streaming, donde, a medida que mirás episodio tras episodio, lo que más importa es el ímpetu hacia adelante. Hay un puñado de episodios de GoT que se destacan por enfocarse en una sola ubicación y un conjunto de personajes. Pero en general, cada entrega rebota de una ciudad o grupo al otro, enfatizando momentos individuales por sobre la narrativa en episodios. ¡Pero qué momentos! Allí donde la mayoría de las temporadas de la TV de streaming se ponen lentas en la mitad, Thrones presenta escenas destacadas todas las semanas –pueden ser secuencias de acción en las que unos dragones prenden fuego un ejército, o meras conversaciones entre dos personajes con una historia complicada– para que funcione esa perspectiva.
Hay que reconocer el control de calidad de HBO (que descartó casi todo el piloto original de la serie, dirigido por Tom McCarthy, de Spotlight, cuando no funcionaba) y el rico material original de las novelas de Canción de hielo y fuego, de Martin, que funcionaban como la Hidra del mito: cortale la cabeza a un Stark, y cinco figuras nuevas van a tomar su lugar. Y gracias a un excelente elenco, incluso villanos potencialmente superficiales –Cersei, de Lena Headey, Joffrey, de Jack Gleeson– alcanzan profundidades inesperadas.
Hace dos años que la serie viene explorando por fuera de los eventos de los libros publicados. Esto quizás haya sido para mejor, puesto que los textos de Martin podían ser una bendición o un castigo. (Algunos personajes naufragaron durante años hasta que el guión estuviera listo para su regreso, y el programa mostró una debilidad al usar violencia sexual para producir shocks.) Desde entonces, no murió ninguno de los jugadores importantes, lo cual parece una sabia corrección. Demasiados imitaron cualidades superficiales de Thrones, especialmente las muertes de personajes prominentes.
Esas imitaciones solo pueden crecer cuando termine Thrones, y otras series busquen tomar su lugar. Amazon gastó unos absurdos 250 millones de dólares en los derechos de adaptación de El señor de los anillos. Pero es un abordaje demasiado literal para llenar el enorme vacío que quedará en el paisaje de la televisión cuando Daenerys, Tyrion y el resto mueran o vuelen hacia el sol montados en dragones. No es solo que las futuras épicas fantásticas sean poco atractivas. Es que esta nació en otra época, cuando todavía mirábamos TV con el mismo calendario, de a una vez por semana. Game of Thrones fue un gran programa, pero también salió en un momento perfecto como para volverse un fenómeno. Quizás jamás veamos algo igual.
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